El mundo libre permaneció mudo ante el pogrom llamado Kristallnacht, o La noche de los Cristales Rotos. Y ese fue el preludio del tremendo silencio ante el cual los Nazis iban a desarrollar la llamada Solución Final.
Sucedió hace 69 años, cuando las tropas nazis realizaron el infame pogrom llamado Kristallnacht contra los judíos de Alemania. El 9 y el 10 de noviembre de 1938, entre 1.300 y 1.500 judíos fueron asesinados y otros 30.000 fueron enviados a campos de concentración. 1574 sinagogas fueron incendiadas; más de 7.000 comercios pertenecientes a judíos fueron destruidos. La enorme montaña de vidrios rotos, de ventanas de hogares y comercios de judíos, le dio su nombre a la embestida: “Crystal Night” (la Noche de los Cristales), o “La noche de los cristales rotos”.
Durante los cinco años anteriores, los judíos alemanes habían sido despojados de sus derechos legales, y fueron víctimas de ocasionales estallidos de violencia, pero nada fue comparable a la sistemática devastación de la Kristallnacht, que además se propagó a todo el país. Ahora el Führer esperaba la respuesta del mundo.
El público norteamericano estuvo totalmente informado de los hechos que sucedían en Alemania. Detallados informes sobre la Kristallnacht aparecían reiteradamente en los titulares de tapa de los diarios nacionales durante los días posteriores al pogrom. Sin embargo, algunos diarios tenían dificultades sabiendo que los nazis estaban motivados por el odio a los judíos. Un editorial del New York Times explicaba que el verdadero motivo del régimen de Hitler era financiero, “que el propósito de la violencia era obtener un beneficio a partir de los saqueos legales”. De este modo, el Baltimore Sun, caracterizaba al pogrom como “un modo de colectar dinero”.
El Presidente Franklin Roosvelt respondió a la Kristallnacht con una aguda condena verbal y con dos gestos: él convocó al embajador de los EE.UU. en Alemania para “efectuar consultas”, y extendió visas de visitantes a aproximadamente 12.000 refugiados judíos alemanes que en esos momentos estaban en los EE.UU. Pero al mismo tiempo, F. Roosvelt anunció que la liberación de los estrechos cupos de inmigrantes para los EE.UU. estaba “fuera de toda discusión”.
Considerando la Kristallnacht, los miembros del Congreso de mentalidad humanitaria introdujeron una legislación adecuada para ayudar a la comunidad judía alemana. Un fondo esponsoreado por el senador R. Wagner y la representante Edith Rogers, propuso la admisión de 20.000 niños refugiados, independientemente de los cupos. Algunos grupos aislados nacionalistas manifestaron a viva voz contra la propuesta. Luego vinieron apelaciones, una de ellas de parte de la primera dama Eleanor Roosvelt, pero las mismas cayeron en saco roto. Prestando atención a lo que mostraban las encuestas, en las que la mayoría de los norteamericanos se oponían a una mayor inmigración, el presidente Roosvelt prefirió dejarse llevar por la opinión pública en vez de ponerse él mismo al frente y conducirla. Sin su apoyo, la iniciativa de Wagner-Rogers pasó a una comisión donde fue enterrada.
Irónicamente, cuando la revista Pets (Mascotas) lanzó al año siguiente una campaña para que los americanos recibieran cachorros de pura raza provenientes de Inglaterra, a fin de que ellos no resultaran dañados por los raids aéreos de los alemanes, la revista fue inundada de cartas con millares de ofrecimientos de tenencia para los perros.
Las organizaciones judías americanas estaban reticentes a desafiar tanto a la política de la administración del estado como a la corriente pública prevalente. Tres días después de la Kristallnacht, representantes del Consejo General Judío, el grupo techo de las cuatro más grandes organizaciones de defensa judías, tuvo un encuentro en Nueva York con el fin de decidir qué repuesta darle a la violencia nazi. Preocupados por la posibilidad de exaltar el antisemitismo local, ellos resolvieron que “no habría desfiles, demostraciones públicas ni protestas de parte de los judíos”, y que, aunque “basándose en principios humanitarios la inmigración masiva de judíos alemanes no debía encontrar ninguna oposición…al menos por el momento no debería hacerse nada al respecto”.
Cuando el presidente Roosvelt le consultó a su asesor judío más cercano, Samuel Rosenman, un prominente miembro del American Jewish Committee, si debería permitirse el ingreso de más refugiados judíos en los EE.UU., en vistas de la Kristallnacht, éste le respondió que él se oponía a esa iniciativa porque “podría crear un problema judío en los EE.UU.”.
Cuatro meses antes de la Kristallnacht, la administración Roosvelt había organizado una conferencia en Evian, Francia, a la que asistieron delegados de 32 países con el fin de discutir el problema de los refugiados judíos. Pero los delegados reafirmaron su oposición a liberalizar los cupos de inmigrantes, y los ingleses incluso se opusieron a discutir el tema de Palestina como posible salida. La administración de los EE.UU. concientemente había concertado el encuentro para dar la impresión de que el mundo libre estaba tomando acciones, cuando en realidad no se estaba haciendo nada por el estilo.
Un periódico alemán traía un comentario sobre Evian que decía: “nosotros podemos ver que a uno le gusta tener compasión por los judíos… pero ningún estado está preparado…para aceptar a unos pocos miles de judíos. De modo tal que la conferencia sirve para justificar la política de Alemania en contra de los judíos”.
La Kristallnacht no alteró fundamentalmente la respuesta de la comunidad internacional frente a Hitler. Hubo muchas condenas verbales, pero ninguna sanción económica en contra de la Alemania nazi, ni tampoco la suspensión de relaciones diplomáticas, ni la facilitación de los cupos inmigratorios, ni siquiera una apertura completa de las puertas del antiguo hogar nacional de los propios judíos. El mundo libre reaccionó con el silencio al pogrom de la Kristallnacht, prologando el terrible silencio con el cual recibirían la Solución Final de los Nazis.
*El autor es director del Instituto David S. Wyman para los Estudios del Holocausto.
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