La Voz Judía


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BRIT MILÁ - MÁS QUE UN CORTE
Por el Rabino Daniel Oppenheimer

Todos hemos presenciado esta ceremonia tan judía, que emociona cada vez que se repite, aun habiéndola repetido en tantas ocasiones.
Incluso en círculos que desafortunadamente distan de observar los demás preceptos, esta Mitzvá es la que más se sigue cumpliendo en casi todas las comunidades de Israel.
Los Sabios atribuyen este hecho a que desde un principio fue aceptado por el pueblo con alegría.
Y si bien el recién nacido no deja de ser judío por no haber sido circuncidado, para muchos el Brit Milá es lo que hace ingresar al bebé al pueblo de Israel. Sin embargo, junto a la abstención de cumplir con el Korbán Pesaj (cuando estaba al alcance hacerlo), eludir esta ley se constituye en aquella que conlleva el más severo castigo Celestial.
El precepto de Brit Milá antecede a la aceptación pública y unánime de las Mitzvot en el Monte Sinaí. Avraham la recibió de D”s 401 años antes de aquel magno evento y la cumplió de inmediato a pesar de su avanzada ancianidad - en él, su hijo y todos sus esclavos.
D”s no solamente le ordenó a Avraham llevar a cabo la circuncisión.
Cuando analizamos las palabras Di-vinas, encontramos que este suceso estuvo precedido de la frase (Bereshit 17:1): “hithalej lefanai veheié tamim”, que significa: “condúcete (soberanamente - sin permitir que las circunstancias ajenas te desvíen, sino guiándote por determinación y energía interna) delante de Mi, y sé íntegro”. (R. Sh. R. Hirsch sz”l)
También estuvo acompañado de un cambio de nombre: antes era Avram, y desde aquel momento se convirtió en Avraham. Tenemos aquí un cambio de identidad.
Luego, D”s estableció un pacto con Avraham, mediante el cual le aseguró que la tierra de Israel se convertiría en suya y de sus descendientes.
R. Hirsch amplía estos conceptos que repetimos cada vez que ingresa el bebé para su Brit Milá: “hithalej lefanai” - significa “tener presente a D”s en todo momento, mirar en cada movimiento hacia Él, Quien ha asentado los límites y fronteras a todo y Quien nos ha otorgado libertad a través de la disciplina de Su ley…”, “veheié tamim” - ser íntegro es “cultivar toda aquella esfera que D”s ha delimitado para el judío, sin traspasar aquellos confines…”. “El vocablo ‘averá’ - como se conoce comúnmente al pecado - es el traspasar (la’avor) estas márgenes Di-vinas…”
“Vemos aquí nuevamente la diferencia que existe entre Avraham el judío, y Avraham - el anterior. En su carácter previo, lo que valían eran sus buenas intenciones, del mismo modo en que se suele justificar cualquier acto en el ámbito no-judío por sus justos intentos…, y hasta aquel momento, Avraham era querido por sus cualidades de buen corazón y carácter. Sin embargo, desde aquel momento se pretende algo más: una subordinación - libremente optada - de si mismo ante la Ley de D”s.”
Evidentemente fue este uno de los momentos más culminantes de la vida de Avraham. Uno más de los que marcaron “un antes y un después”.
La dificultad que esto presentaba ante el patriarca, no se limitaba a una cuestión de dolor físico por lo que debería atravesar siendo tan mayor. Tampoco le molestaba lo que podrían pensar de él. Toda su vida desafió a los demás con su búsqueda de la verdad. Es que el Brit Milá lo iba a marcar como “distinto” con lo que, posiblemente, no podría seguir relacionándose con sus congéneres como un “igual”. Esto lo diferenciaría definitivamente del resto de la gente. Para Avraham, el hombre más generoso y gran amante de la bondad, esto significaba una división tajante con sus semejantes.
Si hasta aquel momento había estado esperanzado en que toda la humanidad pactara una comunión espiritual con D”s, desde ahí solo serían él y su familia - y los que se quisieran sumar. No obstante, acató.
Desde que nacimos - cada uno de nosotros - los judíos que vivimos en el exilio, nos encontramos con la contradicción y la disyuntiva: vivir en el seno de un entorno ajeno, colaborar, pertenecer cívicamente a un país con otra cultura, estudiar y conocer esa formación, desarrollar una actividad productiva y honesta que nos permita alimentar a nuestras familias e identificarnos con las necesidades de la tierra, y - sin embargo - permanecer distintos, mantener nuestras propias leyes y costumbres, y - lo que es más difícil - seguir pensando distinto y percibirnos como judíos - desemejantes, apartados y muchas veces hasta enfrentados al pensamiento popular local.
Esto no fue, ni aun menos es hoy una tarea fácil. Con todo el dolor de lo que significaban los muros de los guettos de la edad medieval y moderna en la que habitaron nuestros antepasados, estas vallas protegían al judío de las influencias negativas que regían las pasiones de los habitantes exteriores. Paradójicamente fue precisamente la discriminación de los terceros, la que le permitía distinguirse y saber claramente quién era él.
No obstante, la fraternidad posterior que comenzó con la emancipación, desdibujó el discernimiento propio de nuestra identidad. De ahí, nuestra pugna más reciente con la amenaza de la asimilación (que ya data desde el momento en que comenzó a existir el pueblo judío).
El modelo más típico fue el de Moises Mendelsohn.
¿Quién fue, y qué enseñanza nos dejó?
Moises Mendelsohn (“Dessauer”) fue un clásico judío Shomer Mitzvot. Nacido en 1729, proveniente de un hogar de escasos recursos, fue un autodidacta que vivió la época de Federico el Grande de Prusia, un rey que introdujo reformas estatales destinadas a - entre otras cosas - proteger a los más débiles
La situación de los judíos de Europa durante los siglos anteriores había sido una larga historia que oscilaba entre abierta persecución, masacres y acusaciones mentirosas y difamante que justificaban estos excesos, y - en el mejor de los casos - la discriminación basada en la burla y el caricato de su estilo de vida y tradición.
Dada su relación con Gotthold Ephraim Lessing, esto le permitió acceder a los salones de Berlin, en los que se debatían los temas filosóficos en boga.
Mendelsohn pretendió que los judíos aprendan el idioma local para ser aceptados, y para eso, quiso “acercarlos a la cultura de la cual su nación, lamentablemente, estaba mantenida a la distancia, tan así que sería posible sospechar que jamás volverían a superar ese espacio”. Por lo tanto, entre otros escritos, reeditó la Torá con una “mejor traducción a la que habían accedido previamente” al alemán (escrito con caracteres hebreos), y un extenso “Biur”, que es su comentario a la Torá, junto a los tradicionales exegetas Onkelos y Rash”í.
Aun cuando Mendelsohn se carteó con muchos Sabios de su época, fueron varios de ellos los que sospecharon de las consecuencias que acarrearía la difusión de su obra - y la prohibieron.
Mendelsohn intentó convencer a las autoridades que el judaísmo era aceptable, que su sabiduría aportaba mucho a la civilización y la cultura general, etc. y que, por consiguiente, los judíos merecían los derechos de ciudadanos al igual que el resto de la población. A este fin, se sumó a Christian Wilhelm von Dohm, quien también luchó por estos ideales.
Pero la historia de Mendelsohn nos deja un sabor muy amargo. Si bien su tarea fue exitosa en ayudar a que se le concedan más tarde los derechos mínimos demandados a los judíos, su estilo abrió el camino para que casi todos sus hijos, nietos y alumnos abandonaran el judaísmo para abrazar los credos circundantes. Otros que siguieron su línea de pensamiento fueron los promotores de la “reforma” del judaísmo, que no distó de la conversión directa de los primeros, pues su próxima generación también terminó penosamente engrosando las filas de otros cultos. A partir de las secuelas de sus teorías y gestiones, quedó íntimamente ligado al nombre de Mendelsohn el tristemente célebre epíteto de haber sido “el padre de la reforma”.
Con este antecedente en mano, podemos y debemos tomar conciencia: no es suficiente tener “buenas intenciones”. La agenda de este filósofo tenía como objetivo mitigar el sufrimiento de sus contemporáneos. Seguramente no vaticinó que sus descendientes y discípulos renunciarían a sus creencias y prácticas. Pero la realidad lo mostró en todo su error.
Siendo tan conocedor de su historia, tal como se reconoce a sí mismo en sus obras y cuidadoso de las Mitzvot - como todos los historiadores coinciden - ¿dónde estuvo su equivocación?
Esto no es un simple interés teórico, pues en nuestra situación, esta cuestión es de actualidad diaria en la relación con nuestro entorno, para no repetir los traspiés del pasado.
El punto principal en este debate es el alcance y precio a pagar por la emulación y la comparación con los demás, para valorar lo propio e intentar adecuarse a la sociedad.
Al desconocer frecuentemente lo que es realmente propio, y ante la necesidad de no excluirse, ni sentirse como una rareza, el panorama no es simple para el judío moderno.
Sin embargo, tengamos en claro que en cuanto intentemos imitar a otros que creemos exitosos (una práctica utilizada en todos los círculos sociales y comerciales), nos exponemos a transmitir un mensaje inverso al deseado, pues reforzamos los arquetipos originales foráneos que calcamos, en oposición a las ideas propias que quedan relegadas como si fueran obsoletas. Medir lo propio con la vara ajena, asigna la duda a lo de uno, mientras que otorga la certeza a la medida que se viene a emplear.
“Atraer a la gente” a una actividad para que sea “exitosa” (que se note que vienen muchos), siempre fue un desafío para las comunidades. Aquellas más alejadas del camino de la Torá, solían organizar “bailes (mixtos) de judíos” para lograr que se conozcan entre jóvenes “de la colectividad” y “evitar así la asimilación”, pero - ¡ojo! - su plan no funcionó. Los medios inapropiados terminan siendo inefectivos. Los jóvenes judíos que querían bailar mixto, no necesitaban limitarse a sitios de judíos para ir a bailar…
La Mitzvá de Kiruv (acercar judíos a sus raíces) nos presenta un desafío similar. Muchos filántropos sensibles a la dramática coyuntura asimilatoria, donan importantes sumas de dinero para que se organicen eventos que atraigan a los jóvenes neófitos a las comunidades. La presión por el éxito en esto - (más allá de la Mitzvá) - suele ser significativa. Y la pregunta se reitera: ¿cuáles métodos de publicidad son los autorizados? ¿qué actividades son realmente casher a fin de atraer? ¿quién supervisa y autoriza objetivamente cada emprendimiento? Y por último: si resulta exitosa en atraer a mucha gente - ¿esto significa que está aprobada?
Volviendo a nuestra inferencia: el intentar de lograr el mismo resultado que los emprendimientos laicos o mercantiles reproduciendo y simulándolos - introduciendo lenguaje y nociones de la “Torá”, disfrazándonos con mangas largas para aparentar un “Tzniut” e incluso colocándonos Kipot, y - claro - ofreciendo comida casher - nos engañamos y retrocedemos espiritualmente y no avanzamos, pues demostramos una vez más nuestra creencia en que lo de otros vale más que lo nuestro. ¿No observamos, acaso, que los grupos musicales que atraen a la población general con su “magia”, no tienen reparos ni inhibición ética en apelar a los instintos humanos a cualquier precio (que la legalidad les permita) con tal de lograr un mayor puntaje de rating y tiempo en cartelera? ¿Acaso los envidiamos o estamos dispuestos a transmitir tácitamente esa señal?
No es fácil - en particular cuando se habla de diferencias muy sutiles - pero debemos recordar las palabras que pronunciamos cada semana en Havdalá cuando despedimos al Shabat: “D”s, quien dividió entre lo sagrado y lo profano, entre la luz y la oscuridad, entre Israel y las naciones, entre el día Shabat y los días de labor…”.
Claramente incompatible. No hay espacio para “jugar a dos puntas”. En todo caso, es Israel, quien debe proyectar su enseñanza a las naciones, del mismo modo que el Shabat debe inspirar a los demás días de la semana, y la luz alumbrar la oscuridad.
Esto se refiere a las prioridades de las conversaciones en casa, en la elección del lugar de paseo o de las vacaciones, al elegir el espacio de distracción, etc.
Cuando en el lenguaje se mezclan expresiones tales como “porque todos”, “lo normal”, “así se usa”, entendamos claramente que nos subordinamos a los estilos y costumbres que no nos pertenecen.
También en la música que se presenta como “judía” (porque los cantantes son judíos, ostentan “Peiot” y los temas tienen léxicos hebreos y pasajes de la Torá) suele haber - en algunos - una clara imitación de lo foráneo a la Torá.
Ud. se preguntará: ¿antes no hubo influencia ajena en la liturgia judía?
Es muy posible que la haya habido, y quizá también influyó negativamente sobre el pueblo. Sin embargo, es importante destacar que no podemos comparar en términos absolutos otras épocas a la nuestra. No contamos con los antídotos que poseyeron antiguamente para evitar caer en las persuasiones y seducciones detrimentales. Hoy, y cada día, se proyecta con más fuerza, nos integramos más, nos mimetizamos con mayor disposición - y vivimos con mayor riesgo.
El Brit Milá es más que un corte de la piel del prepucio.
Si para Avraham el desafío del Brit Milá fue el de ser el progenitor de un pueblo que sirva a D”s - dejando “afuera” al resto de las naciones, el nuestro consiste en divisarnos y notarnos realmente como diferentes, sin envidiar o sentirnos disminuidos, sino - justamente por el contrario - orgullosos con razón de nuestro acervo.
La bendición que recitamos al legarle el nombre al recién nacido, comienza con las palabras “Quien santificó al querido desde el vientre (materno)”. Ese es precisamente el concepto: ennoblecer - y no profanar - a nuestros niños inocentes desde su más temprana niñez.

 

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