El Shofar despierta la voz divina dentro de nuestro ser más profundo, llamándonos a volver a nuestra fuente.
El Shofar — tiene en él un aura de temor y santidad. Su toque puede destruir corazones de piedra y eliminar las capas de complacencia. Su llamado es capaz de llevarnos a lugares dentro de nosotros mismos impenetrables por cualquier otro medio.
El Baal Shem Tov dijo: “En el palacio del Rey hay muchas cámaras y cada una necesita una llave diferente. Hay una llave, un instrumento, sin embargo, que puede abrir todas las puertas — el hacha. El Shofar es un hacha. Cuando una persona con pasión rompe su corazón delante del Todopoderoso, el puede demoler cualquier puerta en el palacio del Rey de reyes”.
El Baal Shem Tov enseña que el Shofar es una manera emocional e intuitiva de ganar acceso a los rincones más profundos de nuestro corazón, y el conocimiento de Dios. Su toque, este sonido sin palabras, habla al corazón de una manera en la cual todas las grandes palabras e ideas no pueden acercarse.
El Rey David, por otro lado, parece contradecir esto. En referencia al Shofar él dice, “Feliz es el pueblo que sabe la truá (es decir, el toque del Shofar)” (Salmos 89:16). El Rey David no dice, “Feliz es el pueblo que escucha la truá”. El énfasis parece estar en la intelectualización. De acuerdo a esto, tendríamos que utilizar nuestros intelectos con gran esfuerzo si realmente quisiéramos beneficiarnos del Shofar.
¿Cuál es entonces la respuesta? ¿Es emocional el Shofar, una experiencia intuitiva, como el Baal Shem Tov sugiere, o es intelectual, como las palabras del Rey David implican?
La Campana Mágica
El Magid de Dubno ofrece una parábola que tal vez pueda ayudar a responder esta pregunta.
Un granjero pobre tenía un tío rico que vivía en la ciudad y quien una vez lo invito a él para una visita. Entusiasmado con la invitación el granjero no perdió tiempo en prepararse para ir a la casa de su tío rico. Cuando llegó fue recibido calurosamente y llevado inmediatamente hacia un gran salón comedor con una larga mesa.
A medida que hablaban y compartían historias sobre la familia, el tío tomo una campana de bronce y la hizo sonar. Inmediatamente, una tropa de sirvientes emergió de las puertas laterales con bandejas de aperitivos. El granjero nunca había visto una comida tan tentadora en su vida. Los sirvientes regresaron a los cuartos de cocina y los dos parientes siguieron la conversación. Poco después, el tío hizo sonar la campana nuevamente y los sirvientes reaparecieron, llevándose los despojos y trayendo nuevas bandejas con el primer plato. Los ojos del granjero sobresalieron. El nunca había visto una cantidad tal de comida y un servicio tan dedicado.
Este patrón continuó a lo largo de la noche. Cada vez que el tío sonaba la campana un séquito de sirvientes respondía a su llamada, removiendo la comida vieja y remplazándola por nueva. Y con cada cling el pobre granjero quedaba más estupefacto.
Cuando llego el momento de partir, el granjero agradeció a su tío de todo corazón e hizo una parada en una tienda local antes de apresurase a su casa. Cuando llego despertó a su esposa y le dijo emocionado. “Nunca creerías lo que hice”.
“¿Qué?”.
“¡Me gasté hasta el último centavo!”.
“¿¡¡Que qué!!?”.
“No te preocupes. Los gaste en algo que me darás las gracias un millón de veces más por haberlo comprado. Aquí está mira”. Y saco de su bolsa una campana de bronce igualita a la de su tío. “Esto”, dijo el granjero, “es una campana mágica”. Su esposa lo miró como si estuviera loco. Impasible, el hombre dijo, “Ya verás, todo lo que tengo que hacer es hacerla sonar e, inmediatamente, saldrán sirvientes y nos servirán la comida más exquisita que podamos comer”.
Por supuesto que los sirvientes no aparecieron. La campana no era mágica. Sólo funcionaba cuando la usaban como señal para los sirvientes que esperaban en la cocina.
Así también el Shofar.
Si, de ante mano, no tenemos nada esperando “en la cocina”, entonces el Shofar tiene tanta habilidad para movernos como la campana “mágica” del granjero. Para que funcione tenemos que prepararnos. Esto es lo que el Rey David quiso decir cuando enfatizó la importancia de “conocer” la truá. Tenemos que trabajar en nosotros mismos antes, inducir un estado de ánimo apropiado, para que el Shofar realmente haga efecto. Y este, de hecho, es el motivo por el cual soplamos el Shofar cada día por la mañana durante el mes de Elul hasta el día anterior a Rosh Hashaná: para sensibilizarnos a su mensaje.
El Mensaje Oculto
¿Cuál es ese mensaje? Maimónides explica: “Hay un mensaje oculto que se supone que debemos inferir escuchando el Shofar. Sugiere: “¡dormilones! ¡Despierten de su sueño! ¡Soñadores! ¡Despierten de su letargo! Examinen sus actos. Recuerden a su creador y hagan teshuvá...”.
El llamado del Shofar es el llamado a la teshuvá. Teshuvá, a menudo mal traducida como “arrepentimiento”, significa literalmente “retorno”, y se refiere a “volver” al camino de la ética y la espiritualidad indicada en la Torá. Maimónides, sin embargo, no solo propone que el Shofar nos invita a realizar una teshuvá exterior. Es una teshuvá que nos lleva a “recordar a nuestro creador”.
A veces podemos hacer teshuvá en actos particulares y no llegar realmente a la raíz del problema. Mientras atendamos sólo los síntomas, pero descuidemos la causa central, nos encontraremos a nosotros mismos arreglando problemas secundarios. El Shofar nos recuerda apuntar hacia el núcleo: recordar a nuestro creador. Cada falla es en última instancia un olvido de que vivimos en presencia de Dios. Hacer teshuvá significa llegar a la raíz del problema y profundizar nuestro conocimiento de Dios.
La Voz Interior
Hay una cuestión legal interesante, que se discute en el Talmud en relación a escuchar un Shofar que se colocó dentro de otro Shofar: ¿Ha cumplido uno con su obligación escuchando el sonido de este Shofar doble?
La respuesta es, him kol p’nimi shoma, iatza – “si la voz del Shofar interno se escucha, él ha cumplido con su obligación”. El tiene que asegurarse de que está escuchando el sonido del Shofar interno, no del externo.
En un sentido metafórico, esto puede ser interpretado: “si la voz interna (de la persona) escucho (el Shofar) el cumplió con su obligación”. En otras palabras, el propósito del Shofar es invocar una reacción en el “interior” de la persona — kol pnimi. El Shofar no es solamente un sonido que escuchamos con nuestros oídos físicos. El Shofar es más que un ruido, es una voz despertando la voz divina dentro de nuestro ser más profundo que nos llama a volver a nuestra fuente.
Y esta es la razón por la cual la bendición del Shofar dice: “Bendito eres... que nos ordenaste a escuchar la voz del Shofar”. La bendición no es “...que nos ordenaste a soplar (litkoa) el Shofar”, sino a “escuchar (lishmoa) el Shofar”. Debemos escucharlo. Tiene que afectarnos. Su sonido debe hacer eco en las cámaras más internas de nuestras almas, de nuestras profundidades olvidadas. Tenemos que retornar a nuestra “voz interna” — esa parte de nosotros hecha a imagen de Dios. Si lo hacemos, nos encontraremos automáticamente transformados en muchas formas.
El Shofar Viviente
Dios que creo el primer ser humano en Rosh Hashaná, primero lo creo del suelo. “Y Dios formo al humano del polvo de la tierra...”. El ser humano era físico. Después, sin embargo, la Torá nos informa que Dios soplo el “aliento” de vida dentro de él – y el hombre se volvió un ser espiritual.
Somos seres humanos físicos. No podemos evitar los escollos de la fragilidad humana. Y no debemos negar nuestra naturaleza física. Al vivir una vida física incluso nuestros mejores esfuerzos no pueden prevenir caídas ocasionales y fracasos. La vida forzosamente produce un grado de alienación del alma. Nos alienamos de nuestra alma libre y nos identificamos con nuestra alma no libre. Escuchar al Shofar, nos ayuda a ponernos en contacto con nuestro verdadero ser, nuestra forma más profunda y original como creaciones hechas con tzelem Elokim, a imagen divina.
El Shofar físico no es más que el cuerno hueco de un carnero. Cuando el aliento de un ser humano es soplado a través de él, sin embargo, sufre una transformación. Se convierte en una encarnación viviente del corazón y emoción del ser humano expresando el interior divino que siente latir dentro de él, llamando a gritos a su creador.
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