Tal como lo hacemos todos los años, nuevamente estamos embarcados en la lectura del primer libro de la Torá: el libro de Bereshit (Génesis). El interrogante que vuelve a la mente una y otra vez es: ¿Por qué leemos todas estas historias que datan de hace tanto tiempo? ¿Es quizás porque nuestros antepasados, los patriarcas Avraham, Itzjak y Ia’acov estaban sometidos a las leyes de la Torá? No. Si ellos las cumplieron, sólo fue porque las pudieron deducir con su propio intelecto y no porque estuvieran obligados a cumplirlas como nosotros. ¿Será porque queremos conocer nuestros orígenes? Es posible que nos interese enterarnos de dónde provenimos. Sin embargo, muchas de las anécdotas y episodios que se relatan en el libro de Bereshit serían innecesarias de narrar mientras que otras son muy difíciles de interpretar.
Hay diferentes explicaciones acerca de la necesidad de contar con toda la información que hallamos en este extenso y detallado libro de Bereshit. Las diferentes opiniones no son mutuamente excluyentes. Sin embargo, una de las más probables tiene que ver con la conducta humana de nuestros ancestros. Es verdad que ellos no estuvieron comprometidos a observar la Torá, pero, no obstante, indagaron acerca del sentido de la vida y se rigieron por normas de civilidad que son el fundamento sobre el cual se sostiene la Torá, que fue entregada a sus descendientes posteriormente. Esto es lo que denominamos en hebreo derej eretz, que si bien no tiene una traducción acabada en otros idiomas, se acerca al concepto de integridad humana y a las obligaciones sociales, como ser el anhelo del bien común, que debe sentir cualquier persona por el solo hecho de habitar la tierra y convivir con otros. El Talmud trae muchas citas de Sabios en las cuales nos enseñan temas de derej eretz que se extraen de la propia Torá así como también muchos otros que, aun si no se nos hubiera ntir cualquier persona por el solo hecho de habitar la tierra y convivir con otros. El Talmud trae muchas citas de Sabios en las cuales nos enseñan temas de derej eretz que se extraen de la propia Torá así como también muchos otros que, aun si no se nos hubiera entregado la Torá, las deberíamos haber aprendido solos por la atención de lo que sucede en la naturaleza. En este sentido, podemos aproximarnos al libro de Bereshit para ilustrarnos mediante el estudio de la conducta de los patriarcas en las difíciles situaciones que vivieron y formarnos, de este modo, en el trato diario de nuestras vidas. La Mishná en Pirkéi Avot (Cap.3) nos dice que el cumplimiento de la Torá y la observancia del derej eretz son mutuamente dependientes. Uno no se sostiene sin el otro.
El tema da para mucho, pero, como dice el título, en esta oportunidad quiero dedicarme a estudiar las enseñanzas relacionadas con el hablar. ¿Por qué vuelvo sobre el tema? En Iom Kipur hemos confesado una larga lista de errores. Un fragmento substancial de los pecados y actitudes que allí se mencionan tiene que ver con el uso de la palabra. ¿Por qué? Seguramente, porque la palabra puede dañar más que cualquier otra manera de manifestarse del ser humano. Hasta suele ser más violenta que la agresión física y más letal que los misiles armados.
Si así lo consideraron los Sabios antes de la explosión de los medios de comunicación, cuánto peor se vuelven cuando las restricciones de movilidad y de proximidad entre las personas desaparecieron mediante el uso del teléfono y los demás medios. El hecho que casi nadie le dé importancia al tema, no quita nuestra obligación de reconocer el poder destructivo del habla. Tal como en todos los demás recursos que D”s nos dio, cuanto más indispensable es un elemento para construir la vida, tanto más la posibilidad de perjudicar con el mal uso del mismo.
Esa es la razón por la cual encontraremos tantas instancias en Bereshit que nos recuerden la importancia del buen hablar.
En primer lugar nos referimos a la trascendencia de aludir a las personas o a las cosas con aprecio. Esto lo encontramos en la lectura de Noaj (Bereshit 7:8), cuando D”s le indicó que llevara siete animales machos y hembras de las especies puras (permitidas más tarde para el consumo en la Torá) y un par de las especies que no son puras (“asher einena tehorá). Los que tenemos cierto conocimiento en el estudio de la Torá, sabemos que la Torá elige invariablemente la manera más escueta de expresarse. Letras que parecen ser superfluas, siempre tienen alguna razón de estar para transmitirnos alguna enseñanza. ¿Por qué no dice la Torá “impura” directamente, en lugar de “las especies que no son puras”? La respuesta es que nos quiere adiestrar a referirnos a las cosas, en lo posible, con estima y con honra.
Este mismo argumento lo encontramos nuevamente en la historia del sirviente de Avraham, que viajó hasta Aram Naharaim a pedido de Avraham, en busca de una esposa digna para Itzjak. Después de relatarnos todo lo que aconteció cuando Avraham le hizo jurar (Bereshit 24:3) que cumpliría todas las condiciones que le impuso y la manera providencial en el encuentro con Rivká frente a la fuente de agua, la Torá nos cuenta que el sirviente entró a la casa y expuso con todos los detalles cómo se habían dado los acontecimientos. A tal fin, la Torá emplea otros 13 versículos (Bereshit 24:35-48) repitiendo toda la historia que ya conocemos. Nuevamente la pregunta: ¿Por qué? La respuesta: “es (más) hermosa la plática de los esclavos de nuestros patriarcas, que la enseñanza de sus hijos (las Mitzvot)”, pues muchas Mitzvot se aprenden de letras adicionales o de palabras comparadas, mientras que la narración de la búsqueda de Rivká ocupa un párrafo entero (Bereshit Rabá 60:8). El cuidado que tenían nuestros ancestros se le fijó hasta a sus sirvientes, quienes, a su vez, extremaron los resguardos al abrir la boca para decir las palabras objetivas, justas y necesarias.
Las hijas de Lot, sobrino de Avraham, tuvieron hijos gestados por su propio padre. El Talmud no las condena por el acto de incesto, dado que creían sinceramente que eran las únicas sobrevivientes, al igual que en la época del diluvio, cuando sólo quedó viva la familia de Noaj. Sin embargo, sí tiene consecuencias el nombre que les pusieron a sus respectivos hijos (Bereshit 19:36). La mayor nombró a su hijo “Mo’av” (de mi padre) demostrando una falta de respeto hacia él (por el acto del pecado de su preñez). Por esta falta de consideración, el trato que reciben sus descendientes fue más severo que el del pueblo de Amón, hijo de la hermana menor, pues D”s no deja de retribuir el pago aun hasta de la manera digna de expresarse (Horiot 10:).
En las escasas oportunidades en las que nuestros patriarcas se refirieron de una manera inferior a lo que D”s esperó de ellos, la respuesta no se hizo esperar:
Sará se sentía herida por el modo irrespetuoso en que su sirvienta, a quien ella había dado como esposa a Avraham, reaccionó ante su pronto embarazo. Sará encaró a Avraham y le dijo: “...que juzgue D”s entre mi y entre ti” (Bereshit 16:4). ¿Qué nos dicen los Sabios? “Todo aquel que invoca la Justicia Di-vina en contra otro, es juzgado primero”. Consecuencia: Sará falleció mucho antes que Avraham. (Talmud Babá Kamá 93.)
Rajel, esposa de Ia’acov, fue estéril durante muchos años mientras Leá ya había gestado cuatro hijos. En su dolor le reclamó a Ia’acov, que quería ser mamá. Ia’acov entonces respondió: “¿acaso estoy en lugar de D”s, que te impidió tener hijos?” ¿Cómo reacciona el Talmud? “¿Así se responde a la gente angustiada? ¡Por tu vida, que tus hijos se pararán ante el hijo de ella!” (Bereshit Rabá 71:7)
Años más tarde, Ia’acov estuvo parado ante el Faraón. Al verlo tan anciano, éste le preguntó sobre su edad. Ia’acov respondió y explicó (Bereshit 47:8) que sus días habían sido “pocos y malos”. Uno no deja de coincidir con Ia’acov al evaluar las peripecias de su vida. Había vivido como fugitivo al escaparse de su hermano Eisav y su tío Laván quienes quisieron eliminarlo. Se sumaron los desengaños que sufrió en Aram Naharaim y el rapto y la violación de su hija Diná. Luego, tuvo que soportar la muerte prematura de Rajel y la desaparición de Iosef. Más tarde, el hambre en C’na’an y los problemas que surgieron en Egipto, con Shimón quedándose como rehén y la ansiedad por la exigencia del virrey de Egipto de ver a Biniamín. Fácil, no fue su vida. Eso está claro. Sin embargo, el Midrash (en Da’at Zekenim al final de Va’igash) es más demandante: “Yo te salvé de Eisav y de Laván, y te devolví a Diná..., ¿y tú te quejas diciendo que tu vida fue mala?” La vida de Ia’acov se acortó acorde a la cantidad de palabras que hubo en la conversación con el Faraón.
Hemos mencionado tan sólo algunos de los múltiples ejemplos que surgen del libro de Bereshit (también los hay en el resto del Tana”j). Todas estas fuentes coinciden en enseñarnos lo fundamental que es cuidar la manera de manifestarnos con las palabras. Debemos tomar una precaución singular, en particular cuando nos quejamos, como en el caso de Ia’acov ante el Faraón, cuando juzgamos, como en el caso de Sará y cuando mostramos insensibilidad, como en el caso de Ia’acov frente a Rajel.
Como ya recordamos tantas veces: hablamos mucho y deficientemente. Bien haríamos, si nos detuviéramos ya, para reflexionar acerca del valor de cada palabra que emite nuestra boca.
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