En carácter de ciudadanos de una democracia, sabemos de nuestro derecho y deber cívico de elegir la administración y las autoridades del país cada tantos años. Nos habituamos también al hecho que, ni bien se saben los resultados de un sufragio, ya se van posicionando los candidatos en miras a la próxima elección. Todo hace parecer que ejercer la autoridad fuera una aspiración anhelada, pues quienes se postulan como candidatos no escatiman esfuerzos y palabras huecas para llegar al poder.
¿No notamos, acaso, el esmero que hacen todos los políticos para limar su imagen frente a las cámaras? ¿No advertimos como llenan las calles de posters con sus fotos antiguas y maquilladas de cuando eran 20 años más jóvenes...? ¿No percibimos como miden sus palabras para presentarse ante el público interno y externo como estadistas confiables (que van a pagar la deuda externa sin subir los impuestos)? ¿No vemos como inventan eslóganes que no dicen nada sustancioso, pero parecen atraer a multitudes (“se puede”, “síganme, que no los voy a defraudar”, “por un futuro mejor”, “todos unidos triunfaremos”, etc.)
Como votantes veteranos, frente a las urnas, votamos al... que menos daño pensamos que nos va a ocasionar. Las palabras de los políticos frecuentemente no nos convencen y, menos aun, creemos que alguno de ellos tenga realmente vocación de estar al “servicio de la comunidad” como pregonan, por ejemplo, los letreros de la policía...
¿Es realmente “bueno” ser autoridad? Los Sabios ya nos advirtieron que hay que “odiar la aspiración (propia) de convertirse en patrón” (Pirkei Avot 1). El Tana”j y nuestra historia nos muestran cómo los verdaderamente “grandes” hicieron todo lo posible para liberarse de la obligación de ejercer el mando. De esto, existen muchos ejemplos, pero a quien nos queremos dedicar hoy es a Moshé, nuestro maestro. Siete días estuvo D”s convenciéndolo que asumiera la misión de ir frente del Faraón para exigirle que permitiera la salida del pueblo de Israel “para festejar a D”s en el desierto” (Shmot 4:10). Moshé se resistía. No confiaba en ser el más indicado.
¿Por qué tanta insistencia por parte de D”s? ¿Era Moshé un buen estratega militar? ¿Inspiraba confianza con su dialéctica? ¿Sabía enardecer a las masas? No.
Moshé reunía las características que requiere una persona para que D”s lo vea apto para transmitir Su palabra. Estas condiciones no se redujeron a la persona de Moshé, sino que fueron requisitos para todos los profetas que le siguieron. No obstante, la misión de Moshé sería única (no sólo debería llevar a cabo las plagas y maravillas en Egipto frente al Faraón y al pueblo, sino que debería conducir a una nación sumamente rebelde hasta la tierra de Israel, y - la misión más trascendente de todas - transmitirles las leyes de la Torá y adiestrarlos para que las observen).
Nunca más volvería a repetirse un profeta en Israel con la grandeza de Moshé (este es el séptimo de los 13 artículos de fe cardinales de la fe judía).
¿Cuáles fueron estas particularidades de Moshé? Estudiemos un poco lo que la Torá narra sobre él. Moshé se crió en la corte del Faraón. No carecía de nada material. Había ascendido hasta llegar a ser el responsable del palacio del Faraón (Rash”i). No estaba sujeto a las tareas de esclavitud que debían cumplir los demás hebreos y tenía lo que se llamaría un “buen pasar”. Moshé salió del palacio y observó el padecimiento de sus hermanos.
Ahora bien, querido lector, debo aclararle que hay distintas maneras de “ver” las cosas. Todos los que no somos ciegos, advertimos muchas circunstancias a diario. Algunas nos impresionan y otras no nos “mueven un pelo”. Simplemente las vimos, y seguimos de largo con lo nuestro. Moshé, en cambio, vio a sus hermanos y... actuó acorde a lo que vio. Sintió el dolor del sufrimiento de cada uno de ellos (Shmot 2:11). Intentó, según el Midrash, ayudar a sostener la pesada carga que debían soportar. Se solidarizó. Al ver cómo un supervisor egipcio cruel estaba maltratando sádicamente e injustamente a un hebreo indefenso, fue inmediatamente a socorrerlo y eliminó al agresor (Shmot 2:17). Cuando, ya en Midián, se encontró apenas llegó con la coyuntura en que los pastores molestaban a las hijas de Itró, volvió a brindar su apoyo por las mujeres indefensas. Esta es una cualidad de Moshé: Solidaridad frente al dolor y la necesidad ajenos.
Al día siguiente del episodio con el egipcio, encontró a dos hebreos peleando. Moshé cuestionó: “¿Por qué le pegas a tu compañero?” (Shmot 2:13). Esta fue su convicción. Le sería muy necesaria en el futuro cuando estaría enfrentado al pueblo entero para hacer valer la palabra de D”s en contra de la voluntad y el ánimo popular.
D”s le ofrece a Moshé el cargo de guía del pueblo. “¿Quién soy yo para merecer tal honor?” (Shmot 3:11) Modestia. No hubo persona modesta como Moshé en toda la historia de la humanidad. Modestia no significa desconocer las propias facultades y habilidades para emprender una tarea. Eso es haraganería. Modestia sí es el reconocimiento de que le falta mucho a uno para ser lo que verdaderamente podría llegar a ser.
El Talmud aprende de Moshé que D”s hace morar su profecía sobre personas que son “sabias, fuertes, ricas y modestas”. Lo de “sabio” tiene que ver con el deseo de hacer uso de la inteligencia que D”s nos brindó y “aprender de cada persona” - sin mostrar soberbia. Sobre Moshé dice, al momento de equivocarse: “reconoció, sin sentir vergüenza”. “Fuerte”, desde lo físico, implica que ve claramente lo que D”s le quiere mostrar y no se confunde con alucinaciones. “Rico” es aquel que no necesita obsequios ajenos y, por lo tanto, será difícil de sobornar. El “modesto” transmite objetivamente aquello que se le encargó y no intenta “incluirse” en los libros de historia.
Sólo una persona como Moshé puede “implorar”, “clamar” y “extender sus manos en súplicas” por el dolor del Faraón y el de los egipcios (Shmot 8:8-26, 9:33), cuando les ocurrían las plagas. Cualquier persona de menos calibre, si no se deleitara en ver sufrir a estos malvados sádicos, al menos estaría de acuerdo en que se les aplique el rigor de la Justicia Di-vina por obrar como lo habían hecho los egipcios.
Sin embargo, es importante no omitir una reflexión. Por grande que fuese Moshé, no estuvo “por encima de la ley”. Nadie escapa a la exigencia minuciosa de D”s... y aun menos los grandes tzadikim (lo cual contradice totalmente el concepto moderno del poder). En camino a Egipto, Moshé dilató el cumplimiento del Brit Milá de su segundo hijo, quien había nacido justo antes de partir (Shmot 4:24). D”s estuvo dispuesto a prescindir de Moshé por esta negligencia (a pesar de haber estado insistiéndole siete días en que aceptara el cargo) y Moshé se salvó únicamente porque Tziporá - su esposa -circuncidó a su hijo en aquel momento. No hay mayor grandeza en el ser humano que ser fiel cumplidor de la ley Di-vina, y esto también lo aprendemos de Moshé (R.Sh.R. Hirsch)
En todo grupo humano, encontramos algunas personas que tienen un carisma especial. A veces nos parece que hubiesen nacido para ser líderes, posiblemente porque todos los escuchan y los siguen. En realidad tener esta aptitud (la de atraer con facilidad a los demás o la de ser un modelo nato para otros) es una tremenda responsabilidad. Si bien, en última instancia, cada persona es responsable de si mismo, quien ejerce un liderazgo negativo, también se le atribuye responsabilidad por quienes se copiaron de sus errores. (Pirkei Avot cap. 5, en referencia a Ieravam ben Nevat). Está en manos de los educadores, hacerle ver a quienes son influyentes, aquella responsabilidad que les cabe para ejercerla para el bien.
Y, al margen de todo lo que dijimos y volviendo a la persona de Moshé, no debemos olvidar las palabras del Ramba”m quien nos recuerda que, aunque no nos toque nunca ese rol de liderazgo, “todos podemos ser santos como Moshé”. El Talmud busca un indicio de Moshé en la Torá (fuera de donde expresamente está mencionado) y lo encuentra en “Beshagam hu basar” (= pues aun él es carne - en referencia a la fracasada generación del diluvio). La libertad (y la oportunidad) de ser santos como Moshé se extiende hasta a la población corrupta del diluvio.
Hablar de Moshé es hablar, entonces, de nuestro propio potencial y el de todo ser humano, aun si no fuera necesariamente en su capacidad intelectual y liderazgo, sí, sin embargo, en la oportunidad infinita de grandeza moral.
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