Echemos un vistazo a la extensa confesión que siempre rezamos en la amidá (el rezo silencioso que hacemos de pie) en cada servicio de oraciones de Iom Kipur exceptuando el último (ne’ilá). Es la larga lista de líneas que comienzan con las palabras al jet (por el pecado…).
En la antigüedad, cuando existía el Santuario, la actividad central en Iom Kipur era el largo servicio de sacrificios y ofrendas que eran llevadas allí por el kohen gadol (el Sumo Sacerdote). En la actualidad, nosotros tenemos los servicios de oraciones de todo el día en la sinagoga, el “pequeño Santuario”, un pequeño centro de santidad que nos ha quedado en lugar de la gran Casa de D”s en Jerusalem.
Muy pronto, después de la destrucción del Templo, la confesión de los pecados era una parte fija de los rezos de Iom Kipur, al finalizar la amidá para los congregados, y en medio de la amidá para el jazan (quien recita la Torá). Partes de la confesión que nosotros leemos fueron istituídas en los tiempos de la Guemará, la última parte del Talmud (luego de la Mishná). Su estilo se desarrolló más tarde en los días de los ge’onim (los Sabios, posteriores al año 500 de la era común), y el texto completo fue establecido en la Edad Media.
Una vieja costumbre del penitente judío es que mientras dice las líneas de esta confesión se golpee el pecho, cerca de la zona del corazón, cada vez que dice las palabras al jet, para marcar su contricción por cada uno de los pecados cometidos.
Y bien, dice la historia que una vez, en un temprano período de nuestra diversificada historia, un presumido y pomposo judío decidió visitar la sinagoga en un Iom Kipur, por primera vez en años, evidentemente de un modo nostálgico. Vestido con sus ropas formales matutinas, él observaba lo que los demás hacían, y los seguía con su libro de rezos, con un aire de caballero indulgente.
Cuando comenzó la confesión de los pecados, él se paró con el resto y observó cómo cada uno se golpeaba el pecho: una vez por cada pecado. Fríamente miraba su libro de rezos, siguiendo la traducción. Entonces él comenzó a recitar las líneas. Sin embargo, en lugar de un razonable toque con el puño, él acompañaba cada al jet con un golpecito de la uña de su pulgar sobre un botón de su abrigo. Ello hacía un bonito e interesante sonido que él consideraba enteramente suficiente. Después de todo, aquellos pecados que figuraban en el libro de rezos no tenían ninguna relación real ni directa con él. Definitivamente, él no había incurrido en tales actos.
Repentinamente se detuvo por un momento con su mano suspendida en el aire. “¿Podría ser?”, se preguntó. “¿Cómo lo sabía el autor del libro de rezos?”. Uno de los pecados entre la lista lo había sacudido. ¡Sin duda, era una falla suya! “Ah, ah, ah”, exclamó, sacudiendo su cabeza vigorosamente en señal de que se había percatado. Y entonces golpeó su pecho con un resonante movimiento.
Esta es sólo una anécdota humorística del tesoro de nuestra tradición. Pero supongamos que refleje una práctica actual. Supongamos que cada congregante seleccione de las líneas de al jet sólo aquellos pecados que realmente sean aplicables a él, y que sólo pronuncie los que le incumban delante de su Creador, golpeándose el pecho en angustiada contricción. O que quizás no siga ningún texto prefijado y utilice sus propias palabras…
El retornaría al problema original de Iankel y de su jatah (el sacrificio ofrendado) en el Santuario. Entonces temeríamos que algunos observadores se dieran cuenta de cómo él ha pecado y él sufriría de vergüenza. En la sinagoga, en Iom Kipur, los oídos atentos podrían hacer lo mismo. ¡Con cuánta facilidad un hombre puede complacer a sus amigos, después de todo! “Muchachos, ¡no saben lo que escuché que decía Iankel en la sinagoga! Yo estaba justo cerca de él durante la confesión. Ustedes no lo creerían…!
Pues bien, entonces no es accidental ni es una coincidencia que toda la confesión de Iom Kipur sea en plural. En toda la lista no hay ninguna confesión que diga “el pecado que yo cometí”; cada línea comienza diciendo “por el pecado (al jet) que nosotros cometimos”. Préstele atención a su vecino como usted quiera. Usted sólo escuchará los pecados de klal Israel, el pueblo Judío en su integridad. Por ellos nosotros rogamos el perdón en el sagrado Día de Contricción.
Pero entonces, usted bien podría preguntar, ¿es posible que falte algo importante? ¿No debería haber, también, una confesión de pecados personales, así como cada uno traía una jatah al Santuario, por su propio pecado?
Debe subrayarse que en Iom Kipur, nuestra ley religiosa permite, e incluso alienta, la confesión de los pecados personales entre los pecados colectivos- pero serenamente, discretamente, por la misma razón que nuestros Sabios decretaron que la amidá, la principal y extensa oración cotidiana de las 18 bendiciones, debe ser dicha en silencio.
Más aún, al recitar los pecados “en plural”, una persona es libre de tener presentes sus fallas personales ocurridas durante el año que se fue en cualquier punto en que concidan con los que él está confesando en nombre de klal Israel. Simplemente, él puede “incluirse a sí mismo”.
Otro importante tema está implicado aquí, también. En nuestra antigua historia, antes de que Nabucodonosor destruyera el primer Templo, el profeta Jeremías anticipó el exilio de nuestro pueblo con siglos de calamidades – y él exclamó Israel es un cordero errante y disperso (Jeremías 50:17). Y el Midrash, acremente comenta: Israel está bien ligado al cordero; si un cordero es herido en la cabeza o en uno de sus miembros, todos los corderos sienten el dolor (dado que su pequeño y débil cuerpo se sacude por completo con la herida). Así también sucede con los Israelitas (los Judíos): “Permite que un hombre peque, y El se enojará con la comunidad entera (Números 16:22).
Nosotros sufrimos colectivamente por los pecados de los individuos. El Midrash nos enseña: (señalan las Escrituras) y si un alma pecara (Levítico 5:1)…¿Por qué no dice “si las almas pecaran”? –porque todo el pueblo judío es considerado “un alma”…y si uno de ellos ha pecado, todos son responsables por cada uno de los demás.
A través del difícil y largo exilio judío se mantuvo el mandato: la responsabilidad colectiva y la culpa colectiva. Desde la edad media en adelante, nuestra historia recuerda suficientes casos en que un judío, o unos pocos, eran acusados de un crimen, y que toda la comunidad sufría. Los judíos pueden ser expulsados, sus casas pueden ser incendiadas y saqueadas, ellos pueden ser masacrados…
Una o dos generaciones atrás, cuando los judíos leían en el periódico algo acerca de un acto criminal, su ansioso interrogante acerca del delincuente era siempre: “¿Es él judío?” La historia les enseñó a preguntar y a prepararse de acuerdo a la respuesta. En el siglo pasado, mientras el comunismo florecía en Rusia, un filósofo de ese país escribió, “Un judío a menudo me decía: usted no tiene que preocuparse porque Lenin sea ruso, mientras que yo sí debo preocuparme porque Trotzky sea judío”. Alguna vez, Albert Einstein (quien conocía tanto de la “relatividad judía” como de la física), señaló “si se prueba que mi teoría de la relatividad es correcta, los alemanes dirán de mí que soy alemán, y Francia me declarará ciudadano del mundo; pero si se prueba que mi teoría no es verdadera, Francia dirá que yo soy un alemán y Alemania declarará que yo soy un judío”.
Esta es una regla de vida para nosotros, anterior al mundo y a nuestro Creador. Nosotros podemos estremecernos, con razón, cuando los nombres de judíos son destacados en los titulares de los diarios, como líderes de hippies y yippies, y de movimientos radicalizados destructivos, sacando afuera sus pesadillas psicodélicas sin ningún cuidado por los resultados que de todo eso cosechará la comunidad judía. Nosotros nos estremecemos por igual cuando algunos nombres de judíos “brillan” entre las “estrellas” del crimen organizado mundial.
¿Quién no ha escuchado la parábola del Midrash que enseñó R. Shimon b. Iojai: Esto puede ser asemejado a un grupo de personas ubicados en un bote, en el que uno toma un taladro y comienza a hacer un agujero debajo de su asiento. “¿Qué estás haciendo”, le preguntarán los otros. “¿Qué te importa?”, le contestaría. “¿Acaso no lo estoy haciendo debajo de mi asiento?” “¡Pero tu estás haciendo que se llene de agua el bote en que estamos todos nosotros!”
Un tzadik con barba va desde el estudio de la Torá hacia las mitzvot (buenas acciones), durante todo el año, sin cesar. Raramente él tenga horas libres fuera del Beit Midrash, su Casa de Estudios. De la larga lista de pecados del libro de rezos de la confesión de Iom Kipur, ¿cuántos habrá cometido él? Sin embargo es por eso que él los enuncia con tanto fervor, golpeándose el pecho en cada línea, y las lágrimas se derraman sobre su rostro. Los pecados de su pueblo son sus pecados, y de su confesión puede depender el destino de su pueblo.
Todos ustedes son garantes uno del otro, dice el Midrash –responsables uno del otro: si hay, incluso, un solo tzadik, un hombre de bien, entre vosotros, ustedes acreditarán sus méritos; y no sólo ustedes sino el mundo entero también: puesto que las Escrituras establecen, el hombre de bien es la fundación del mundo (Proverbios10:25). Pero si uno de vosotros peca, toda su generación sufre.
Nosotros vemos que este fue el caso de Ajan: ¿no fue Ajan b. Zerah quien violó el pacto? Y bien, hubo una devolución Divina contra la comunidad judía por entero.
Por lo tanto, nosotros nos paramos en la sinagoga en Iom Kipur, como miembros del propio pueblo de D”s; aceptando nuestra común responsabilidad, nosotros confesamos nuestros pecados en plural: los pecados de klal Israel. Y de esta forma, como seres humanos creados a semejanza de la imagen Divina, nuestra dignidad personal es resguardada.
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