Una pequeña Menorá hecha de bronce, ubicada en medio de las velas de Shabat, de la majestuosa Menorá hecha de plata y de elegantes jarrones de cristal, es motivo más que suficiente para escuchar una historia acerca de ella.
Bonyhad, Hungría, verano de 1945. Después de pasar un año horrendo escondido junto a su madre y a su hermana recién nacida, haciéndose pasar por un gentil, el pequeño Ishtvan puede por fin volver a llamarse libremente Iosef. Después de haber vuelto a su casa junto con sus padres y su hermanita, como parte de los únicos sobrevivientes de la familia, ya no le quedaban juguetes. Su imaginación buscaba distinto tipo de entretenimientos cuando los padres lo dejaban para irse a tratar de reconstruir sus vidas y brindarles un poco de comodidad y sustento a los pobres remanentes de humanidad que habían regresado a Bonyhad.
Muchas veces Iosef veía a sus padres acompañando hasta el altar a las parejas que estaban a punto de casarse, reemplazando a sus padres que ya no estaban, y que habían sido amigos o vecinos suyos.
Luego de instalarse, el padre de Iosef había buscado al melamed de la ciudad, que había sido el rabino de su hijo antes de la conflagración. El niño debería retomar sus estudios de Torá, pero antes debía recuperar su aspecto judío. Después de un año de haber estado escondido, sin su kipá, su pelo había crecido mucho y los rizos hacían un marco a su rostro. Su madre había tomado las tijeras y lo sentó en el medio de la cocina, y chac, chac,chac… El cabello largo había desaparecido y en el espejo pudo ver sus peot apareciendo nuevamente, y su corte de pelo en el estilo judaico coronado por una kipá.
La supervivencia de mi padre cerca de la zona de Balaton, en Hungría, produjo una serie de milagros. Ellos comenzaron luego de que mi padre fuera deportado a un campo de trabajos forzados debiendo abandonar a su esposa, que estaba embarazada, y a un hijo de 6 años, librados a su destino.
Una vez golpearon a la puerta. Se trataba de un gentil, un extranjero de mirada amable.
“Le ruego, Sra.Herman, que me permita ayudarla. Tengo papeles falsos para usted y su hijo, y un sitio donde pueden esconderse en mi casa en el campo. Por favor, váyanse de este lugar”.
Siendo mi madre una mujer joven, vulnerable, esperando un hijo y teniendo otro para cuidar, separada de su esposo…¿qué hubiera hecho usted? Ella se negó, temiendo a lo desconocido. Pero él volvió, no se dio por vencido y le ofreció lo mismo. La tercera vez, sin entender por qué, ella no le cerró la puerta; tomó los papeles, dejó el departamento sólo con la ropa que llevaba puesta, tomó a su hijo y partió.
Cabe imaginarse cuán horroroso fue ese viaje en tren cruzando los campos, rodeado de gendarmes y civiles húngaros hostiles. No obstante llegaron a salvo. Mi abuela, por su aspecto, pudo pasar fácilmente como una gentil; y, preocupada por el destino de su esposo ausente, ella junto a su hijo mantuvieron un bajo perfil.
En Rosh Hashaná de 5705 comenzaron los dolores de parto. Cuando se intensificaron, la partera, preocupada por la vida de su paciente, le dijo “Señora, rece sus plegarias!”. En ese momento de la verdad, enfrentando la posibilidad de la muerte, todo el engaño cayó y de su boca surgieron, no los rezos católicos, sino un “Shmá Israel Hashem Elokeinu Hashem Ejad”. Al oirla, la partera abandonó su trabajo y corrió como una loca hacia la oficina del alcalde y gritando le dijo: “Señor Alcalde, tenemos a una mujer judía que se está ocultando entre nosotros!”
Mi abuelo, que había sido el shaliaj tzibur en tiempos mejores, contaba que mientras rezaba Unetané Tokef, repentinamente dejaron de sonar las sirenas. Todos salieron del edificio para esconderse menos él. “Yo tenía un fuerte sentimiento de que debía quedarme en mi puesto y no dejar de rezar. ¿Quién podía imaginar que muy lejos de allí, su mujer, su hijo y su nueva hijita estaban por ser arrojados a la jaula de los leones?
Entonces ocurrió el milagro. “Vuelva a su casa”, le dijo el alcalde a la histérica partera. “Usted no sabe lo que dice. ¡Ayude a esa pobre mujer a dar a luz a su bebé y quédese tranquila!”
Así fue que nacio mi tía. Y pudo vivir.
Los rusos finalmente liberaron a mi abuelo, era uno de los tres únicos sobrevivientes del campo. Pocos meses antes algunos misioneros habían estado prometiéndoles ocuparse de la supervivencia de todos aquellos que aceptaran vender sus almas. Debilitados y angustiados ante la proximidad de una muerte segura, muchos judíos sucumbieron a la tentación. Sólo el abuelo y sus dos amigos permanecieron firmes en su negativa. Inexplicablemente, cuando llegaron los rusos, en medio de la balacera que cubría el aire, sólo estos tres hombres sobrevivieron.
Mi familia se pudo reunir y volvieron a su casa, en Bonyhad.
Mi padre recuerda que cierta vez, había una familia que pasaba por Bonyhad yendo hacia el este. Ellos tenían un hijo pequeño de su misma edad. Un día, mientras jugaban, se subieron a un montículo de gomas. Durante la postguerra, en Europa se encontraban muchos de estos montículos de objetos que eran como símbolos de las recientes convulsiones. El comenzó a hurgar y de repente, en medio de un montón de basura, apareció una diminuta menorá, con sus delicados ocho brazos perfectamente formados. El niño miró largamente ese objeto que le resultaba familiar, pero que parecía transformado, como visto a través de un telescopio pero al revés. Lo levantó con cuidado, lo puso en su bolsillo, y lo llevó a su casa junto con el resto de sus tesoros.
La menorá llegó junto con mi padre en avión desde Hungría hasta los EE.UU., en 1947, en el último vuelo legal de salida del país antes de que el régimen comunista decidiera clausurarlos.
Mi padre la conservó hasta casarse, y esa diminuta menorá, después de muchas décadas, aún conserva un lugar de privilegio en el hogar de mis padres.
“Esta menorá me dio un mensaje entonces; que con jasdei Hashem, continúa transmitiéndomelo. Yo no sé cómo nuestra familia estuvo predestinada a sobrevivir el infierno mientras en torno nuestro tantos otros cayeron, tantas luces se extinguieron. Pero esta menorá, que un chiquillo encontró dentro de un montículo de basura, es la historia de Klal Israel escrita sintéticamente”.
“Y también la menorá nos crea la obligación hacia HaKadosh Baruj Hu y hacia Sus hijos de vivir una vida de Torá y Mitzvot, y de Kidush Shem Shamayim”.
|
|
|