Allá por el año 1692 sucedió en Salem, Massachusetts la famosa “quema de brujas”. Debido a que los datos históricos con que contamos, no son necesariamente fehacientes, lo que sigue es nada más que la posible narración de uno de los episodios que marcó el juicio a las mujeres acusadas de practicar hechizos.
-“No, ¡no soy bruja!”.
-“¿Cómo puede demostrar que no es bruja?”
-“No soy bruja, pues concurro a la iglesia, visto de acuerdo a lo que me indican allí, tengo 35 conocidas que pueden dar testimonio de mi Buena conducta, y estoy el día entero en la plaza principal vendiendo manzanas. En todo este tiempo jamás alguien me podrá haber visto moviendo mis brazos para echar un maleficio a nadie.
-“¡Gran cosa!, Obviamente Ud. hace todo eso que dice, pero quizás Ud. es bruja en su tiempo de ocio. Quizás Ud. sabe embrujar sin mover sus brazos o sus labios, y aquellas 35 personas a las que hace alusión, posiblemente estén todos bajo su conjuro. Dado que Ud. No puede demostrar que Ud. no es bruja, la tendremos que castigar.
Lejos de vivir en una época de quema de brujas (¿las habrá hoy?), lo que no desapareció en absoluto es la falta de presunción de inocencia de los demás, aun cuando se trata de los que nos rodean y con quienes interactuamos a diario.
R. Israel Salanter, en sus 13 máximas de vida, cuenta la “Menujá”, como uno de los ejes a trabajar en el crecimiento personal. “Menujá”, en este contexto, no se refiere al descanso físico que suele ser muy necesario y útil. En cambio, Menujá sí es la paz espiritual indispensable para funcionar como corresponde: con D”s y con los seres humanos.
Esta serenidad no es un atributo fácil de lograr en un mundo convulsionado donde los cambios se producen. A velocidad vertiginosa, o así nos lo hacen creer los medios de comunicación, que proveen noticias sensacionalistas a fin de se ácil de lograr en un mundo convulsionado donde los cambios se producen. A velocidad vertiginosa, o así nos lo hacen creer los medios de comunicación, que proveen noticias sensacionalistas a fin de ser escuchados y vender más, constantemente.
Para contrarrestar esta postura y lograr la calma, se debe profundizar la fe en el Todopoderoso, que es Quien determina todo lo que sucede, y por ende, es el responsable de todas esas cosas que nos ocurren, que nos irritan y que nos predisponen mal.
Al mismo tiempo, la armonía interior se logra a través de la toma de conciencia del orden de prioridades en lo que pretendemos en la vida. El espacio que nos permitamos para reflexionar acerca de qué cosas son realmente importantes en nuestro quehacer y cuales otras son solamente secundarias, nos permitirá decidir cuánta dedicación y cuánta ansiedad aplicar a cada tema en el contexto de lo demás. Si logramos juzgar cada situación en relación a nuestra escala de valores genuina, alcanzaremos el equilibrio emocional que buscamos.
Recordemos: No hay felicidad sin tranquilidad, y no hay tranquilidad a menos que se la quiera vivir.
Como padres queremos inspirar confianza en nuestros hijos, pues solamente con la tranquilidad nuestro mensaje va a prevalecer por encima de las múltiples y tentadoras ofertas que se le propongan a lo largo del camino, especialmente cuando se encuentren en un terreno espiritualmente hostil. Y ya sabemos: la confianza es tan difícil de alcanzar y tan fácil de perder…!
Uno de los puntos delicados en la de por sí ardua tarea de educar, es encontrar el punto de proporción óptimo entre la credulidad y la suspicacia.
Obviamente, ambas son necesarias. Por un lado, no queremos que a nuestros hijos “los tomen por tontos”, o los “atropellen”. Queremos que sean “vivos” y se defiendan en un mundo corrupto. Sin embargo, por otro lado - la persona desconfiada suele generar recelo en sus interlocutores. En los casos más extremos, suele sospechar de su propia sombra. Su vida, no es vida, pues no llega jamás a ser feliz. ¿Dónde está el término medio?
Esta no es una pregunta a la que le podamos dar una fácil respuesta, pues va a variar en la gran cantidad de coyunturas posibles que se les presenten a nuestros hijos.
No obstante, no olvidemos de diagnosticar nuestro acopio de impresiones. Vivimos ansiosos, casi en permanente estado de inminente angustia.
Un huracán que arrasa con una ciudad, subtes de una capital que son destruidos, la inseguridad en la esquina de la casa de uno.
Ya adquirimos el hábito de alarmarnos continuamente. Esto no es saludable. No olvidemos que de todas las percepciones que llegan a la mente de nuestros hijos, prevalecen las que más nos estremecen. Los mensajes negativos son más fuertes que los positivos.
Los padres tenemos la Mitzvá de educar a nuestros hijos. Por naturaleza, también los amamos. Si bien ese amor no es un precepto específico respecto a los hijos, es espontáneo y ayuda a formar un vínculo íntimo.
En ciertas oportunidades, sin embargo, es evidente cómo la supuesta defensa o auxilio por parte los padres es en realidad una apología narcisista: le “tocaron” al hijo de uno. Muchas veces, esos padres, con el mismo espíritu egoísta, son los que más hieren a sus hijos en distintas formas…
No obstante, en el instinto natural está la predisposición a salir a proteger a nuestros hijos en cualquier situación que percibimos que puede ser riesgoso para ellos. Si no llegáramos a “defender” lo que creemos es bueno para ellos, nos sentiríamos culpables de haberlos abandonado. Esto nos lleva a casos en los que - posiblemente - ese sentimiento de fragilidad (por no ampararlos suficientemente) nos lleve a obrar (desafortunadamente aun delante de ellos) de manera que no los beneficia en su auténtica educación. Creemos que los defendemos, pero en realidad les causamos un daño a largo plazo.
Hay un punto más a tomar en cuenta:
Una de las características más notables en aquella sociedad que confía en que todo se tiene que poder en la era de la tecnología y que identifica la inexcusable eficiencia y los logros irrevocables con el valor de persona que uno es. O sea: hay que ser Superman. No se puede fallar. Nunca. Fallar es pecado. Es demostrar que uno es… un ser humano.
No es malo aspirar llegar a la perfección. Sin embargo - ¿podemos mostrar que somos vulnerables? Hasta cierto punto, sí. ¿Debemos enseñar a confiar en la bondad y en la sinceridad humana? Sin duda que sí. Es la base de la convivencia entre las personas. En particular, es importante inculcar a los niños a confiar en los maestros. Elegimos la escuela con los docentes que mejor nos van a representar en nuestra escala de valores. De no ser así, debemos educarlos nosotros en casa. Los maestros no son funcionarios políticos. Más allá de instruir cierta disciplina a nuestros niños, pretendemos de ellos que nos personifiquen a nivel humano. Como modelo de vida que pretendemos que sean para nuestros hijos, igualmente no son menos falibles que nosotros mismos. Si aplicamos en ellos la actitud corriente de presunción de culpa salvo que demuestre su inocencia, nos estaremos incriminando a nosotros mismos.
Los hijos observan a los padres. Son los más sagaces fiscales. Saben detectar los sentimientos más íntimos, y aprenden. Con el tiempo, van a copiar la actitud de sus padres - pero esta vez contra la voluntad de los propios progenitores...
En una escuela sucedió un accidente: la puerta de la camioneta escolar en la que viajaban los niños, se abrió y uno se cayó. Afortunadamente, la caída fue leve y no se tuvo que lamentar heridas.
Sin embargo, la actitud de recelo no se hizo esperar: “andá a saber si tenía los papeles del auto en orden”, “¿por qué la maestra no estaba mirando?”.
¿Por qué pensar bien, si se puede pensar mal…?
Una de las Mitzvot que se exige de cada judío, es juzgar al prójimo “hacia el lado positivo de la balanza” cuando se lo encuentra en un estado en el que se puede confiar o sospechar (Pirkei Avot 1:6). Leemos en Dvarim (16:20): “Justicia, justicia perseguirás”, no se refiere a aquel a quien se le ha causado un daño y que acude a la justicia para defenderse. Esto es obvio. Justo se debe ser respecto a la evaluación de las actitudes del prójimo con las que nos cuesta identificarnos.
Encontramos en el Sidur, en la Amidá diaria, un pedido para que D”s reestablezca la justicia y los jueces como en los días de antaño. En aquel texto, pedimos a D”s que “reine sobre nosotros con jesed verajamim (bondad y misericordia) y vetzadkeinu bamishpat (nos absuelva en el juicio). Evidentemente, el atributo de la generosidad es el que permite que se exima al compañero. La falta de esa nobleza, es la que nos hace ver todo lo de los demás con ojo intransigente e inflexible.
No es simple el reto que debemos enfrentar: en una sociedad intranquila, crear una isla de justicia y paz en nuestro hogar, que llegue hasta nuestra alma - y la de nuestra familia.
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