Shlomo Musayoff, uno de los hombres más ricos del mundo, que vive seis meses por año en su departamento de Londres y otros seis meses en su departamento del Hotel Dan, en la costa de Israel, tiene 87 años. Su vida acompañó las idas y vueltas de la historia judía desde el momento de su nacimiento.
Lleva el nombre de su ilustre abuelo, Rav Shlomo Musayoff, quien emigró a Israel desde Bukhara en 1890 y ayudó a construir el barrio Bukharim en Jerusalem. Además de ser un distinguido mekubal, él fue un prudente hombre de negocios. El construyó la Sinagoga Musayoff, que es famosa hasta hoy, y fundó el primer Talmud Torá Sefaradí en Ierushalaim. Era un acaudalado comerciante y coleccionista de antigüedades que tenía más de 300 manuscritos que databan desde el siglo XIV hasta el XIX; también tenía monedas antiguas, ropa de seda con adornos de oro, joyas, porcelanas y otros múltiples objetos.
Su nieto, Shlomo Musayoff fue el mayor de 12 hijos que crecieron en un modesto hogar en la calle Strauss 24. Nacido poco después del fallecimiento de su abuelo, su padre hizo un voto de que su primer hijo dedicaría su vida al estudio de la Torá. Pero a la edad de 3 años, el niño se negó a ir al jeder. “Mirando hacia atrás, yo sufría de dislexia. Pero ¿quién sabía en esos tiempos lo que era la dislexia? Todo lo que ellos sabían es que yo era un niño que no quería estudiar”, dice.
Rápidamente se convirtió en la oveja negra de la familia.
A los 12 años estalló una crisis: él estaba maniobrando una lámpara de kerosen cuando algo falló y la lámpara explotó. Y la paciencia de su padre también estalló y le informó a su hijo que tan pronto como cumpliera 13 años y ya no necesitara depender de él, debía abandonar el hogar.
Sintiéndose humillado, Shlomo permaneció en silencio unos instantes y entonces le dijo a su familia: “Voy a hacérselos más fácil. No tienen que esperar a que cumpla los 13 años. Yo me voy ahora de casa”.
Desde entonces, Shlomo se las arregló por si solo. Se fue a la sinagoga Musayoff donde pasó meses sentado en una de las butacas llorando, mientras los gabaím, que se apiadaban de él, lo alimentaban. De noche lo mordían las chinches que salían de la madera y le provocaban dolorosas ronchas. Se despertaba todos los días a las 4.30, hora en que los yemenitas llegaban a la sinagoga para el primer minián. El minián más largo que venía a continuación, el de los mekubalim, compartía con el niño el café turco cuyo horrible sabor recuerda hasta hoy en día. El joven Musayoff pronto se convirtió en un eficiente jazán.
Después de dicho minián en la sinagoga Musayoff, él iba al shtiblaj de Zijron Meir, donde la gente se apiadaba de él y le daba sus golosinas que lo ayudaban a calmar el hambre.
La humillación sentida en la última charla con su padre le impidió intentar un nuevo encuentro. Pero 12 años más tarde recibió una sorpresiva llamada telefónica en Londres de su padre. Con lágrimas en los ojos Shlomo recuerda las palabras del mismo: “Hijo mio, voy a morir dentro de las próximas 24 horas y quiero que vengas y estés a mi lado”. No obstante sus esfuerzos por llegar hasta Israel, al arribar su padre había fallecido y sólo pudo estar en la levaiá. “Yo no pude despedirme de él y eso es algo que me faltó siempre”, dice.
Su agudeza para los negocios lo llevó a hacer sus primeros pesos comerciando monedas que encontró en las cuevas de Sanhedria. Pero su primer ingreso importante provino de unos restos de plomo que cortó de una tumba y vendió en el mercado armenio. En su último intento, la policía lo detuvo acusándolo de robo y lo envió a una escuela para delincuentes juveniles en Tul Karem, donde el 90% de los internos eran árabes y el 10% judíos. El encargado de los chicos judíos era un hombre violento que les pegaba, y por esa razón él dijo ser árabe y así fue enviado al sector árabe. Los nueve meses que pasó con los delincuentes árabes le permitió aprender el idioma a la perfección pero también conocer su carácter, patrones de comportamiento, hábitos y códigos. Ese conocimiento lo ayudó enormemente años más tarde cuando se convirtió en un famoso vendedor de antigüedades para el mundo árabe.
Al ser liberado de la escuela para delincuentes juveniles, a los 16 años, retornó a las cuevas de Sanhedria, pero dado que las antigüedades de las cuevas ya habían sido explotadas, el solitario joven decidió incorporarse al ejército inglés para al menos tener comida. Más tarde fue enviado a Italia. Su interés por las antigüedades seguía presente.
Shlomo se casó y se estableció en Jerusalem. Abrió un local en el Hotel President, donde vendía souvenirs, y la vida parecía empezar a ordenarse. Pero durante la Guerra de la Independencia fue tomado prisionero por los jordanos y pasó varios meses en cautiverio. “Yo compartí la cárcel jordana con jasidim Breslover; no teníamos nada que hacer, así que empecé a estudiar con Rav Shaar Iashuv HaKohen, quien actualmente es gran rabino en Haifa”, dice. “Ese fue un período placentero”.
Como muchos otros, durante las primeras décadas del estado, Musayoff fue perseguido por el gobierno que lo acusaba de ocultar mercadería y no pagar impuestos. Recibió todo tipo de advertencias de penas y castigos que recibiría, pero él no entendía qué le pedían dado que hacía una vida sencilla. Una noche de Shavuot irrumpieron en su casa 12 inspectores con una orden para ver la mercadería que había contrabandeado sin pagar impuestos. Pusieron la casa patas para arriba pero no encontraron nada. Pocos días después confiscaron toda la mercadería de su negocio y la pusieron en venta en el mercado de Majané Yehuda. “Esa fue la gota que hizo rebalsar el vaso”, dice. “Yo amaba Israel pero acá había mucha maldad. Ellos no comprendían la santidad de la tierra. Nosotros veníamos del Galut y seguíamos en el Galut. Sólo el Galut es peor que esto. Yo ya compré un terreno para mi tumba y las de mis familiares. Yo quiero ser enterrado en esta tierra que es herencia de nuestros padres. Yo creo en Borei Olam y quiero ser enterrado en la tierra que El le entregó al pueblo judío”.
En los años ’60, Shlomo se fue a vivir a Londres. “Aquí fui bien recibido. Fui a un banco y enseguida me dieron un préstamo para abrir un comercio. Yo abrí un negocio de diamentes y tuve mucho éxito”.
“Yo nunca gané un centavo con un judío; yo sólo hice donaciones para los judíos. Todos mis negocios los hago con los árabes. Yo conozco su mentalidad y su idioma. Si querés hacer la paz con los árabes tenés que conocer su lengua, si no es imposible”.
Completamente lúcido a sus 87 años, Musayoff dice que nunca olvidó su neshamá y por lo tanto recibe todos los días a dos javrutot que van a estudiar con el Guemará. Además, el Fondo Musayoff subsidia las actividades de la Sinagoga que lleva su nombre, realiza donaciones al hospital Maayanei Hayeshuá de Bnei Brak, y da dinero a la organización médica Ezrá LeMarpé, del Rav Elimelej Firer. Cada año, en Iom Kipur, viaja a Ierushalaim para asistir a la sinagoga Nissan Beck, donde reza.
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