En las entregas que hemos hecho bajo este título, hicimos referencia a la situación general que acompaña el aprendizaje en las escuelas y a la presión a la que estamos expuestos los adultos - incluidos los padres de los alumnos - y los propios alumnos, y cómo eso influye negativamente en el rendimiento de estos últimos.
En este fascículo, nos propondremos ahondar un poco más en el aprendizaje escolar en sí, que se constituye en uno de los propósitos principales por los cuales precisamente enviamos los niños a la escuela.
Si aprender es valioso para cualquier sociedad y cultura, lo es de modo multiplicado en relación a los judíos que habitamos en un entorno espiritualmente hostil, pues los jóvenes precisan un bagaje intelectual y de sentimientos fuertemente asentado para hacer frente al desafío de vivir en un mundo que los cuestionará por el mero hecho de pretender ser distintos. “Talmud Torá kenegued kulam”: El estudio de la Torá equivale a todos los demás preceptos - hoy no menos que en otras épocas. Se torna entonces imperioso que le dediquemos unas líneas al vínculo con el estudio en sí.
En primer lugar, es menester que entendamos, que todos aprendemos naturalmente desde el mismo momento en que nacimos. Si bien no se pone de manifiesto en forma verbal cómo vamos incorporando conocimientos prácticos de subsistencia a medida que avanza nuestra corta vida de bebés, cada día nos formamos, repasamos y asentamos experiencias que se tornan parte de nuestro patrimonio real.
¿Cuál es la fuerza que empuja este aprendizaje?
Quizás lo podamos definir como la necesidad instintiva de independizarnos y hacernos valer por nuestra propia cuenta. A tal fin, probamos y analizamos los distintos ensayos que hemos descubierto (tal como ver que las cosas se caen cuando las dejamos sueltas - hasta que los adultos nos cansamos de levantarlas…). Los bebés se gatean hasta Cuál es la fuerza que empuja este aprendizaje?
Quizás lo podamos definir como la necesidad instintiva de independizarnos y hacernos valer por nuestra propia cuenta. A tal fin, probamos y analizamos los distintos ensayos que hemos descubierto (tal como ver que las cosas se caen cuando las dejamos sueltas - hasta que los adultos nos cansamos de levantarlas…). Los bebés se gatean hasta la alacena que logran abrir y aprenden a utilizar los instrumentos de percusión (las ollas) en su “iniciación
musical”. Y, porqué no: si encuentran y llegan hasta la ficha del encendido de luz (siempre en Shabbat…), van a experimentar el “milagro” de cómo se enciende y apaga la luz…
Uno de los obsequios más indispensables que D”s nos dio, es la curiosidad por conocer lo nuevo. Ese poder de admiración por lo inexplorado hasta el momento, lleva los dedos del infante a los orificios del enchufe (para terror de los padres…) a descubrir qué hay allí. La atracción por lo desconocido y el deseo de superar los impedimentos internos y externos, son el elemento obligatorio para el crecimiento humano.
Efectivamente, uno puede advertir este fenómeno en el momento en que se lleva a los niños a “parques de diversión” en el que pagan para desafiarse en distintos juegos que constituyen un desafío de destreza.
Cuando mamá prepara una masa… ¿qué más divertido que darles la forma o trenzar la masa para hacer Jalá?
Siendo así, el deseo innato de saber más ya existe en nosotros. Sin embargo, frecuentemente tenemos la impresión que en términos escolares hubiera una falta de voluntad para saber más. ¿Adónde desapareció el interés de entender las cosas y de abrir un libro y estudiar?
¿Por qué se requiere un malabarismo para lograr que los niños se interesen por el estudio?
Sin querer generalizar, pues esta manifestación se presenta con matices desiguales en distintos sectores de la sociedad, podemos atribuir este fenómeno contradictorio al hecho de que se eliminó por descuido cierta fase natural innata de la motivación del joven (o no tan joven) durante el proceso de aprendizaje - en el hogar o fuera de él.
La pregunta obvia es: ¿Hay algo que podamos hacer para que esto no suceda?
Debiéramos dividir la respuesta en dos aspectos: lo que no debemos hacer, y lo que sí.
Veamos qué no debemos hacer, y porqué.
Dado que el deseo por saber nace a partir de la necesidad instintiva de independizarse, entonces, en la medida que el estudio se convierta en parte de la imposición ajena (lo contrario a la independencia), se creará en el niño/joven un deseo opuesto: el de no estudiar (ni querer saber, a fin de mostrar su independencia).
Si llevamos este sentimiento hacia su consecuencia lógica, llegaremos al punto en el que el joven “estudia (p.ej. para un examen), para no tener que volver a estudiar…”, o sea, para liberarse del estudio (“sacárselo de encima”). No es necesario ser un gran sabio, para advertir que esta clase de estudio no genera afecto para retroalimentarse, ni tampoco permanece visible demasiado tiempo en las neuronas de quien lo llevó a cabo.
Haga Ud. una prueba:
Si le quedó un mínimo interés por conocer algo sobre las maravillas de la naturaleza que nos rodea, tome un manual de ciencias naturales y verá lo interesante que puede ser. Sin embargo, si tuviese que memorizar los datos que lee para responderlos el martes próximo a las 10:00 hs.…, ya sería otra historia.
Por otro lado, cuanto más el alumno/hijo ve que el estudio es por vocación propia, tanto más se puede identificar con el estudio, como un modo de crecimiento personal - y precioso. (No quiero reducir con esta aseveración el hecho de que existen en los jóvenes distintos grados de capacidad, maduración y apertura al estímulo externo).
Al mismo tiempo, veamos qué sí debemos hacer, y por qué.
Por lo general, los seres humanos vamos a invertir esfuerzo en algo, porque sentimos que sirve para algo. Cuando el bebé balbuceó algo que se parece a: “mamá”, y la mamá en consecuencia giró la cabeza maravillada y fascinada y le sonrió, comenzó su aprendizaje independiente, con la motivación ideal (la sonrisa materna) para seguir arriesgando a aprender aun si pudiera equivocarse.
Es por eso, que casi toda la gente que se propone aprender a manejar un automóvil, logra aprender a conducir. El deseo de trasladarse independientemente en auto, lo estimula a aprender a manejar, aun si el auto “se le queda” a veces al intentar “pasar de cambio”.
La continua insistencia (exagerada) por parte de los adultos a corregir los errores (de toda índole) de los niños, solo entorpece su capacidad de aprender libremente y con naturalidad. La inversión de tiempo y energía deben estar orientadas al sentimiento de satisfacción y placer por saber y obrar correctamente, en lugar de dirigirse hacia la mirada crítica e implacable de los traspiés que se cometen.
Supuestamente, si estuviera claro que el estudio permite al joven estar bien preparado para ejercer una profesión, esto debería ser el principio que alimente su deseo de estudiar. (Pero, evidentemente, “causa y efecto” no son tan ciertos para la mente del joven, como para convencerle de que la inversión en estudiar realmente reditúa…)
¿Qué más “sirve” (aparte de estudiar para poder luego comer)?
La falta de auto-estima generalizada en el mundo exitista, permite que el reconocimiento y el prestigio que le da el hecho de saber, se convierta aun más en un aliciente y un incentivo para el esmero en el estudio (siempre dependiendo de “qué” es lo que sabe, y dentro de un contexto en el que el joven aprecia y ama a la persona que reconoce posee “ese” conocimiento, pues lo cree importante y valioso).
Al estar, por lo contrario, en un ambiente en donde el saber no es bien visto (quizás porque pone de manifiesto el hecho de que los demás no estudian), si el precio de “pertenecer” es “no saber”, es muy factible que disminuya el móvil interno de inspirarse e informarse.
¿Qué pasa, sin embargo, con el estudio de Torá? No faltará quien pueda ver el incentivo de ganarse el sustento como inaplicable respecto al estudio de Torá, específicamente porque no siente que sirve para algo...
El estudio de Torá debe colmar nuestra alma y se debe constituir en motor de nuestra vida en su totalidad. Por tal motivo, pedimos en la bendición matutina sobre el estudio “que sean dulces las palabras de la Torá... y (como consecuencia) seremos nosotros, y nuestros hijos amantes de la Tora y estudiosos abnegados de ella”.
Claramente, a través de estas palabras, vemos que no es imperioso que el estudio sea “divertido”, sino “placentero”, “agradable” y “significativo”, es decir que llene a la persona - y que esto permite que la Torá se transmita de una generación a la próxima.
La motivación hacia el estudio de Torá debe estar generada por el afecto del educador al alumno.
¿Qué es un maestro? El maestro no es aquel que meramente transmite y expande lo que ya está escrito en los libros. Bajo ningún concepto. Es muy posible que tecnológicamente existan medios de aprendizaje que superen ampliamente las técnicas del maestro. Sin embargo, la magia del maestro consiste - o debe consistir - en el modo personal de transmitir. El hecho que el educador se preocupe por él, que lo quiera y mantenga un buen vínculo con él y le muestre un modelo coherente y significativo, hace de la educación lo que debe ser. Al enseñar, el buen maestro se entrega a si mismo…
Hemos tratado hasta aquí lo que se refiere al aspecto del deseo y voluntad de estudiar. Sin embargo, otro punto que no debemos olvidar es que no debe destruirse la creencia firme en que se puede progresar en el saber. Si uno cree que jamás podrá llegar a entender algo, es muy posible que se bloquee - y deje de intentar. Creará una pared ilusoria por la que supone no podrá pasar jamás.
(Quizás esa inhibición es la que provoca que veamos algunos caracteres orientales y decidamos desde ya que sería imposible llegar a entenderlos: creemos que el “chino básico” está más allá de nuestra inteligencia - ni qué hablar del “chino avanzado”, a pesar que muchos millones de niños en China no parecen tener problema en aprenderlo...)
Menajem estaba desilusionado con su propio desempeño. Desde el mismo momento en que había rendido un buen examen de ingreso y había sido aceptado en aquella Ieshivá tan exigente, parecía ser que todo había comenzado a irle mal.
Menajem habría podido elegir un lugar con menor nivel de obligación, pero había querido auto-demostrarse que era apto para estudiar en esta Ieshivá tan prestigiosa. Pero - quién sabe: ¡¿Quizás había optado por el lugar equivocado?!
R. Dovid Grunberg, el Mashguiaj (líder espiritual y guía personal de los alumnos) era muy querido por los educandos de la Ieshivá. Los alumnos sabían que podían hablar con R. Dovid sobre cualquier tema que tuviera que ver con el estudio o situaciones personales que les aquejaran.
Menajem no era el tipo de muchacho que encubriera sus sentimientos, pero en este tema preciso le costaba abrirse frente a R. Dovid. Se sentía abrumado y le parecía como si todo su futuro estuviera en juego.
Aquel día, R. Dovid vio el rostro de Menajem, que se notaba afligido y agotado. Lo saludó, y le preguntó si todo estaba en orden. La respuesta aplastada de Menajem lo intranquilizó aun más, e insistió en que le diga qué era lo que le estaba pesando tanto. Por fin, Menajem se abrió y le contó acerca del sentimiento de fracaso continuo que abrigaba y de su gran incertidumbre acerca de si había elegido el lugar adecuado.
R. Dovid le ofreció sentarse con él a estudiar personalmente. Menajem aceptó y eso fue lo que hicieron juntos toda aquella semana, preparando para la próxima evaluación.
En el rostro de Menajem se notaba la ansiedad, pero al mismo tiempo, había cambiado su semblante. Ahora se podía traslucir la esperanza de poder levantar cabeza. Si aunque fuera, sacara una vez una buena nota, sabría que él podía superarse.
Llegó el gran día y Menajem dio batalla…
¡Me saqué 90! - gritó un Menajem radiante, ingresando precipitadamente a la oficina de R. Dovid para participarlo de la noticia. R. Dovid estaba más que complacido.
Más tarde aquel día, R. Dovid ocupando su sitio del Bet Midrash (sala pública de estudio) estudiando, le hizo un gesto a Menajem para que se acercara entregándole dio las llaves de su auto, le dijo que tenía un paquete para él en el automóvil y que lo fuera a buscar.
Menajem bajó con mucha curiosidad y abrió el auto: sobre el asiento delantero había una caja con una tarjeta que decía: “¡Menajem! Yo sabía que lo podías hacer. ¡Mazal Tov!”
Menajem apenas si podía moderar su excitación. Abrió el paquete, y adentro - había una torta en forma de 90.
Fue una sorpresa muy dulce, pero el sabor del logro, lo había superado notablemente.
(Touched by a story - 2” de Rav Yechiel Spero Artscroll/Mesorah)
Por último, no debemos menospreciar el factor de los medios necesarios para la adquisición del saber.
En ese sentido, creo que en primer lugar pondría la necesidad de tener el “Ishuv haDaat” (tranquilidad mental) necesarios para estudiar. No debemos desestimar lo valioso de un entorno favorable (o, al menos, no desfavorable) que aprecia el estudio y cuyo nivel de conversación gira alrededor de temas trascendentes (“¿Qué comemos hoy?” “¿te enteraste qué auto se compró fulano?” “¿y con quién está saliendo mengano?”...).
Obviamente, hacen falta tiempo, los materiales adecuados, y los hábitos. Los hábitos no son lo principal, pero ayudan. El orden, el respeto para saberse tratar entre los alumnos y escuchar. La higiene, los hábitos de alimentación, el descanso, los hábitos de estudio, la disciplina de los horarios, un lugar estable de trabajo y un ambiente adecuado para estudiar.
Tratamos sobre el deseo natural de conocer, la voluntad, la confianza en poder aprender y los medios: recién allí llegamos a la adquisición de conocimiento. Casi todos los niños son suficientemente inteligentes para aprender lo que se enseña en las escuelas. La Teoría de la relatividad aun no se enseña en la primaria. Gran parte de lo que podemos hacer es facilitar el estudio, al evitar los impedimentos que crean la frustración que subsiguientemente trae más frustración como un círculo vicioso.
En varias ocasiones hemos mencionado que cada escuela representa una suma de hogares. Los docentes de la escuela deben intentar utilizar su experiencia para motivar a los niños a acercarse al estudio. Jamás los podrán obligar a querer estudiar. Para que la tarea de una comunidad escolar sea efectiva, debe haber un trabajo de apoyo permanente y mancomunado de los adultos que la rodean. Solo así, se llegará a optimizar todo aquello que los alumnos realmente pueden aprender.
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