El Baron Maurice de Hirsh siempre hacía las cosas a su manera.
Después de terminar con la mayor de sus empresas –la construcción de una línea de ferrocarriles entre Europa y Constantinopla a través de los Montes Balcanes – sobre la cual un destacado hombre de negocios le había advertido que era claramente delirante, el magnate alemán comenzó a ser observado como un visionario.
Tempranamente en su carrera Hirsh decidió dedicar una gran parte de su fortuna a ayudar a las personas de su pueblo que no eran tan afortunadas como él. El lo expresó así: “¿Qué puede haber más natural que tener como propósito el darles, a los seguidores del Judaísmo, que han sido oprimidos por miles de años, y que están hundidos en la miseria, las posibilidades de una regeneración física y moral?”
Cañas de pescar para los pobres
Viajando por el cercano oriente mientras llevaba a cabo el proyecto de las vías férreas, se sintió impresionado por la deplorable pobreza en que vivían los judíos, y decidió solucionar ese problema a su manera.
El escribió: “Durante mis repetidas y extensas visitas a Turquía me sentí dolorosamente impresionado por la miseria y la ignorancia en que las masas judías viven en ese Imperio…el progreso no les llegó a ellos, su pobreza deviene de su falta de educación, y sólo la educación y el entrenamiento de las jóvenes generaciones pueden remediar esta disímil situación”.
Su razonamiento fue que resultaba mejor darle a la gente pobre una caña de pescar para ganarse la vida que proveerlos de pescado durante el resto de su vida. El lo expresaba así: “Yo considero que el mayor problema de la filantropía es darles a los seres humanos la capacidad de trabajar, ya que de otra manera se pauperizarían. De este modo se crearían miembros útiles para la sociedad”.
Desgraciadamente él nunca consideró dentro del tema lo concerniente a la Torá.
En consonancia con sus pertenencias materiales, él comenzó a donar gigantescas sumas a organizaciones como la tristemente célebre Alliance Israelite Universelle, el gigantesco sistema educacional que dotó a los niños de una educación secular y de valores occidentales al precio de perder sus almas.
Luego comenzó a centrar su atención en Rusia, donde los judíos estaban sufriendo más que en cualquier otra parte del mundo luego de que en 1882 el Zar Alejandro III sancionara las infames “leyes de Mayo” que limitaban a los judíos de las zonas rurales las oportunidades educativas y de trabajo a fin de hacerles imposible la vida. Las leyes cumplieron su cometido; en 1897 el 50% de los judíos de muchas ciudades estaban sin trabajo, y casi la mitad de los judíos de las grandes ciudades como Odessa, Vilna, Minsk y Kovno, no podían festejar Pesaj sin ayuda de la tzedaká.
Esos decretos junto con los cientos de pogroms que habían estallado el año anterior, en el sur de Rusia, provocaron un éxodo de judíos hacia el Oriente, que irónicamente nunca resolvió lo que los rusos consideraban “problema judío”, puesto que aunque durante la Primera Guerra Mundial dos millones de judíos huyeron de Rusia, gracias al natural aumento de la tasa de natalidad la población judía siguió siendo numéricamente la misma que en 1881.
Hirsh consideró en un principio tratar de mejorar la vida judía en Rusia y le ofreció al gobierno 2.000.000 de libras esterlinas para establecer escuelas, talleres y granjas para los judíos de Rusia. Sin embargo, cuando los oficiales rusos insistieron en que los fondos debían ser directamente manejados por ellos, para que ellos decidieran la mejor manera de usarlos, Hirsh se negó a darles un centavo e invirtió esos fondos creando escuelas judías en Galicia, ante la fuerte oposición de los judíos de la Torá, que consideraban esa clase de educación como un caballo troyano de herejía y asimilación.
Argentina
Luego de escuchar los comentarios de 820 judíos rusos que habían llegado a la Argentina en 1889, estableciéndose exitosamente en colonias agrícolas, el Baron Hirsh decidió que ése era el mejor lugar. ¿Por qué lo prefirió a los EE.UU.? El lo explicaría más tarde diciendo “Yo pensé en los EE.UU., donde la constitución liberal es una garantía para un feliz desarrollo de los individuos de todas las religiones. Sin embargo, debo confesar que incrementar de tal modo el número de judíos en los EE.UU. no iba a ser de beneficio ni para el país ni para los mismos exiliados judíos. Por eso tengo la firme convicción que este nuevo asentamiento debe ser buscado en otras tierras diferentes y extensas, donde no pueda haber espacio para choques ni de tipo social ni religioso”.
Para prearar su plan, Hirsh envió primero a Arnold White, un miembro del parlamento inglés, a Rusia, para ver si los judíos estaban interesados en la propuesta. Luego de visitar colonias de agricultores judíos, White le dijo a Hirsh que ‘con coraje, paciencia y aptitudes, que son características con las que cuenta el pueblo judío, y con un plan bien organizado, la colonización estaba destinada a ser un éxito, sea en Argentina, en Siberia o en Sudáfrica’”.
En 1891 Hirsh fundó la Jewish Colonization Association, cuyo objetivo era “ayudar y promover a la emigración de judíos de cualquier parte de Europa o Asia –en especial de aquellos países en los que estaban es serias dificultades- y establecer colonias en diversos lugares de América del Norte y del Sur, y en otros países más, con fines agrícolas y comerciales”.
El único proyecto que Hirsh no consideró fue el que generaba tanto entusiasmo entre otros judíos: el Sionismo. Cuando el movimiento Jovevei Sion y Theodor Herzl se dirigieron a él para pedirle respaldo económico, se negó diciendo que esas aspiraciones no eran más que un sueño ridículo.
Algunos críticos de su empresa de solucionar el problema judío consideran que sólo cosechó fracasos. Sin embargo, muchas familias le agradecieron su generosidad por el resto de sus vidas.
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