La Voz Judía


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Ba’alat Teshuvá: “Después de diez años, lo logré”

Tal como le fue relatado a Sheindel Weinbach
Pasaron ya más de 10 años desde que me convertí en una ba’alat teshuvá, vale decir, desde que realmente empecé a conservar el Shabat como corresponde, poco tiempo antes de mi matrimonio. Y esta semana hice el agradable descubrimiento de que ya había alcanzado la meta. Finalmente sentí en mis huesos y en mis entrañas que había llegado al grado que deseaba.
Yo estaba sentada en la sala de espera de mi dentista, con la “caja boba” sobre mi cabeza, mirando un comercial en lugar de a mi misma (los libros y las revistas que había allí eran todavía más estúpidos que la televisión), tuve repentinamente un sentimiento de que algo estaba mal.
Es cierto, yo se igual que ustedes que el problema no era del televisor. No es que me estuviera hablando a mi, para nada. Pero yo tampoco podía apagarlo y ponerme a rezar de mi libro de Tehilim frente a él. Incluso hace diez años atrás yo ya era lo suficientemente inteligente y sensible como para darme cuenta de que lo que él representaba era todo lo malo, y que en cambio, una vida de Torá significaba todo lo bueno.
¿Habrá sido que tuve ese extraño sentimiento frente al impacto cultural de ver “la caja” nuevamente después de no haberla tenido durante un período de tiempo? Yo creo que nunca voy a llegar a un estado de cerrar mis ojos muy fuerte y taparme los oídos con las manos para dejar afuera las cosas cada vez que me vea expuesta a ellas momentáneamente. Aunque a decir verdad no me preocuparía si mis nietos llegaran a ese estado, piénsenlo bien…
Entonces, ¿qué fue lo que me sublevó si la “cosa” esa sólo estaba pasando un estúpido comercial? Fue una sensación horrible, créanmelo.
Yo hice lo que debí haber hecho desde un comienzo: entorné mis ojos y dirigí mi atención a mis pensamientos interiores. ¿Sería tal vez el estúpido mensaje de esa publicidad lo que me estaba molestando?
Era inocua, tonta e inofensiva; entonces ¿qué era lo que estaba realmente mal?
De repente me di cuenta, y tuve la sensación de querer gritar diciéndoles a todos “Eh, amigos, ¡yo lo conseguí! ¡yo pertenezco! ¡Mis reflejos funcionan sincronizadamente!
Prácticamente sin mirarlo yo me había dado cuenta de que la gente que aparecía en el aviso publicitario estaban comiendo golosinas y chocando sus vasos que contenían una bebida gaseosa marca X. ¿Y qué?
¡Ellos no habían hecho la ‘berajá’!
¡Era eso lo que me había chocado! Era como una cosa nebulosa que venía desde una zona desconocida del inconciente y atravesaba la frontera de la conciencia. Eso me había perturbado lo suficiente como para hacerme sentir incómoda incluso antes de que pudiera focalizar la razón de mi malestar.
En algunas ocasiones, un ba’al teshuvá tiene pesadillas que le hacen creer que puede pasar malos momentos en público en situaciones imprevistas, dado que sus instintos no están aún lo suficientemente maduros. Pero ahora, yo de repente me sentí a salvo; ¡sí! ¡mis reflejos anti-virus estaban funcionando, incluso en lo más profundo de mi ser!
El resto del día lo pasé en ese estado de semi-euforia (que no tenpía nada que ver con que ya me había ido de lo del dentista). Esa revelación que tuve le puso a cada cosa que hice un color rosa, rosa, rosa.
Ese mismo día, más tarde, hice algunos arreglos para alquilar un departamento en Natanya por una semana, para mí y mis hijos, compartiéndolo con una amiga y sus hijos. Nada de maridos para esa ocasión. Para asegurarme de que se adecuaba a nuestras necesidades, decidimos viajar al día siguiente y echarle una mirada, sacar todo lo que fuera frágil antes de realizar en descenso masivo al departamento, y pasar la tarde en el mar.
Yo adoro el mar. No recuerdo cuándo fue la última vez que fui a la playa. Debe haber sido en mi “otra” vida. Apenas sentí el olor de la sal y la humedad del mar empezó a mojarme, la euforia del día anterior volvió a instalarse en mí. Esto era celestial: el cielo, la tierra y el mar, y un espléndido y maravilloso mundo desplegándose en torno a mí en todas las direcciones, abrazándome, dándome calor a través del amor de Hashem, tan infinito como el cielo y tan ancho como el mar.
Sencillamente me sentía sobrecogida por la emoción y empecé a dar suspiros sin darme cuenta. Mi amiga me miró extrañada. “Rina, ¿qué pasa? Todavía ni siquiera pusiste la cabeza en el agua. ¿Por qué estás resoplando de esa manera?”
A mi nadie me lo había advertido. ¿Por qué estaría yo haciendo esos extraños movimientos como si fuera un pez en el agua? Yo busqué una explicación en mi mente y ella me llegó como un rayo, al igual que la revelación que había tenido el día anterior.
Rina, me dije a mí misma, lo lograste otra vez. Te has probado a ti misma. Tú eres una completa frummie. Lo tenés en tus reflejos.
Entonces, ¿por qué estaba suspirando? Yo me había sentido tan abrumada por la belleza, la extensión, lo natural de la Creación aquí, al lado del mar, que sentí el impulso de agradecerle a Hashem, y estaba buscando las palabras adecuadas para bendecir esa extraordinaria experiencia, esperando que las palabras vinieran a mi boca. (Más tarde descubrí que existe una bendición para decir cuando uno mira al oceano).
Quiero volver al punto donde estábamos. Yo no podía dejar pasar ese momento trascendental sin darle un marco espiritual. Yo saqué de mi bolso un libro de bolsillo de Tehilim y recé uno de mis p’rakim favoritos, diciendo las palabras que David HaMelej había legado a los judíos de todas las generaciones, y también a mí, en este momento de autodescubrimiento.
¡Ah! Y dicho sea de paso, mi amiga me recomendó a un dentista religioso que trabaja “sin tener una caja…”.

 

La tribuna Judia 28

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