Entraron los nazis en el pueblo. El padre tomó rápidamente a su hija en brazos y la llevó al sótano del edificio. Le dio una servilleta blanca en sus manos, le dijo que la lleve siempre consigo y se despidió de ella.
Los nazis concentraron a todos los judíos en la plaza del tren y los deportaron hacia al este. La pequeña niña pasó tres días sin comer y sin tomar nada, escondida en el sótano en el cual el padre la había dejado. Esa noche, sin poder soportar el hambre, salió la niña de su escondite. Era ya de noche muy tarde y ella comenzó a caminar por las calles hasta que llegó a la estación del tren. Al llegar allí justo un tren estaba saliendo. Ella solo soñaba con abandonar aquel infierno que se había llevado a toda su familia.
Corrió, corrió y corrió hasta que alcanzó al tren que ya había comenzado a andar y se subió al tren. Una vez dentro encontró un lugar entre los señores y se sentó allí. Al llegar a la frontera, sube un soldado alemán al tren y grita en voz alta: Documentos y/o Pasaportes. Y cada persona saca su pasaporte y lo muestra. Cuando llega el soldado donde se hallaba la pequeña, ella le enseña su servilleta, el soldado mira la servilleta, la revisa y se la devuelve sin decir palabra.
Si quieren saber cómo sigue la historia tendremos que remontarnos 200 años atrás.
Un buen hombre se había enfermado. Los médicos locales dijeron terminantemente que si quería salvar su vida tenía que viajar hasta Viena y operarse allí. Los gastos del pasaje ida y vuelta y de la operación ascendían a mil rublos. Este señor vendió todas sus pertenencias y logró exactamente mil rublos. Se dirigió a la policía de su pueblo para conseguir un pasaporte para salir del país. Al llegar allí, el policía le gritó:
¡Sucio Judío! Tú no tienes derecho a recibir un pasaporte. Si quieres uno tendrás que pagar mil rublos, sino olvídate de tu pasaporte.
Y este pobre judío no sabía lo qué hacer, el ya había vendido todas sus pertenencias. Solo tenía mil rublos, ese era todo su capital. Desconsolado, salió de la estación de policía y se dirigió a la ciudad de Berditchev. En esta ciudad vivía en aquel entonces el gran tzadik Rabí Levi Yitzjak de Berditchev. Golpeó en la puerta de su casa y entró. El Rabí estaba sentado estudiando un libro. Se acercó muy agitado y le contó lo que había pasado. Rabí Levi Yitzjak le dijo que se siente y siga leyendo el libro que en ese momento estaba estudiando. Rabí Levi Yitzjak entró en su cuarto y empezó a llorar. Y desde afuera este hombre escuchaba llantos gemidos y plegarias. Así durante tres o cuatro horas. Mientras este señor leía.
Al salir Rabí Levi Yitzjak de su cuarto se acercó al buen hombre le entregó una servilleta empapada en lágrimas y le dijo:
Este será tu pasaporte.
El hombre abrió la servilleta y esta era un simple papel en blanco. Pero si el Rabí le dijo que ese era su pasaporte él sabía lo que decía.
Confiado se dirigió a la estación de tren y logró con su pasaporte cruzar la frontera. Llegó a Viena, se operó volvió de Viena salvando su vida y viviendo por mucho años más.
Esta servilleta con las lágrimas de Rabí Levi Yitzjak pasó de padre a hijo, hasta que llegó a las manos del padre de esta pequeña niña. Con este pasaporte esta niña logró escaparse de Europa, llegar a Israel y construir allí su hogar.
Esta mujer vive hoy en Jerusalem y ella pidió que cuando muera sea enterrada junto con su pañuelo, pues si este pañuelo logró salvar la vida de su tatarabuelo que logró salir de Rusia para operarse. Si este mismo pañuelo, más de cien años más tarde logró salvar su vida posibilitándole salir del infierno de la bestia Nazi, entonces seguramente este pañuelo al morir también le abrirá las puertas del paraíso para encontrarla con el alma pura del gran sabio de Berditchev y agradecerle por salvar su vida.
Dice la Guemará, “Los portones de la tefilá están cerrados, los portones de las lágrimas no están cerrados”. Quien llora y reza con todo su corazón construye con sus lágrimas el milagroso pasaporte que permite pasar por todos los infiernos, atravesar todas las dificultades, hacer teshuvá completa y llenar de luz todo el mundo que nos rodea.
|
|
|