Los judíos acababan de comenzar su viaje hacia la tierra de Israel. Después de haber permanecido en el desierto frente al Monte Sinaí por más de un año, había llegado el momento de volver a emprender viaje. Esta vez se trataba – según se suponía en ese momento - del último tramo para llegar a la tierra prometida. (En realidad, dado que no estuvieron a la altura de lo que D”s esperaba del pueblo, su viaje se demoró 39 años más).
El menú con el que se nutrían a diario era sumamente simple y monótono: Man (maná) a la mañana, al mediodía y a la noche. Esto sucedía todas las semanas, sin modificaciones en la carta. A nosotros, que estamos muy consentidos por nuestro estilo de vida, esto nos parecería totalmente imposible de sobrellevar ni siquiera por una semana.
Sin embargo, la Torá nos cuenta que, a esa altura, nuestros abuelos venían comiendo este alimento durante un año - sin protestar. Según explica el Midrash, el maná era una comida singular: era asimilada totalmente por el cuerpo y no originaba desperdicios. Asimismo, tenía la particularidad de producir el sabor que a uno lo apetecía en el momento.
Si bien físicamente la ración se digería en su totalidad, los judíos entendieron que esto era sobre-natural. Ellos conocían y recordaban lo que había sido la comida “acostumbrada” - en abundancia o en escasez - en Egipto. Por lo tanto, comenzaron a protestar: “no queremos ser seres ‘extra-terrestres’, queremos ser ‘normales’” - dijeron. Es decir: “queremos tener deseos por las cuestiones elementales, tal como los teníamos estando en Egipto”. No querían más la misma “comida con sabor a…”.
Tratando de conjeturar la “Óptica Di-vina”, podemos suponer que el alimento del maná, permitía a los judíos dedicarse de lleno a su crecimiento espiritual, evitando la contienda diaria que los instintos exigen del ser humano.
Es así, que una parte de los judíos se rehusaron a seguir con esta modalidad impuesta por D”s. Querían tener los placeres tangibles a su alcance y, al mismo tiempo, lidiar con la pugna por auto-limitarse en los encantos terrenales. En las palabras de la Torá, dice que algunos judíos: “hit’avú ta’avá”, es decir que “apetecieron el deseo” (Bamidbar 11:4).
D”s les dio la oportunidad. Hizo volar por el campamento unas aves denominadas “Slav”, para que los judíos pudieran hacerse de ellas y consumirlas. La reacción del pueblo no fue unánime. Hubo algunos integrantes que de inmediato pusieron manos a la obra. Cazaron cuantas aves podían y comieron. No un día o dos. Un mes entero estuvieron disfrutando de esa voracidad.
Una vez que habían ingresado en el laberinto de la gula, ya era difícil salir de él. La condición humana se caracteriza por su potestad para decir: “NO”. Habían perdido la opción de ser dueños de su proceder. Quedaron presos del hechizo seductor “de lo que todavía me falta”. El resultado fue la muerte “cuando la carne estaba aún entre sus dientes”.
La descripción de la Torá respecto a la manera de morir de estos individuos es punzante. ¿Qué les causó la ruina?
Respuesta: La idea de que hay un valor en el deseo mismo. Es natural que los seres humanos tengamos antojos. Los instaló D”s en nosotros, como parte de nuestros instintos de auto-preservación, para que cuidemos la vida que se nos confió. La Torá no nos exige abstenernos del placer. Justo lo contrario: hay ocasiones, como por ejemplo, el Shabbat, en los que nos deleitamos mesuradamente con manjares para celebrar la categoría espiritual del momento. Sin embargo, como principio, todo este placer está encuadrado dentro de un marco de propósito moral, que a su vez es parte de la tarea moral de la persona. Para emplear las palabras del Talmud (Brajot 36.): “Está prohibido gozar de este mundo material (Olam HaZé) sin bendecir previamente por el deleite, y quien disfruta de este mundo sin invocar al Todopoderoso, se considera como malversación (de fondos sagrados)”.
Excepcionalmente permite la Torá que una persona acepte sobre sí el voto de ser Nazir - quien se abstiene de acuerdo a ciertas leyes prescriptas por la Torá (Bamidbar Cap. 6) - y apartarse temporalmente de ciertos placeres cotidianos. El placer nunca es un fin en si mismo. El término que describe esa filosofía - en la que bien es aquello que le trae placer a la persona - es hedonismo, y contradice los principios más elementales del judaísmo. Tristemente, nuestra sociedad no está lejana de esta concepción de vida, y este es el elemento que más predispone para las distintas adicciones que pasaremos a enumerar luego.
Por otro lado, la noción por la cual la persona se cree en control sobre sus apetitos y que “se prueba un poco”, y se estará satisfecho y no se va a querer más, no es real. Más bien se trata de un espejismo: una ilusión falsa que difícilmente se cumpla. Al final, cuando se sucumbe al propio deseo, nada alcanza. D”s castigó a los judíos insaciables. Al lugar, lo llamaron: “Kivrot HaTa’avá” - la tumba del deseo (Bamidbar 11:34). No solamente la gente pereció. Quedó muy vívido y claro para los sobrevivientes adónde conduce el desenfreno.
Hoy en día - como ya hemos señalado - somos concientes de que nuestra sociedad es presa de una gran cantidad de adicciones nocivas. ¿A qué llamamos adicción? Por lo general, las adicciones son actitudes auto-destructivas que se asume inocentemente (sin percatarse de las consecuencias). Casi siempre tienen que ver con la sensación de que es “más verde el campo de al lado”, es decir que “hay algo bueno que uno se está perdiendo”. Las publicidades de los artículos que se ofrecen en el mercado siempre crean ese efecto. Asimismo, las actitudes de las que hablamos comienzan muy de a poco y crecen progresivamente a un punto tal en el que no se puede controlarlas. Cada vez la persona está más y más ensimismada por su deseo, y dado que jamás se siente satisfecho, estas actitudes se tornan compulsivas. Antes que tome conciencia de lo que sucede, la persona ya no domina la situación.
Así puede suceder con el consumo de comida insalubre, que para algunos se convierte en su menú diario; del tabaco, del alcohol y de la droga, cuyas consecuencias no son ajenas a nosotros y son las más evidentes, pues todos conocemos casos de obesidad condenada, y otras clases de auto destrucción. El común denominador de todos estos casos, es que en el momento en el que comenzó la maraña, no se pensó adónde se iba. (era un “Just do it”, como el slogan de una marca de zapatillas: Hacé - no pienses…, solo hazlo)
Dado que en estos casos, la ruina es física y fácilmente visible, debiera ser más fácil de evitar. Sin embargo, las presiones sociales juegan en contra de la lógica racional (p.ej. la de mostrarse “autónomo” en el caso de los adolescentes que fuman)
En una encuesta reciente, se encontró que un tercio de los estudiantes de medicina - supuestos futuros médicos, entregados al cuidado de la salud - fuman. Los carteles publicitarios advierten que “fumar es perjudicial para la salud”. ¿No pertenecerá esa sugerencia - al igual que la invitación que anuncia “prohibida para menores de…” - un aporte a la idea que “aguas robadas son más dulces” (Mishléi - Proverbios 9:17)?
Pero también en nuestro medio hay otras obsesiones que no son menos fatales, y las que cada día se cobran víctimas, sea por interés de lucro de algunos y/o por omisión de educación por parte de otros:
Algunas de ellas son el resultado del desenfreno en la búsqueda de goces corpóreos, cuyo correlato es - frecuentemente - la destrucción de los vínculos familiares.
La difusión que tiene la literatura obscena en todas las formas que utilizan los medios, no tiene parámetro en la historia. El resultado - para quien cae cautivo de esta influencia, es la compulsión creada por la vehemencia del placer propio, que supera al amor por la persona con quien se convive y que se convierte en un mero objeto necesario para cubrir los deseos narcisistas de uno mismo. Y dado que hay una feroz competencia por intereses económicos que lucran a través de la manipulación perjudicial de los instintos que D”s nos dio para vivir, no queda espacio alguno en la vía pública en el que no se divulgue y se estimule al descontrol de la mente y del cuerpo en aras del “placer”.
Sin embargo, aun cuando se debate acerca de los orígenes de la violencia - algunos atribuyéndola a la falta de leyes adecuadas y cárceles más amplias, y otros a la disparidad social - a nadie se le ocurre al menos mencionar cómo la publicidad crea apetitos que jamás se llenarán y que solo ayudan a entorpecer una sociedad carente de límites morales. Obvio: limitarse solo a lo que está permitido mostrar, correría en contra de uno de nuestros más sagrados valores: la “libertad de expresión”. También las secuelas que dejan los vicios y la frivolidad de los astros famosos y adorados, de quienes los medios se ocupan con lealtad y constancia, no motiva a estos mismos medios, dedicar su tiempo para hacer que los lectores, oyentes y televidentes, observen los estragos de los excesos.
No menos nocivo, y por los mismos medios estamos expuestos, son los actos de violencia de la pantalla; los que poco a poco vamos incorporando en nuestro día a día, a través del trato con el entorno - salvo que hagamos un esfuerzo conciente de tomar distancia mental y actitudinal de ciertos modelos. La manera de expresarnos - el idioma de todos los días - contiene palabras que pueden ser un simple “slang”, u otras que hablan de modo despectivo y humillante acerca y hacia otras personas - y es aun más evidente su degradación por parte de aquellos que las utilizan.
El uso del idioma no es independiente del trato hacia las personas que están alrededor de uno - especialmente si se ejerce un poder (de dependencia familiar, laboral, sentimental, psicológica, etc.) sobre ellos. La violencia no se crea en un vacío. Se promueve abiertamente, se retransmite y se potencia con cada acto que la repite. La violencia verbal - aunque no sea tan repudiable a ojos de mucha gente, es mucho más frecuente que la física. Y - como sabemos - ¡es tan difícil romper con esos hábitos!…
Nos quedan muchos puntos por tocar.
¿Quién es responsable: la disponibilidad de los medios para corromper o la falta de educación?
¿Qué es realmente el placer? ¿es casher disfrutar de la vida? ¿cómo se hace para decir: “No”?
Dejémoslo para otra edición.
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