Conversando con un amigo, hace algunas semanas, hablábamos de los hobbies que tiene la gente, o más bien, en qué se gasta el dinero cuando se tiene la posibilidad de hacerlo. Dentro de la conversación encontramos que hay personas que prefieren comprar joyas, otras prefieren ropa, algunos prefieren autos, mientras otros, sin duda alguna, van por las novedades tecnológicas.
Tengo un buen amigo que claramente pertenece a este último grupo, al de los seguidores de la tecnología y que siempre además de estar al corriente de todas las novedades, trata de comprar, de acuerdo a sus posibilidades, alguna de estas creaciones al límite de la tecnología. En esta ocasión fue el turno del nuevo iPhone 3G.
El iPhone 3G es lo más moderno en tecnología de comunicaciones, es decir, es un teléfono celular, pero cuenta con mucho más que la simple función de hacer llamadas. El nuevo producto combina un teléfono, un iPod y un acceso a Internet además de mapas con GPS, algo parecido al Office y un App Store que me imagino incluye miles de nuevas aplicaciones para dar a los usuarios un verdadero servicio de calidad.
Mi amigo, siendo un verdadero amante de la tecnología abrió su nuevo iPhone y comenzó a utilizarlo casi como si hubiese nacido con el aparato integrado a su mano. El manual del producto debe haber tenido unas 100 páginas de explicaciones y funciones, sin embargo, mi amigo decidió dejar el manual de lado y optar por descubrir las características y funciones con su instinto y con la experiencia de años de tecnología en el cuerpo.
Pasaron las semanas y mi amigo, podría decirse, era el hombre más dichoso del mundo. Había descubierto cientos de funciones en el iPhone y las utilizaba todas, me mostró su GPS, cientos de canciones, revistas, Internet y algo que me pareció realmente genial, la posibilidad de manipular fotografías simplemente con los dedos, una verdadera maravilla de la tecnología (al menos para mí que no entiendo mucho de eso).
En el momento en que se encontraba mostrándome todos sus descubrimientos llegó otra persona, bastante menos tecnológica que mi amigo y que también había comprado su nuevo iPhone y comenzó a mostrarnos lo que él había aprendido. Ante los ojos maravillados de mi amigo, esta persona mostró otras decenas de funciones que también eran impresionantes y que mi amigo no conocía y no había logrado descubrir.
La pregunta inmediata de mi amigo fue “¿Cómo aprendiste todo esto?”, y la respuesta simple y sincera fue “...del manual obviamente”.
Muchas veces en nuestras vidas nuestra intuición nos guía por un buen camino, y nuestra experiencia nos permite lograr en pocos instantes cosas que a otros les llevaría años. Sin embargo estos dos elementos muchas veces nos llevan a pensar que lo que hacemos, como vivimos y como nos desarrollamos son la única, sino la mejor forma, de lograr el éxito en nuestras vidas. Normalmente nos cuesta trabajo cambiar nuestra visión de las cosas, y más aún, nos cuesta asumir que la experiencia de otros puede ser mejor que la nuestra y que puede llevarnos a crecer a niveles que ni imaginamos.
Como pueblo judío recibimos hace 3320 años un manual de instrucciones para la vida, un manual lleno de sabiduría y de la mejor de las intenciones para que alcancemos nuestro máximo potencial. El manual se llama Torá y lo recibimos directamente del Creador por excelencia, del que realmente conoce como funcionan cada una de las cosas creadas en este mundo y cómo nosotros podemos hacer uso de ellas para nuestro mayor beneficio.
El producto se llama “ser humano” y el manual se llama “Torá”, la posibilidad de leerlo se encuentra abierta para todos los que quieran y de seguro, los que se animen, van a encontrar más de una cosa que aprender.
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