Sucedió hace muchos años, un día de tarde cuando los judíos se acercan a la sinagoga para recitar la Tefilá Minjá.
Como de costumbre, fueron llegando de a uno al pequeño Bet HaKnesset de la ciudad de Tzfat (Safed) en el norte montañoso de Israel. Aquella tarde el clima era muy frío y cuando ingresaron a la sinagoga, percibieron que ya había llegado el anciano Ridva”z a rezar. Claro, a pesar de estar muy débil, había desafiado el rigor del viento glacial pues era el día del Jahrzeit (aniversario) de su padre.
Las personas que se fueron congregando en el Bet HaKneset, permanecieron a cierta distancia respetuosa del Ridva”z, quien se hallaba sumergido en sus pensamientos. De a ratos se lo sentía suspirar y se lo veía lagrimear. En consideración a que se trataba de un día especial para el Ridva”z, los judíos que llegaban no indagaron acerca de la razón de su pena y siguieron una muy callada conversación entre ellos, mientras aguardaban el comienzo de los rezos.
Al rato, se sumó una persona a los que ya estaban allí y contempló la escena. A pesar, que sabía que era una fecha especial para el Ridva”z, no tuvo la misma cortesía que los demás y se acercó y le indagó en voz alta:
“¡Rabino! Yo entiendo que se trata de una fecha especial para Ud. dado que es el aniversario de su padre. Sin embargo, su padre ya falleció hace varias décadas, y al momento de su defunción, ya era una persona mayor que se había realizado en su vida y llegado a muy anciano. ¿Por qué Ud. se toma este Jahrzeit con tanta emoción como si se tratara de un hecho reciente y trágico?”
El Ridva”z elevó su vista como fijando su mirada en hechos que habían ocurrido hacía muchos años, meneó la cabeza hacia un lado y otro, y respondió:
“Es verdad, pasaron ya muchos años. En realidad, estuve pensando precisamente en aquellos eventos del pasado.
“Vean Uds.: Yo nací en un pueblo de Rusia. El oficio de mi padre era el armado de hogares para calentar las casas. Era experto en ese trabajo, y con lo que ganaba - que por cierto no era mucho, podíamos comer, e incluso podía pagar al maestro al que yo acudía a estudiar. (En los pueblos de Rusia y Polonia, no había escuelas, sino que cada maestro enseñaba a un grupo de alumnos en el Jeider que podía ser en su casa o en el Bet HaKneset, y de acuerdo a la edad de los niños y el conocimiento que requerían. Los padres, pagaban sus aranceles directamente al maestro quien vivía de aquel magro ingreso). Por mi estudio mi papá pagaba un rublo por mes.
Ocurrió un año, que escasearon los materiales para la construcción de los hogares. Esto creaba un gran problema. No se podía vivir en una casa sin hogar, pues los inviernos de Rusia son muy rigurosos, y penetran en la casa sin clemencia. Para nosotros, esto significó que no había ingresos en la casa y a mi papá le costaba poner pan en la mesa. Al mismo tiempo, se atrasó con el pago del maestro. Esto fue sucediendo tres meses, hasta que un día el maestro me mandó a casa con una nota: O me ponía al día con el arancel, o me tenía que dejar para tomar a otro alumno.
Cuando llegué a casa aquel día, mis padres desesperaron. No podían soportar la noción que yo me atrasara con mis estudios, o dejara de estudiar del todo. Era ya la hora de ir a rezar, y mi papá se aprestó para ir a la Tefilá. En el Bet HaKneset, entre Minjá Y Arvit, una persona comenzó a protestar en voz alta: “Es terrible. No puedo concretar el casamiento de mi hijo, porque no tengo quien me pueda armar un hogar para la casa que le construí. Estoy preguntando por todos lados, pero todos me dicen que no tienen los materiales para hacerlo... ¡Si yo encontrara alguien que lo pueda hacer, le pagaría seis rublos en el momento, para que me lo arme!”
Mi padre volvió a casa y tuvo una conferencia muy profunda con mi mamá. Al rato, volvió a salir y volvió con seis rublos. Me los dio en la mano y me dijo: “Entrégalos al maestro. Tres son por los meses que debo, y tres por los meses que vienen”.
Al día siguiente, mi papá desmontó cuidadosamente el hogar de nuestra casa y lo volvió a armar en la casa de la persona a quien se la había vendido.
Como ya les dije, los inviernos rusos son despiadados, y sufrimos el frío todo aquel año. Aun debajo de las frazadas, y con todo lo que nos pudiéramos intentar cubrir, no podíamos dejar de padecer por el frío que nos hacía temblar y tiritar los dientes.
Cuando llegó hoy la fecha del aniversario de mi papá, pensé que dada mi edad, podía pedir a algunos vecinos que se acerquen a casa para formar un Minián y recitar Kadish. No me cabe la menor duda que mis vecinos, que son muy amables, hubiesen accedido a mi pedido.
Luego pensé, que no era correcto hacer eso. Recordando el frío que pasó mi familia, a fin de que yo pueda progresar en mis estudios, no podía quedarme cómodo en mi casa, y debía hacer un esfuerzo en honor a mi padre.
Cuando llegué al Bet HaKneset, recordé cada detalle de aquella época tan difícil, y no pude hacer otra cosa que llorar de agradecimiento por la fortuna de haber tenido un padre Tzadik como el que tuve.
(extraído del libro “Around the Maggid´s table”, del Rav Paysach Krohn)
Los israelitas habían llegado a Egipto en la época en que Iosef era el virrey del país. Luego Iosef murio y lo mismo sucedió con todos sus hermanos y con toda su generación.
El rey de Egipto, vio en los judíos una nación que crecía continuamente y que podría convertirse en más poderosa que la propia.
Y si bien los judíos no se mantuvieron todo lo aislado que debían haberse conservado de acuerdo a las enseñanzas del patriarca Iaacov, de todos modos seguían siendo vistos claramente como extraños a ojos de los egipcios, dado que no se mimetizaban a la cultura del lugar. La propia existencia y demostración visible de los judíos, quienes conservaban una manera de vestir distinta, un lenguaje propio y nombres tradicionales foráneos, enfurecían al Faraón quien creía que la hegemonía egipcia sería eventualmente absorbida por los inmigrantes con orgullo.
¿Cómo luchar en contra de los judíos?
El Faraón decidió atacar el flanco más vulnerable: los niños.
De una manera u otra intentó frenar su crecimiento.
Ordenó a las parteras hebreas matar disimuladamente a los varones recién nacidos (Shmot 1:16). Al advertir que su designio con las parteras había fracasado (pues ellas se negaron a obedecer la orden), mandó arrojar a todos los recién nacidos al río (Shmot 1:22).
Sin embargo, el versículo nos cuenta que a medida que el Faraón decía “pen irbé” (= “para que no se multiplique” - Shmot 1:10), la Voz Di-vina respondía “ken irbé” (= “justamente se multiplicaba” - Shmot 1:12).
D”s premió a las parteras por desafiar, aunque fuera de modo encubierto, al Faraón. Cuando la Torá nos explica la naturaleza de su recompensa, nos habla de dos situaciones: “Y D”s benefició a las parteras y el pueblo creció” (Shmot 1:20). Y luego: “y fue porque las parteras temieron al Creador, Les otorgó hogares (Las volvió progenitoras de las casas del Sacerdocio y de la Monarquía de Israel” (Shmot 1:21).
La segunda retribución es bastante clara. Sin embargo: ¿Qué es lo que nos dice el primer versículo en materia del “premio” del que se hicieron acreedoras?
La respuesta radica en el hecho que ellas pudieron corroborar que gracias a su esfuerzo y arrojo, se cumplió su anhelo y aspiración de que el pueblo crezca a pesar de los decretos del Faraón. La mayor distinción y gratificación que obtiene aquel que lucha de manera desinteresada por un fin benéfico, es el estímulo que siente al ver que se cumple el objetivo por el que está perseverando.
El ejemplo de las parteras quedó grabado en los anales del pueblo de Israel. Para nosotros, la construcción de un hogar representa nuestra ambición por transmitir la valiosa enseñanza que hemos recibido de nuestros antepasados.
De ahí que padres tienen (o debieran tener) como prioridad preeminente, la educación judía de sus hijos. En muchos casos, esto se sostiene hasta el día de hoy. Lamentablemente, en otros, la educación judía de los hijos, quedó rezagada en el orden de preferencias frente a la inversión en bienes y comodidades que no son vitales para el judío como lo debiera ser la instrucción en las sabidurías de la Torá.
El Faraón sabía por dónde atacar. Esto nos da una clara señal, por dónde somos vulnerables. El ejemplo de las parteras, y la historia de los papás del Ridva”z deben ser una fuente de inspiración para reordenar nuestras primacías en la vida.
|
|
|