Los párrafos de la Torá recientemente leídos en todo el mundo en las últimas semanas están referidos a la historia del patriarca del pueblo judío Iaacov y de su hijo Iosef. Una parte de la historia se refiere a la muerte de Iaacov, por así decirlo.
Para el sabio talmudista Rabi Iojanán (Tratado Ta’anit, 5b) Iaacov nunca murió realmente, afirmación que llevó a muchos a prestar atención a las palabras de la Torá y preguntarse, “¿Fue entonces sin razón que los elogiosos lo elogiaron, los embalsamadores lo embalsamaron y los funebreros lo enterraron?”
Aparentemente imperturbable Rabi Ionjanán respondió invocando un versículo de Jeremías, 30: “Y tú, no temas, mi siervo Iaacov, dice D”s, y no tiembles Israel. Porque soy tu salvador del polvo y de tus descendientes de la tierra de su cautiverio”. Según Rabi Iojanán, el versículo yuxtapone a Iaacov con sus descendientes, y por lo tanto el sabio concluye que “así como esos descendientes están vivos, también él debe estarlo”.
Las aseveraciones de Rabi Iojanán no parecen muy convincentes, y de hecho existen muchos indicios en la tradición judía referidos a que la muerte de Iaacov no fueron, sin embargo, su fallecimiento, su embalsamamiento y su entierro. Por una razón la Torá no dice realmente que Iaccov murió, no al menos con la palabra habitual con que se menciona la muerte (vaiamot), sino más bien empleando un término poco habitual y vago (vaig’va).
Más aún, el concepto con el cual la tradición judía asocia al tercero de sus patriarcas (Abraham está asociado con jesed, piedad o amabilidad, e Itzjak con din, justicia), es el de emet, verdad. En otro contexto totalmente diferente, Maimónides explica el sentido de emet como el de permanencia. Uno podría, tal vez, concebir la idea de que la palabra misma es una conjunción de dos: ei (en arameo: “no”), y meit, “muerto”. De este modo, Iaacov parece asociado con la trascendencia de la muerte.
Pero la consideración más obvia respecto a la “no-muerte” de Iaacov, parece ser la más convincente.
Mientras que Abraham y Sara, así como Itzjak y Rivka, dieron a luz hijos que demostraron no estar a la altura de formar parte del pueblo judío, sólo Iaacov (junto con las matriarcas Rajel, Lea, Bila y Zilpa) tuvieron la fortuna de ver a sus hijos convertirse en los progenitores de la nación.
Ese hecho se refleja en el nuevo nombre otorgado a Iaacov: Israel; el nombre de la nación judía como tal.
Así, de un modo muy real, Iaacov nunca murió; él se matamorfoseó, más bien, convirtiéndose en Israel, en el pueblo judío. Iaacov el individuo pudo haber fallecido, y fue elogiado y enterrado. Pero la nueva identidad que asumió antes de su muerte –su transmutación en Israel- vive en sus descendientes.
Esta concepción surge de la exégesis de Rabi Iojanán. Y la prueba de que Iaacov permanece con vida surge de una comparación entre el hombre y su progenie. Es mucho más que una comparación; es una identificación. Iaacov es el pueblo judío, y es por ello que él no está muerto.
Que Iaacov engendraría la primera familia completamente judía fue preanunciado en su famoso sueño. “A ti te daré (la Tierra Sagrada), y a tus hijos”. Y “Todas las familias de la tierra serán bendecidas a través tuyo y a través de tus hijos”.
Y también está la roca sobre la que recostó su cabeza aquella noche y que él transformó en monumento de la revelación que recibió. Según el Midrash originariamente fueron muchas rocas que se fusionaron en una, una metáfora similar a la de la unidad de la familia que él conseguiría y que no habían logrado los patriarcas judíos que lo precedieron. Rashi comenta incluso que el propio término hebreo para “roca” (even) es una conjunción de las palabras “padre” (av) e “hijo” (ben).
Empezando por Iaacov, el simple hecho de haber nacido en el seno del pueblo judío asegura el status de judío. Los conversos con sinceridad, por supuesto, también pueden unirse al pueblo judío, pero desde los tiempos de Iaacov en adelante, el ser Judío se adquiere por genealogía. Y al menos una vez recibida la Torá, esto ocurre por la vía materna.
Esto cuestiona nuestra imaginería respecto a la exclusividad de Iaacov como padre de la progenie de Israel. Porque él soñó una conexión entre el cielo y la tierra en la forma de una escalera, sulam.
Sulam aparece sólo en esta oportunidad en la Torá y su etimología no es clara. Pero algunos lingüistas que indagaron en las raíces en lengua Arabe la refieren a los pasos con que se escala una montaña. La forma más fácil de escalar una montaña es a través de un camino en espiral. Y de allí podemos concluir que la escalera de Iaacov es imaginable como un camino similar a una escalera caracol.
Cuesta incluso pensarlo así pero nos intriga la pregunta: “¿No podrá ser esa forma de estructura que aparece en el sueño de Iaacov – la del caracol- la senda más adecuada?”.
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