Según dice en su carta, el Nuevo Fondo de Israel me pide que haga una donación. Me temo que este año también tendré que negarme.
Y no sólo por los motivos habituales, a saber, que muchos de los objetivos del grupo son diametralmente opuestos a los míos. Lo que en Israel se llama “cambio social vibrante” es lo que yo considero un engranaje social de anti-judaísmo; lo que ellos consideran como libertad religiosa es lo que yo veo como anarquía social; lo que ellos promueven como voluntad de pluralismo yo lo considero como la creación de un abismo insondable y permanente entre grupos de judíos en Israel.
También lo haré por una nueva razón. La vocación del NFI por respetar los derechos de los palestinos siempre me resultó sospechosa como si se tratara de apoyar una intención dirigida a desmantelar al Estado Judío.
Pero recientemente el grupo se puso en evidencia, incluso a partir de algunos de sus propios defensores, cuando se dio a conocer que entre los grupos de “derechos humanos” que ellos financian se encuentran algunos que promueven las acciones del movimiento “Boicot, Definanciación y Sanciones”, el BDS, y la campaña que despliega para que Israel sea castigado por considerarlo un “estado segregacionista” a través de sanciones económicas, políticas y académicas.
Surgido de la orgía notoriamente antisemita y anti-israelí conocida como la Conferencia Durban I, del 2001, el BDS intenta sin lugar echar mano a sus tácticas para aislar al estado de Israel y para edificar en su lugar, D”s no lo permita, la “solución de un solo estado” – es decir, un país con mayoría árabe.
El NFI, así como por una parte considera a la campaña del BDS como “improductiva e incendiaria”, por la otra dice que “no reducirá ni eliminará la ayuda económica para fines que difieran con los nuestros en cuestiones tácticas”.
En consecuencia, y en un ejercicio de confusión propio del mismísimo Gran Hermano, el NFI explica que mientras “no financiará actividades del BDS ni ayudará a las organizaciones para cuyas actividades el BDS resulte un elemento escencial”, no obstante “ayudará económicamente a organizaciones que se adecúen a los requerimientos de nuestros subsidios en la medida en que su apoyo hacia el BDS sea incidental o secundario a sus programas centrales”.
Si yo entiendo bien (lo cual no es nada fácil), lo que el grupo está diciendo es que aquellos que busquen provocar daños mayores al estado de Israel no son merecedores de recibir subsidios del fondo NFI, pero que aquellos que alegremente ejecuten daños menores pueden dormir tranquilos.
No existe una disociación de pensamientos semejante en los conceptos del NFI con respecto a su oposición a la integración del Judaísmo dentro del Estado Judío –lo que llama “el monopolio ortodoxo respecto al matrimonio, el divorcio y otras cuestiones de status personal que se impone sobre los derechos de las mujeres judías para casarse con quien ellas elijan”. O con respecto a sus propios reclamos improductivos e incendiarios, como el que figura en la solicitud que yo recibí: que los judíos ortodoxos en Israel buscan “forzar a las mujeres de un barrio ultraortodoxo a sentarse en la parte posterior de los transportes públicos, e incluso a caminar separadas de los hombres cuando pasean por calles públicas”, y que quieren “menoscabar el poder de la Corte Suprema de Justicia – el último baluarte contra la discriminación y la falta de igualdad”.
“Nosotros debemos movilizarnos con rapidez”, prosigue diciendo la carta para la recaudación de fondos subrayando la frase siguiente con énfasis “y contraatacar esta clase de extremismo”.
Semejantes cuentos chinos atemorizantes y perturbadores, conjuntamente con la abundante prédica incitante de los medios en Israel en contra de la comunidad ortodoxa, contribuyeron al odio que trágicamente resultó de todo ello.
Una muestra de ello es el reciente informe de que muchos miembros de la Kneset que representan al judaísmo ortodoxo recibieron cartas conteniendo amenazas. “Tomen sus pekalaj y sus shtreimelaj y sus colgantes pe’ot”, decía una de las misivas, “y vuelen hacia Brooklyn! Considérense advertidos!”.
Recordando otros tiempos y otro lugar, se informó que un Rosh Ieshivá de Bnei Brak recibió una carta que afirmaba: “Dejen de chuparnos la sangre y de vivir a costillas nuestras…Nosotros los combatiremos físicamente y ustedes sentirán nuestro poder en sus cuerpos y contra sus sinagogas”.
Ahora bien, yo estoy seguro de que el NFI no perdona las amenazas ni la violencia contra cualquiera que sea, incluso contra aquellos a quienes pinta como peligrosos religiosos extremistas que menoscaban a la sociedad israelí. Pero estar casi en el mismo nivel que el BDS no resulta ser un lugar muy grato para un grupo judío que se precie de tal, y tampoco lo es estar a tiro de los profetas del odio que esgrimen sus plumas envenenadas.
Rabi Shafran es editor y columnista de Ami.
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