¿Qué es ser Judío? Esta pregunta no es tan sencilla como parece. Veamos qué clase tan peculiar de criatura es un Judío que pese a que todos los gobernantes de todas las naciones, juntos o separados, han molestado, oprimido, perseguido y acosado, quemado y ahorcado, aún sigue vivo. ¿Qué es un Judío, que nunca se permitió a sí mismo ser manejado por todas las posesiones terrenas que sus opresores y perseguidores constantemente le ofrecieron a fin de que cambiara su fe y que renegara de su propia religión judía? El Judío es ese ser sagrado que hizo descender de los cielos el fuego eterno que iluminó el mundo entero. El es la fuente religiosa, el manantial y la fuente de la cual todo el resto de los pueblos han extraído sus creencias y sus religiones.
El Judío es el pionero de la libertad. Aún en esos viejos tiempos en que los pueblos estaban divididos en tan sólo dos clases: los esclavos y los amos – incluso en esos tiempos tan antiguos las leyes de Moisés prohibieron la práctica de tener cautiva a una persona por más de seis años.
El Judío es el pionero de la civilización. La ignorancia era condenada en la antigua Palestina más de lo que en la actualidad lo es en la Europa civilizada. Más aún, en aquellos días salvajes de barbarie, cuando ni la vida ni la muerte de nadie contaba en absoluto para nadie, Rabi Akiva no se privó de expresar abiertamente que estaba en contra del castigo capital, una práctica que es reconocida en nuestros días como un modo altamente civilizado de castigo.
El Judío es un emblema de tolerancia civil y religiosa. “Ama al extranjero y al transeúnte”, ordenó Moisés, “porque tú has sido extranjero en la tierra de Egipto”.
Y esto fue dicho en aquellos tiempos remotos y salvajes, cuando la principal ambición de las razas y las naciones consistía en acosar y esclavizarse unos a otros. En lo que concierne a la tolerancia religiosa, la fe Judía no sólo está lejos del espíritu misionero de convertir a pueblos de otras denominaciones, sino que, por el contrario, el Talmud ordena a los rabinos a informar y explicar a cada uno que desee acercarse a tomar la religión judía todas las dificultades comprendidas en su aceptación, y a destacar al eventual prosélite que los justos de todas las naciones tienen un sitio en la inmortalidad. Con semejante grado de tolerancia hacia los ideales religiosos ni siquiera los moralistas de nuestro tiempo podrían competir.
El Judío es el emblema de eternidad. El es el que ni la esclavitud ni las torturas sufridas durante miles de años pudieron destruir; él es el que ni la hoguera, ni la espada, ni la inquisición fueron capacez de borrar de la faz de la tierra; él fue el primero en aplicar los oráculos de D”s; él es el que durante tanto tiempo fue el guardián de las profecías y el que las transmitió al resto del mundo: una nación como esta no puede ser destruida. El Judío es tan perdurable como la propia eternidad.
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