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Un reciente caso reciente que fue presentado ante el Beit Din para Divorcios en Israel muestra hasta qué punto los animales han reemplazado a los hijos entre los judíos seculares.
La pareja, constituida por dos personas educadas que tenían una mascota, obtuvieron una sentencia de divorcio luego de haberla trabajado conjuntamente. Por lo general, cuando la pareja tiene hijos, una buena parte del acuerdo de divorcio gira en torno a la custodia de los niños y los compromisos respecto a la manutención, el derecho a las visitas y las vacaciones. En el caso de esta pareja, el primer párrafo de la sentencia se refería al derecho a las visitas, las vacaciones y el pago para la manutención de su perro, de nombre Goulash.
El esposo alegaba que, dado que el perro pesa 50 kilos, y que el costo mensual de su comida, tratamientos médicos y seguro asciende a los 1.500 nuevos shékels, él quería que su ex esposa compartiera los gastos. La esposa se quejaba porque decía que las dos veces que había ido a visitar al perro, el marido le dijo que estaba durmiendo. Ella también exigía que le dieran la mitad del album de fotos del perro que habían sacado a lo largo del tiempo. Ambos les mostraron a los jueces el album que incluía fotos del perro comiendo matzá en Pésaj, jugando junto a una fogata de Lag Ba’Omer, comiendo una sufganiá en Janucá, etc.
El marido y la mujer decidieron que cuando uno de ellos viajara al exterior, el perro debía ser cuidado por la otra parte, y que si ello no era posible, entonces la otra parte debía pagar un hotel para el perro. El marido podía ordenar un tratamiento médico para el perro sólo si la mujer lo aprobaba. Tras recibir el divorcio, la pareja manifestó que seguirían negociando otros reclamos adicionales.
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