La Voz Judía


La Voz Judía
El temor al miedo
Por Rabino Daniel Oppenheimer

Comenzaremos hoy con una curiosidad muy cercana, y sin embargo, muy engorrosa para la mayoría de nosotros - judíos creyentes y observantes, pues no somos específicamente teólogos.
¿Cómo podríamos describir nuestro vínculo con el Todopoderoso? ¿es, acaso, posible definirlo?
¿Nos parece una pregunta difícil de responder? (Suponiendo que la respuesta fuese afirmativa...) ¿Por qué?
Pues aun si concurrimos a la sinagoga asiduamente, nos cuesta precisar la naturaleza de un vínculo con un Ser que es tan real y debiera estar tan presente para los judíos a pesar de que no se Lo puede ver y no interactúa con nosotros en el mismo nivel en que lo hacemos con nuestros congéneres con quienes estamos habituados a desenvolvernos día a día. Lo cual significa, que es muy posible (y de hecho, lamentablemente frecuentemente lo es...) que un judío rece tres veces al día, semana tras semana, año tras año, sin sentir que el Ser a Quien Le está dirigiendo la palabra en aquel momento tiene una relación personal e íntima con él. Cuesta creer auténticamente que Quien escucha está realmente atento a lo que uno está diciendo (posiblemente esto se deba a que cuesta que uno mismo atienda la palabras que pronuncia mecánicamente con su propia boca...).
Si profundizamos en la traducción de nuestros rezos, nos encontraremos con el hecho que nuestra manera de dirigirnos al Todopoderoso es muy variada. No Lo llamamos siempre de modo uniforme. Nos dirigimos a Él en virtud de ser “nuestro Padre y nuestro Rey”. Lo titulamos a su vez como “nuestro Padre, Padre Misericordioso”, el “Santo”, D”s de la Huestes, etc.
Estos términos pueden parecer más bien abstractos, dado que usamos estas expresiones en nuestra vida cotidiana con elementos o situaciones que difícilmente se podrían aplicar al Creador. Un padre de carne y hueso, es una persona que nos cuidó desde que somos bebés a quien respetamos y q uestes, etc.
Estos términos pueden parecer más bien abstractos, dado que usamos estas expresiones en nuestra vida cotidiana con elementos o situaciones que difícilmente se podrían aplicar al Creador. Un padre de carne y hueso, es una persona que nos cuidó desde que somos bebés a quien respetamos y queremos, que lo queremos tener cerca por muchos años, quien es también físicamente vulnerable y puede llegar a equivocarse, pero en quien confiamos que desea lo mejor para nosotros. Un rey humano (de los reyes de antaño que creían ejercer el poder absoluto), también es físicamente vulnerable y frágil pero exhibe una imagen de soberanía, autoridad y fuerza. Sin embargo, un día está y al otro desapareció.
Difícilmente podamos atribuir estas debilidades a D”s. Sin embargo, definen para nosotros una actitud que debemos crear en nuestra mente y que se relaciona con Parshat Ekev. En esta lectura nos encontramos con el precepto de “temer al Todopoderoso”. Pasamos a citar el pasaje de la Torá:

“¿Y ahora, Israel, qué es lo que HaShem tu D”s pide de tí, sino que temas a HaShem tu D”s...?” (Dvarim 10:12)

¿Qué significa eso de temer a D”s? ¿Es preciso vivir en cuna situación de continuo pánico para ser un buen judío? Si una persona vive una vida honesta, alegre y tranquila cumpliendo el resto de la Mitzvot... ¿deja de ser un buen judío?
Lamentablemente me encontré frecuentemente con personas que viven su “judaísmo” de esta manera. Es decir, creen entender que D”s está ocupado buscando oportunidades de enojarse con nosotros y, cuando obran de modo que creen correcto y dejan de hacer las que acciones que entienden equivocadas, es porque esgrimen que “es pecado, es ‘jaram’, D”s te va a castigar”.
Esto modo de actuar no es “judaísmo”. En todo caso, está más cercano a la superstición, y es básicamente la manera de pensar que tenían los idólatras de todos los tiempos y alejó a muchos judíos pensantes de su judaísmo (la gente no quiere vivir su vida creyendo que será castigada por todo lo que hace). Esto no quiere decir que los castigos no existan. Justo por lo contrario: existen, y son mucho más “reales” de lo que podemos imaginar. La Torá es muy clara al respecto. No obstante, esta no es al razón por la cual debemos obedecer los preceptos.
El temor al cual nos ordena la Torá no es un terror y angustia por el castigo, sino - en primer lugar - una aprensión a arruinar todo lo bueno. Cada individuo posee un vínculo personal con D”s y una misión específica que debe cumplir. El temor genuino pasa por la conciencia de la perspectiva de faltar a la expectativa y la “inversión” depositada por D”s en cada uno de nosotros.

El Ba’al Shem Tov nos enseñó una idea original respecto al significado de las palabra “Ir’at Shamaim” (temor del Cielo) con un ingenioso ejemplo:
Un padre advierte a su hijo a ser cuidadoso al cruzar la calle. Si teme que su hijo no le esté prestando atención, le avisa que si lo ve cruzando la acera sin mirar hacia ambos lados, no le permitirá salir solo de la casa. Cuando el padre observa que sus advertencias han sido desoídas, entonces castiga al niño tal como se lo había comunicado con antelación. El niño cree que el padre lo está castigando por el enojo de haber desobedecido a su padre. En el futuro se cuidará más por temor a volver a enojar a su padre y para evitar así la repetición de la mala experiencia de la punición. Sin embargo, en realidad el que realmente “teme” es el padre, quien es conciente del riesgo de cruzar la calle sin mirar hacia los costados. ¿Por qué? Pues ama a su hijo y no quiere que le ocurra ningún daño.
De este mismo modo, aquello que los seres humanos podemos llegar a temer porque sentimos que nuestra mala conducta puede provocar un castigo Di-vino en realidad responde a una manera muy ordinaria y limitada de “ver” las cosas... (“Living each week” de Rabbi Abraham Twerski shlit”a Mesorah/Artscroll - Ekev)

Entendemos, entonces, que el temor legítimo y deseado es el de no llegar a estropear lo bueno, lo santo, lo eterno en nosotros. En la medida en que una persona contempla la belleza de la Creación, y la importancia que D”s le dio a cada criatura, y - en particular - a él mismo, crece su responsabilidad en lo que le atañe a cumplir su misión en el mundo. Hablamos entonces de una persona que posee verdadera “Ir’á”. Esto no es un concepto abstracto y lo puede lograr cada uno que se lo proponga seriamente.

Escuché también una parábola al respecto en el sentido de que con el mayor conocimiento, y con las capacidades adicionales crece también la responsabilidad que provoca Ir’á. No es lo mismo errar en un trabajo tosco y ordinario que en una tarea de precisión: en la medida que la obra sea más delicada, tanto más crecerá la obligación de que se lleve a cabo con más cuidado.
Un rey había entregado a un grupo de albañiles la tarea de hacer una obra en un jardín. Un empleado cavó una zanja a más de un metro de donde estaba planificada. El rey se enojó, lo obligó a llenar la zanja y volver a cavar en el lugar correcto. Más tarde uno de los joyeros artistas que estaba tallando una piedra preciosa muy cara para la corona del rey desvió el corte por un milímetro causando un perjuicio enorme. La furia del rey no tuvo límite. El joyero se quejó amargamente por la injusticia: aquí el obrero se había equivocado por más de un metro y recibió una sentencia leve; ¡¿porqué a él lo juzgaban con tanta severidad?!
“¡Tonto!” - le respondió alguien - “tu ‘pequeño’ error sucedió en una muy cara piedra de la corona del rey” Allí cada milímetro vale más que kilómetros y kilómetros de tierra”.
Depende entonces del reconocimiento de que se está labrando “la corona del Rey” - eso es “temor a D”s”.

Un amigo me comentó la siguiente hermosa reflexión que sin duda ayudará a comprender la progresión del crecimiento espiritual del judío. Así me lo transmitió: “El Jafetz Jaim - con relación al precepto positivo del “temor a D”s”, considera que todo judío crece espiritualmente en su relación con Hashem a lo largo de un proceso que posee tres niveles, siendo cada uno de ellos prerrequisito para el siguiente:
1. el temor de D”s/ Ir’á;
2. el amor a D”s/ ahavá; y
3. el enlazar nuestra existencia a D”s/ Deveikut. El Jafetz Jaim agrega que para avanzar en este proceso el judío debe esforzarse en emular a Hashem en cada momento de su vida. Veo que para ello la Torá es nuestro mapa y nuestra meta y la Halajá el camino definido por nuestros Sabios”.
Es por eso que hablamos de D”s como Rey y como padre. El temor crea la distancia reverencial que se debe experimentar pensando en la Perfección de la creación al mismo tiempo que se debe amar al Todopoderoso y sentir la íntima confianza al dirigirse a Él, como lo simboliza el término de Padre. Si la persona llega a observar estos dos preceptos, alcanzará el disposición justa que la Torá espera de nosotros.

 

La tribuna Judía 31

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