La Voz Judía


La Voz Judía
Reflexiones sobre la Kristallnacht
Por Rabino Eliezer Gevirtz

La Noche de los Cristales Rotos

Pasaron ya más de siete décadas desde que Adolf Hitler lanzó su guerra contra los judíos a partir de la Kristallnacht, cuando el 9 de Noviembre de 1938 las hordas nazis destruyeron las casas de rezos judías así como sus lugares de trabajo.
Las cifras hablan por si mismas. En esa noche infernal la bestia nazi lanzó una muestra de barbarie que culminó con más de 200 sinagogas destruidas, 97 judíos muertos, miles de comercios de judíos incendiados y más de 20.000 judíos encerrados en campos de concentración.
Casi tres cuarto de siglo después, los hechos que sucedieron parecen, para quienes hoy tienen acceso a los mismos a través de la lectura, una ficción macabra e increíble. Sin embargo, para aquellos que lo experimentaron y que sobrevivieron, la Kristallnacht persiste en una historia no tan lejana y que sigue siendo una horrorosa pesadilla.
¿Por qué razón la Kristallnacht sigue produciendo una angustia estremecedora que evoca de tantas maneras distintas la palabra “horror”, incluso después de la guerra que se desató a partir de ella?
Para los judíos de Alemania, este hecho señaló el enfático final de una era. Hasta ese momento, algunos podían seguir siendo esperanzadoramente optimistas respecto a su futuro como Judíos Alemanes. En verdad, Hitler y sus leales fanáticos habían estado haciéndoles la vida insostenible a los judíos del Reich; pero ¿cuánto más lejos podían llegar realmente? Ellos no se atreverían a diezmar a los Judíos Alemanes que habían servido y beneficiado a su país tan grandemente, ¿no es cierto?
Los cristales y los huesos rotos de la Kristallnacht echaron por tierra todas sus ilusiones.
Eso les probó de una vez y para siempre, que los nazis no conocían los límites. La participación de la policía en esa asonada irracional dejó bien en claro que la violencia antijudía contaba con el respaldo oficial. Y la violencia estaba dirigida al corazón mismo del Judaísmo: al Beit Knesset.
Ese fue un nuevo intento de destruir al Beit Hamikdash. La sinagoga, como símbolo de la devoción hacia D”s y Sus leyes de moralidad constituían la absoluta antítesis de la ideología nazi, y por ende debían ser totalmente quemadas y destruidas. Se trató, claramente, de una guerra que enfrentaba a lo animal contra lo espiritual. Con la Kristallnacht esto se puso claramente de manifiesto, de un modo que nadie pudiera negarlo. Si algún beneficio puede haber tenido la Kristallnacht, fue que les abrió los ojos incluso a los judíos más negadores y que subrayó el hecho de que no había ningún futuro para los judíos en Alemania. Como consecuencia, algunos pudieron huir hacia sitios más seguros antes del comienzo de la guerra (en tanto que muchos judíos de Europa Oriental, que fueron mantenidos deliberadamente en un estado de ceguera en relación a su futuro, no se sintieron movidos a escapar hasta que ya fue demasiado tarde).
Desgraciadamente, muchos que sí buscaban refugio no pudieron hallarlo en un mundo tan isensible e indiferente.
En el curso de los seis años que siguieron, seis millones de judíos fueron asesinados, y la milenaria civilización judía de Europa fue toda barrida del mapa.
Actualmente, nosotros miramos atrás y lamentamos nuestras pérdidas: las de una nación más herida pero más sabia. Nunca más podremos confiar en que algún país supuestamente “civilizado” sea capaz de contener la presencia judía sin restricciones. Nunca más tendremos la ilusión de que los judíos obtendrán mayor seguridad ocultando su identidad. A los ojos de un no judío, un Judío es un Judío, sin importar los intentos que realice por cambiar su nombre o su apariencia.

Algunos testimonios

Así como la Kristallnacht representa el comienzo de la destrucción de los Judíos de Alemania, para algunas personas esos hechos fueron una señal para moverse a otros sitios y reconstruir. Los siguientes son algunos testimonios de dos hombres que vivieron esa experiencia y lograron sobrevivir.

Berlín: La Luz Eterna
Por Rabino Yejiel Arie Munk

Rabi Yejiel Arie Munk se dispuso a ocupar el lugar de su padre como Rav de Kahal Adath Isroel de Berlin, en 1936, cuando Rabi Ezriel Munk partió para Eretz Israel.
El 10 de noviembre de 1938, a la mañana siguiente de la Kristallnacht, Rabi Y.A.Munk fue convocado a la sinagoga para ser testigo de los resultados de los daños infligidos al edificio, por cuestiones de seguro. El gobierno alemán había dictaminado que luego de que se calculara el monto del daño a cobrar del seguro, el gobierno confiscaría dicho pago; y que entonces se le exigiría a la Kehilá que reintegre a la compañía de seguros el total de los pagos hechos al gobierno dado que, finalmente ¡había sido culpa de los judíos que los hayan atacado!
Cuando Rabi Munk y los inspectores entraron a lo que había quedado del edificio y que estaba todo en penumbras, mientras los auditores calculaban los daños hechos a los libros en Hebreo que estaban desparramados por el piso, vieron, a la distancia, una luz amarilla que provenía de un rincón de las ruinas. Era una Luz Eterna (Ner Tamid), la vela que funcionaba con una batería, que se prendía automáticamente cuando caía la energía eléctrica –tal como había sucedido en esa fatídica mañana, cuando toda la energía de la sinagoga había quedado destruida.
“¿Qué es esa luz?”, preguntó el agente de la Gestapo.
“Das eibige Licht”- la Luz Eterna, respondió Rabi Munk.
“Verfluchtete Juden-¡malditos Judíos!”, les espetó el agente de la Gestapo con envidia y admiración. “Ustedes los Judíos siempre van a persistir, ¿no es cierto?”

Frankfourt-am-Main
El Sefer Torá de Hirsch

Frankfourt-am Main era una fortaleza de la Ortodoxia alemana. Las noticias de que los nazis habían destruido el magnífico edificio de la sinagoga construida por la Kehilá fundada por mi bisabuelo, Rabi Samson Raphael Hirsch, satza”l, llegó hasta nuestra casa, y mi difunto padre, Dr. Mordejai Hirsch, satza”l, salió corriendo de la casa para ver qué podía recuperar de la sinagoga. Otros ya habían estado allí para salvar los sifrei Torá particulares que habían quedado depositados en el Arón Kodesh, para uso de la Kehilá.
Mi padre montó su bicicleta y comenzó a pedalear rumbo a la sinagoga, hasta ser detenido en el camino por una mujer judía de edad que le advirtió que se apartara de allí: los miembros de la Gestapo estaban golpeando y arrestando judíos en las proximidades de la sinagoga.
Mi padre esperó hasta estar seguro de que estaba a salvo. Finalmente, cuando llegó a la sinagoga, vio que el shamash estaba entregando todos los sifrei Torá que no habían sido destruidos. Nuestra familia tenía un pequeño rollo de Torá depositado allí que había sido especialmente escrito como regalo para mi abuelo, Dr. Wolf Hirsch satza”l, quien también era médico, por un paciente, como un presente en reconocimiento a sus servicios. El shamash le informó que alguien ya se había llevado ese Sefer Torá, pero le ofreció a mi padre otro mucho más grande en lugar de aquél. Y le dijo, suspirando, que si no lo tomaba, seguramente iba a ser destruido, ¡jalila!, D”s no lo quiera!. Mi padre aceptó el rollo de Torá y lo llevó a casa.
Luego de pasados algunos días, mi padre fue arrestado y encerrdo en Buchenwald por un período de tres semanas hasta que fue liberado. Mientras tanto, mi difunta madre, Else Hirsch hacía minuciosos planes para que abandonáramos Alemania. A los judíos no se les permitía llevar consigo dinero en efectivo, y la gente compraba todo lo que podía con cada peso que llegaba a sus manos, dentro de las limitaciones impuestas a los refugiados, que sólo podían llevar consigo dos bultos solamente.
Mi madre le encargó a un carpintero que construyera un cajón de tamaño corriente con doble fondo, a fin de que el pikadon familiar – el Sefer Torá que nos fuera encomendado- pudiera ser salvado ocultándolo en el intersticio entre el estante externo y el interno del fondo del cajón. Para el tiempo en que mi padre fue liberado, nosotros ya estábamos listos para irnos de Alemania con nuestros bultos, uno de los cuales contenía el rollo de Torá oculto.
Nuestra familia se estableció en Chicago, donde mi padre ejerció su profesión de médico, pero el Sefer Torá permaneció en su sitio oculto de donde sólo era sacado de tanto en tanto para ventilarlo y evitar su deterioro.
Sólo después de habernos mudado a Brooklyn el Sefer Torá volvió a ser utilizado como corresponde, en un minián que fue el precursor del famoso “Lakewood Minián”, en la Avenida 16ª. de Boro Park, y actualmente se encuentra en Monsey, Nueva York, junto con otros sifrei Torá…luego de haber recorrido un largo camino desde su hogar original en el imponente edificio de Kahal Hadat Yeshurún, de Frankfourt-am. Main. O tal vez, al fin de cuentas, no tan lejos del mismo…

 

La tribuna Judía 37

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