El milagro de Janucá aconteció un vigésimo quinto día de Kislev hace unos 2171 años. Pero primero debemos referirnos al contexto histórico que llevó a este acontecimiento. En esa época, los griegos dominaban el Medio Oriente. Su rey Antíoco quería difundir la cultura griega en la tierra de Israel, y muchos judíos aceptaron gratamente sus exigencias, abandonando su fe judía y adoptando los cultos griegos. La mayoría de los judíos se “helenizó”, es decir, renegó de todos los principios del judaísmo. Para ser aceptados por los griegos, los judíos tenían que participar la idolatría, comer cerdo, violar el Shabat, y hacer deportes desnudos. Aquellos que permanecieron fieles a los preceptos del judaísmo fueron perseguidos sin misericordia por los propios judíos helenizados. ¡Muchos rabinos y otras figuras religiosas fueron cruelmente asesinados, y frecuentemente por judíos helenizados!
Viendo esta triste situación, un pequeño grupo de líderes religiosos organizó una rebelión. A su cabeza iba Yehudá Ha Maccabí, y es por ello que los historiadores les dieron posteriormente el nombre de “Macabeos”. Pelearon contra los griegos, cuyos ejércitos eran seis y diez veces más grandes que las fuerzas judías y salieron milagrosamente victoriosos. Su armamento también era mucho mejor y más moderno que el de los judíos. Sin embargo, estos triunfaron y lograron sacar a los griegos de casi toda la Tierra Santa.
Los Macabeos exigieron la restitución del Templo Sagrado de Jerusalén, que aún estaba erguido en esa época. En un 25 de Kislev de 165 antes de la Era Común, los judíos volvieron a entrar al Templo después de tres años de ausencia y restablecieron inmediatamente el servicio religioso. Pero, para su pesar, no pudieron prender la Menorá (candelabro) que había en el Templo, quedando impedidos de realizar, así, el servicio completo. Esto se debió a que no había aceite Kasher apto para prender la Menorá. Al buscar en el Templo, encontraron una pequeña jarra que había sido milagrosamente conservada. Esta sólo contenía suficiente aceite como para arder un día y, sin embargo, el aceite ardió milagrosamente ocho días. Durante esos ocho días, los judíos fabricaron más aceite Kasher que utilizarían una vez que se terminara el de la jarra.
Vemos claramente entonces que en Janucá festejamos dos milagros principalmente: la victoria militar sobre los griegos y el hecho de que el aceite haya durado ocho días en el Templo. Sin profundizar en estos hechos, parecería que el milagro más grandioso fue la victoria militar. Sin embargo, en Janucá, celebramos sobre todo el milagro del aceite. Encendemos las mechas (o velas) en nuestros hogares durante ocho noches para conmemorar el milagro del aceite, y esa es la esencia misma de nuestra fiesta. Mencionamos la victoria militar en nuestras oraciones diarias durante esos ocho días, pero centramos nuestra atención en el milagro de la Menorá. Por lo tanto, nos hacemos obviamente la pregunta siguiente. ¿Por qué nuestros sabios dan mayor importancia al milagro del aceite? ¿Qué enseñanza intentan transmitirnos?
Para comenzar a entender este aspecto de Janucá, debemos primero comprender que la luz es uno de los símbolos representativos de la Torá. El hecho de que el aceite haya estado ardiendo ocho días representa una victoria de la Torá sobre la cultura griega. No olvidemos que los griegos querían desarraigar nuestra Torá y aniquilar a nuestros sabios. Simboliza el fracaso de los griegos y el triunfo final de la Torá. Pero para tener una mayor percepción de este milagro, debemos comprender la naturaleza del conflicto que existía entre griegos y judíos. ¿Por qué querían los griegos desarraigar la Torá y el judaísmo? Los griegos toleraban otras filosofías durante su reino. Entonces, ¿por qué deseaban tanto destruir el judaísmo?
Esta pregunta nos conduce al punto clave de Janucá. Cuando los griegos conocieron el judaísmo, se encontraron frente a algo totalmente distinto de su filosofía y esto, en cierto modo, era una amenaza para ellos. El Midrash siguiente nos explica perfectamente esta idea en unas pocas palabras:
“Si un hombre le dijera, ‘hay sabiduría entre las naciones del mundo’, debéis creerle. (Si dijera) ‘hay Torá entre las naciones del mundo’, no le creáis” (Eja Rabati:2)
Es decir, el Midrash nos plantea que los judíos poseen la Torá mientras que las naciones no judías poseen sabiduría, jojmá en hebreo. ¿Cuál es la diferencia entre Torá y sabiduría? ¡A primera vista, pareciera ser lo mismo!
Sin embargo, estas palabras del Midrash nos dicen que Torá y sabiduría son dos cosas diferentes, y que es por ello que existió la guerra entre los griegos y los judíos. El termino “Torá” proviene de la palabra hebrea “Lehorot”, enseñar, es decir, la Torá tiene como depósito enseñarnos a tener una vida mejor, convertirnos en seres mejores y proporcionarnos las pautas para alcanzar nuestro potencial como seres humanos. Por lo tanto, el concepto Torá es totalmente distinto a lo que llamamos sabiduría. La sabiduría nos permite conocer mejor nuestro mundo, pero no nos guía en nuestras vidas. La sabiduría abarca los campos de la biología, física, economía, ingeniería, y todas las otras disciplinas del mundo no judío. La sabiduría tiene como finalidad hacernos comprender mejor nuestro mundo, pero no ayuda al individuo a alcanzar mayores niveles éticos. Al ir hoy en día a la universidad la gente capta un gran caudal de sabiduría, pero no se les da casi ninguna pauta en relación a moralidad y ética, pues estas no se incluyen dentro de los parámetros de la sabiduría.
El relato siguiente ilustra claramente la diferencia entre Torá y sabiduría. En el siglo pasado había un profesor de ética famoso en la Universidad de Chicago. Se supo que había estaba llevando a cabo una relación extramatrimonial “muy poco ética”. En los años 50, los estudiantes no aceptaban ese tipo de comportamiento (especialmente tratándose de su profesor de ética) y pidieron una investigación. Hoy en día esta situación pasaría inadvertida. Pero en esos tiempos, preocupaba a la gente. Al progresar la investigación, se llego a saber que el profesor no sólo que tenía una esposa y una “amiga”, sino también una segunda “amiga”. Los estudiantes estaban pasmados y pidieron una explicación a su profesor. Su respuesta fue, “¿un profesor de matemáticas debe ser acaso un triángulo?”
Preguntaba en otras palabras si un profesor de ética debía llevar una conducta ética. Esto muestra claramente la diferencia entre Torá y sabiduría. La sabiduría es una forma de aprendizaje externo que no penetra en el individuo ni lo transforma para permitirle alcanzar su meta. La sabiduría tiene como finalidad informar a la gente, no cambiarla. El aprendizaje de la Torá, en cambio, es un ejercicio mucho más profundo, interno, cuya meta es el auto-perfeccionamiento.
Una vez Aristóteles fue sorprendido en medio de un acto sexual muy degradante. La gente estaba asombrada de que el gran Aristóteles pudiese caer tan bajo. Su respuesta fue muy simple, “hoy, no soy Aristóteles”. Es decir, su gran sabiduría era la esencia misma de Aristóteles pero su comportamiento personal era el de otra persona. En la Torá no existe esta división de la personalidad que sugiere Aristóteles. Aplicamos los conocimientos de la Torá a nuestra vida diaria y no sólo para estimulación de la mente.
La inmensa diferencia entre ambos conceptos nos plantea nos plantea otra pregunta que nos deja bastante perplejos. Partiendo de la base de que la Torá y la sabiduría son dos conceptos totalmente distintos, ¿por qué era eso una amenaza para los griegos? ¿por qué no podían “vivir y dejar vivir a los judíos” como hacían con otras culturas y filosofías?
Los griegos no podían aceptar la existencia de la Torá porque les pesaba en la conciencia. Los preceptos de la Torá son mucho más profundos que la filosofía y, de hecho, al lado de la Torá, la filosofía griega estaba obsoleta. Los griegos no podían soportar el hecho de que la Torá tiene respuestas a preguntas que la filosofía griega ni siquiera se ha planteado. La Torá busca explicar los “por qué” del universo, es decir, “¿por qué existe el universo?”, “¿por qué existe el hombre dentro del universo?”, “¿por qué el hombre tiene libertad de elección?”, “¿por qué existen la muerte y el sufrimiento?”, etc. La filosofía, por su parte, explica los “que” del universo. “¿qué es la verdad?”, “¿qué es la razón?”, “¿qué es la materia?”, etc. Cuando una persona comprende los “por que” del universo, asume muchas responsabilidades. Cuando una persona entiende la finalidad del mundo, tiene la obligación y la responsabilidad de cambiar sus normas éticas para estar en armonía con ese propósito. Es por eso que la Torá puede hacer que una persona alcance un plano ético más elevado, un estado trascendental. Sin embargo, el conocimiento de los “que” del universo no trae consigo esta obligación. Estos son simples partículas de conocimientos que se introducen en el intelecto, pero no penetran necesariamente en la personalidad misma.
Los griegos temían las responsabilidades que requería el conocimiento de la Torá. No querían ser “cambiados” y deseaban que su conocimiento fuese sólo externo. Querían ser profesores de ética “sin ética” como nuestro amigo, el profesor norteamericano. No obstante, el problema de los griegos era que mientras que existiese la Torá, les pesaría en la conciencia. ¿Cómo podían justificar sus conductas tan poco éticas si la Torá poseía la verdad? ¿Cómo exclamar, “hoy no soy Aristóteles”, cuando la Torá exige moralidad en la vida diaria? Es por ello que los griegos intentaron destruir la Torá y eliminar a todos sus estudiosos. Era la única salvación para su conciencia.
Ya es evidente la importancia que tiene Janucá de nuestros días. Los judíos actualmente son expertos en todos los “que” de la sabiduría secular. Somos maestros de los campos de la biología, física, economía, computación, y en todas las materias comprendidas en esta sabiduría. Pero, ¿cuántos se han sumido alguna vez en los “por qué” del universo? ¿cuántos sabemos por qué existimos? ¿o por qué existen la muerte y el sufrimiento? ¿o por qué tenemos libertad de elección? ¿cuántos han probado alguna vez las delicias de un verdadero aprendizaje de la Torá?
A pesar de su ignorancia con respecto a la Torá, muchos judíos son expertos en pensamientos no judíos, sin saber que estos conceptos tienen su origen en el judaísmo. El gran Maharal de Praga explicó la teoría de la dialéctica del Hegel 300 años antes que Hegel naciera. El Rabino Israel Salanter ZTZ”L anticipó en 100 años la tesis de Freud sobre el subconsciente. Sería comprensible que los no judíos atribuyeran estos conceptos a autores seculares, pero la triste realidad es que si se pregunta a los judíos, la gran mayoría daría la misma respuesta, cuando en realidad su origen está en la Torá.
Janucá es una época en que los judíos se enorgullecen de la diferencia existente entre Torá y sabiduría. La sabiduría es, en verdad, necesaria en este mundo. De hecho, ¿qué sería la vida sin medicina, física ni ingeniería? Pero la sabiduría no podrá jamás sustituir la Torá. Es muy difícil tener un sistema ético y moral consecuente sin comprender los “por qué” del universo. Para cambiar, es decir, para trascender a niveles más altos, la Torá es la única capaz de proporcionarnos los elementos para ello.
Es por eso que encendemos velas (o mechas) para Janucá. Estas luces representan la luz sublime de la Torá que triunfó sobre la filosofía griega 2171 años atrás. Tenemos esta misma lucha en nuestros días. El campo de batalla es diferente, pero el resultado es el mismo. Para ganar la guerra debemos encender las luces descubriendo los “por qué” del universo, y no contentarnos con sólo saber los “qué”. Una persona no necesita ser religiosa para comenzar a estudiar Torá. Sólo requiere una búsqueda de la verdad, y el deseo de comprender las cuestiones más profundas que nos confrontan en nuestro diario vivir.
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