En la noche del Seder, antes de Avadim Hayinu, el Chortkover Rebe a menudo solía relatar algunos mayselaj de nuestros grandes Rabinos y maestros relacionados con Pesaj. Un año el Rebe contó la siguiente historia:
Reb Wolf Kitzes, el talmid muvhak de Baal Shem Tov, cierta vez decidió hacer el largo y agotador viaje hasta Eretz Israel. Antes de iniciar su viaje, el pasó brevemente por lo de su Rebe, el Besht, para recibir de él una brajá. El Baal Shem Tov estaba muy contento con el hecho de que su discípulo hiciera ese viaje; el santo Besht siempre había deseado ir, pero siempre los Cielos se lo habían hecho postergar.
Antes de la partida de Reb Wolf, el Baal Shem Tov le advirtió: “Se cuidadoso con tus palabras, y se especialmente cuidadoso con lo que respondas a alguien que te formule una pregunta”.
Reb Wolf no le hizo más preguntas a su Rebe, e inmediatamente se preparó para comenzar su viaje. En aquellos días, un viaje a la Tierra Santa podía llevar varios meses. Al principio, eran semanas de viaje agotador hasta quedar exhausto hasta alcanzar el puerto de Turquía; después una larga espera hasta que un barco zarpaba rumbo a Yafo, y posteriormente, un peligroso viaje desde Yafo hasta Yerushalaim. Cada etapa del viaje estaba rodeada de peligros. Sin embargo, Reb Wolf pasó por alto todas las incomodidades y su corazón cantaba con regocijo mientras se dirigía a Eretz Israel!
Al cabo de muchas semanas de viaje él llegó al puerto y encontró un barco que zarpaba casi de inmediato hacia Yafo. Se subió al barco y pasó varios días sin comer en medio del mar. Uno de esos días hubo una fuerte tormenta y el barco se zarandeaba con cada ola provocándole un fuerte malestar físico. Finalmente, el mal clima amainó y el barco encalló en una pequeña isla donde toda la tripulación y los pasajeros pudieron desembarcar para pasear y disfrutar del clima reparador.
Reb Wolf, que estaba cansado por las pésimas condiciones de la travesía, también salió a caminar por la isla. Su mente estaba llena de pensamientos sagrados; los que había aprendido de su gran Rebe. Mientras caminaba se fue internando en las profundidades de la isla y pronto encontró un apacible sitio donde se pudo sentar y estudiar durante varias horas con devoción. Para el tiempo que emergió de su trance espiritual y se dirigió de regreso a la costa, el barco ya había zarpado dejándolo atrás, en medio de una isla completamente desconocida, solo entre los nativos cuya lengua no entendía.
Reb Wolf no se desesperó. En tanto era un talmid del Baal Shem Tov, podía comprender que todo era para mejor y que debía haber alguna buena razón para que esto le ocurriera. El siguió andando por la isla, confundido y sin rumbo fijo, y pronto llegó hasta una casa solitaria ubicada en un pequeño campo. Reb Wolf apuró el paso hasta llegar a la casa y de pronto la puerta se abrió. Un anciano Yid con una larga barba blanca salió de la casa; su rostro estaba resplandeciente.
“Reb Wolf, ¿por qué está usted tan preocupado?”, le preguntó el Yid.
“¿Cómo no habría yo de preocuparme?”, le respondió Reb Wolf. “Estoy varado en este lugar, solo en medio de la isla, sin dinero, ni comida, y sin ver la forma de poder llegar hasta Eretz Israel”.
“Usted no debe preocuparse”, lo calmó el Yid. “Pronto será Shabat. Quédese aquí con nosotros y usted tendrá de todo; una seudá de Shabat, un minyian. ¡Incluso una mikveh! Después que pase Shabat vendrá otro barco y le permitirá proseguir con su viaje”.
Dubitativo, Reb Wolf siguió los pasos del zaken, quien lo presentó a la pequeña kehilá de Yiden que se habían establecido en la isla, todos ellos ovdei Hashem quien los había guiado con pureza. Reb Wolf pasó un exultante Shabat en su compañía, sintiendo un brillo espiritual reconfortante.
Apenas hubo concluido el Shabat el anciano anfitrión lo acompañó a Reb Wolf hasta la costa donde, tal y como se lo había prometido, un barco se encontraba esperándolo para proseguir con su viaje. Cuando Reb Wolf estaba a punto de abordar el barco el anciano le preguntó: “Dígame Reb Wolf, ¿cómo está la situación de los judíos que viven en su tierra?”.
Sin pensarlo, y mientras se apresuraba para subir al barco, Reb Wolf le respondió: “No tan mal, Baruj Hashem. Ribonó shel Olam los protege”. Y con estas palabras se despidió y subió al barco.
Mientras se alejaba de la isla Reb Wolf pensó en toda esa extraña historia y de pronto tuvo un pensamiento que lo angustió. En su apuro por partir él no había obedecido las instrucciones de Baal Shem Tov, y le respondió al anciano casi sin pensarlo. ¿Por qué razón le había dicho al anciano Yid que todo estaba bien? El debía haber llorado diciendo que los judíos estaban pasando tremendas dificultades y sufriendo persecuciones.
Como no podía tranquilizarse, Reb Wolf decidió cambiar de planes y volver a Mezibuzh para contarle al Baal Shem Tov lo que le había pasado. Apenas le fue posible, se bajo del barco y emprendió el largo camino de regreso a su ciudad.
Ni bien entró al estudio del Baal Shem Tov, el sagrado Rebe le dijo preocupado: “Reb Wolf , ¿por qué no fuiste más cuidadoso con tus palabras? El zaken era ni más ni menos que Abraham Avinu, quien todos los días le pregunta a Ribonó Shel Olam ‘Tate, ¿cómo están mis hijos?. Y el Ribonó Shel Olam lo tranquiliza diciéndole que El no abandona a Sus hijos. Y como insiste tanto con esa pregunta, Ribonó Shel Olam le dijo ‘Pronto vendrá Reb Wolf, quien está de paso hacia Eretz Israel, y puedes preguntarle a él cómo están tus hijos’. Y por cierto, cuando estabas a punto de ascender al barco para seguir viaje, eso es lo que Abraham Avinu te preguntó”.
“Oy, si le hubieras contado la verdad, que los Yiden están sufriendo terribles penurias y persecuciones, Abraham Avinu hubiera movido Cielo y tierra hasta conseguir la Gueulá. Pero ahora, en cambio, como tú le contaste que todo está bien, el momento de la gueulá ha sido pospuesto para la fecha predestinada. ¡Que Ribonó Shel Olam se apiade de nosotros ya y que nos saque del Galut!”
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