La Voz Judía


La Voz Judía
La historia de Rav Badil
Por Irwin Benjamin

Después de la Segunda Guerra Mundial, un hombre llamado Max Zuckerman llegó hasta Eretz Israel donde se estableció, se casó y tuvo un hijo. De nombre le pusieron Baruj en memoria del nombre de su propio padre, quien había perecido en el Holocasuto.
Poco tiempo después del Bar Mitzvá del niño, su madre, la esposa de Max, falleció.
Pasado el período de duelo, Max y Baruj tuvieron una charla. Max Zuckerman consideraba que él era un buen comerciante y decidieron que para poder desarrollar mejor todas sus capacidades él debía ir a los EE.UU.
Baruj, sin embargo, se negaba a irse de Eretz Israel. El estaba estudiando bien, sentía una verdadera conexión con la Tierra y no quería acompañar a su padre.
Max amenazó a Baruj con que si no se iba junto a él, se las iba a tener que arreglar por su propia cuenta; Max no le brindaría más ningún tipo de ayuda. Pero esto no le hizo cambiar de opinión a Baruj. El padre, sintiéndose herido pero seguro de que su hijo lo seguiría en poco tiempo, organizó su traslado dejando a Baruj solo en Eretz Israel.
Baruj sufrió mucho. El estudiaba todo lo que podía pero tenía que trabajar para mantenerse pese a su corta edad. No obstante, careciendo de habilidades especiales y de contactos, no le resultaba fácil encontrar trabajo.
El amor que sentía Baruj por las mitzvot y por Eretz Israel nunca disminuyó. El se casó, formó una familia numerosa, pero de alguna manera, sobrevivía gracias a siyatá diShmaya. Su trabajo de medio día en un restaurant local, donde limpiaba las mesas, barría el piso y lavaba los platos, le daba muy poco dinero. Pero le dejaba tiempo libre para rezar apropiadamente, estudiar Torá, y prestar atención a la educación de su numerosa familia. El era pobre pero feliz.
Baruj trataba de mantenerse en contacto con su padre pero sólo podía hacerlo en forma limitada; ellos hablaban de tanto en tanto.
En cuanto a su padre, con él la historia era completamente diferente. Al poco tiempo de llegar a los EE.UU. logró alcanzar un impresionante éxito, tal como lo había adelantado. Sin embargo, para horror del hijo que había dejado atrás en Israel, Max se había vuelto a casar con una mujer no judía. Poco después había tenido un hijo con su nueva mujer al cual llamó Jonatán. Cuando Jonatán creció, trabajó junto a su padre en el lucrativo negocio que había construído.
Los dos medio hermanos tenían algún contacto entre sí, pero no demasiado. Cada vez que Baruj hablaba con su padre, lo cual no sucedía muy a menudo, Max resaltaba las virtudes de Jonatán.
Pero sucedió que, de manera repentina, Max se enfermó. Su abogado, Ted Robbins, un judío no religioso, le telegrafió a Baruj diciéndole que debía viajar en forma inmediata a los EE.UU. dado que su padre se encontraba en una situación crítica. Desafortunadamente, para el tiempo en que Baruj llegó a los EE.UU., su padre ya había fallecido.
El Sr. Robbins citó a ambos hermanos a su oficina y les leyó la última voluntad de Max Zuckerman. Para sopresa de Baruj, la fortuna que había hecho su padre alcanzaba la impresionante cifra de 50 millones de dólares. La mitad de esa suma quedaba para Jonatán y la otra mitad para Baruj.
Jonatán pegó un salto. “Tú no te mereces ni un centavo del dinero de mi padre!”, gritó. “Sólo te contactabas de vez en cuando con mi Padre, mientras que yo, en cambio, siempre estuve presente para él. Y yo fui el único de ambos que dirigió junto con él sus negocios. ¡Tú no!”.
Pese a las protestas de Jonatán, Mr. Robbins declaró legalmente cumplida la voluntad en ese acto y comenzó a redactar los dos cheques, uno para cada hijo.
Entonces Jonatán lanzó una bomba.
“Por favor, señor Robbins”, comenzó a decir, “terminemos rápido con esto dado que yo quiero cremar el cuerpo de mi padre”.
Baruj quedó atónito. Se sintió espantado.
“Jonatán, por favor, déjame llevar el cuerpo de mi padre a Israel, donde yo pueda cuidar de que tenga un entierro judío como corresponde”, le rogó Baruj, “y la ley de la Torá ordena un entierro a la manera tradicional”.
Jonatán, quien aún destilaba odio por el testamento de su padre, giró su rostro hacia su hermano diciendo: “Yo tengo la autoridad para disponer del cuerpo de papá como a mi me plazca”. “Pregúntale a Mr. Robbins si no me crees”.
Baruj miró a Mr. Robbins a los ojos y comprendió de inmediato lo que sucedía aún antes de que el abogado le dijera: “Lo siento Baruj, pero Jonatán tiene razón. De acuerdo a lo que figura en el testamento, Jonatán es quien tiene el poder de decidir qué se hará con el cuerpo de tu padre”.
Sin dudarlo, Baruj le dijo: “Jonatán, yo te daré un millón de dólares si me permites llevar el cuerpo de mi padre a Israel”.
El Sr. Robbins se quedó con la boca abierta. Pero la cerró rápidamente, seguro de que Jonatán tomaría en cuenta esa propuesta para incrementar su fortuna tan fácilmente.
Incomprensiblemente Jonatán se negó.
Baruj quedó confundido.
“Jonatán”, dijo entonces, “la mitzvá de kivud av, el mandato de la Torá para honrar al padre de uno, exige que yo no permita que el cuerpo de mi padre sea cremado si está en mis manos el evitarlo. Por lo tanto, te ruego que seas respetuoso de ello y yo le diré al Sr. Robbins que redacte ese cheque , no por un millón de dólares, sino por cinco millones. Sólo permíteme llevar a papá de vuelta a Israel”.
El abogado estaba estupefacto. El había escuchado algo sobre los mandamientos de la Torá, pero no podía creer que un judío gastara cinco millones de dólares para cumplir con uno de esos mandamientos.
Impresionado en extremo ante la actitud de Baruj, se volvió hacia Jonatán y le dijo: “Jonatán, ¿cuándo volverás a tener la oportunidad de ganar la tremenda suma de cinco millones de dólares con tanta facilidad? Déjalo que entierre a tu padre como quiere y terminemos con esto. Tú sales ganando.”
Pero Jonatán no era ningún tonto. Al darse cuenta de lo fuerte que era la devoción de Baruj por esa mitzvá y de su firme determinación por cumplirla, Jonatán se puso más intransigente aún.
El se volvió hacia Baruj y con una tenue sonrisa en sus labios le dijo “En verdad yo no soy un tipo con un corazón tan duro, Baruj. Si eso es lo que tú crees que papá hubiera querido, yo no me interpondré en tu camino. Firma por el total de los 25 millones y el cuerpo es tuyo”.
Sin pestañar, Baruj aceptó.
Atónito, el Sr. Robbins le extendió los papeles y Baruj dejó su oficina con la documentación que le permitiría trasladar el cuerpo de su padre hacia Eretz Israel para su entierro.

Cuando yo escuché esta historia y pensé hasta qué extremos había demostrado ese hijo su mesirat nefesh con tal de cumplir con la mitzvá de kivud av, se estremeció mi corazón. Esto me retrotrajo hasta los viejos tiempos, cuando yo vivía con mi madre y cada mitzvá era preservada como un hecho de vida o muerte.
La historia me motivó para transmitirles a mis niños esa vivencia.
Sucedió que el Sr. Robbins quedó tan estupefacto con lo que Baruj Zuckerman había hecho en su oficina aquel día que también él se transformó en un hombre nuevo. Y decidió que a partir de entonces observaría las leyes de cashrut y respetaría otras mitzvot. Y también les dio a sus hijos una educación judía en una ieshivá de Brooklyn.
Baruj volvió a Israel. Luego de darle a su padre una apropiada sepultura, siguió, como antes, estudiando Torá, cumpliendo mitzvot, y…limpiando mesas en el restaurant.
Después de todo, él tenía una numerosa familia que mantener.

 

La tribuna Judía 35

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