La Voz Judía


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Regocijo en el temblor: la paradoja de Rosh Hashaná
Por Rav Shimshon Pincus Z’L

Rosh Hashaná es un tiempo de gran paradoja. Por un lado tenemos una fuerte sensación de temor por el juicio pendiente, y al mismo tiempo nos regocijamos en Rosh Hashaná como en cualquier otra festividad, en Iamim Tovim. Veamos cómo pueden coexistir los sentimientos de temor y de alegría en un corazón judío en estos días.
El dinero hace feliz a una persona. Cuando David Hamelej, el Rey David, buscaba una metáfora apropiada para describir su tremenda complacencia en Hashem y en Su Torá, encontró el siguiente ejemplo: “Yo disfruto en Su mundo como aquél que ha encontrado abundantes desastres” (Tehilim 119,162).
Aquel que descubre el dinero es feliz. ¿Cuál es el poder del dinero para ser capaz de inspirar esos sentimientos de alegría?
La respuesta puede estar en una simple obviedad: la riqueza es un modo de tener poder, y el poder hace feliz a una persona. Cuando alguien maneja un auto, por ejemplo, tiene la sensación de estar controlando, de ser el dueño de su propio destino. El puede ir adonde le plazca. Así también, el dinero le da a una persona una sensación de control similar, de poder influir sobre el destino; una sensación de ser admirado por la gente.
La razón de que el hombre disfrute tanto de ese sentimiento de poder se debe a “Porque a imagen de D”s, El hizo al hombre” (Bereshit, 9 6). Una persona es, en escencia, una miniatura de su Creador, la Fuente última del poder.
Hay un fenómeno desafortunado pero muy común en nuestros días en nuestras ieshivot. Algunos bojurim, estudiantes, se sienten deprimidos. Estos sentimientos de baja autoestima son realmente una expresión del hecho de que estos bajurim no están en contacto con su propia y verdadera importancia. Si ellos pudieran darse cuenta del tremendo poder que está latente en cada uno de ellos, si sólo pudieran percibir su ilimitado valor, ellos se sentirían felices.
El día que mejor simboliza nuestras habilidades celestiales es Rosh Hashaná. En este día, la más poderosa de las realizaciones del mundo –el hombre- fue creado. Adán “veía desde un confín del mundo hasta el otro” (Jagigá 12 a), y cuando él comió un fruto que le estaba prohibido, inmediatamente destruyó el mundo. Nosotros, sus descendientes, hemos heredado ese increíble poder. Cuando la generación de Enosh pecó, ellos produjeron la destrucción de “un tercio del mundo”. Así también, la generación del Mabul, el Diluvio universal, se corrompió y usó indebidamente sus poderes, y el resultado fue la obliteración del mundo entero. El dor haflagá, los exterminadores, también trataron de destruir al mundo, pero Hakadosh Baruj Hu no lo permitió, y en cambio, los dispersó por todos lados. Eso señaló un significativo descenso en el poder del hombre, y él perdió su capacidad para devastar el mundo. Los pueblos prosiguen pecando, y ya no hay otro Mabul. El hombre ha perdido su poder.
Abraham Avinu y sus descendientes, Am Israel, decidieron aceptar las leyes de la Torá, el proyecto de la creación, y el poder retornó al hombre. Sus actos, nuevamente, volvieron a tener el poder de influir sobre toda la creación. “Si ustedes prestan atención a Mis mandamientos…Yo les proporcionaré la lluvia para vuestra Tierra en el momento adecuado” (Devarim 11:13-14).
El hombre aspira a gobernar; él quiere mandar, influir sobre los demás. Ese es el insaciable anhelo de poder.
En Rosh Hashaná tenemos un poder ilimitado. Hashem se sienta en Su trono de enjuiciamiento, y decide quien vivirá y quien no. ¿Quién influye sobre Sus deciciones? Nosotros lo hacemos. Nosotros, a través de nuestras acciones, infuimos sobre Su deseo, y finalmente, sobre nuestro propio destino. Todos nosotros somos gobernantes, envueltos en el esquema Divino. Al igual que las actividades de un rey son extensamente informadas y discutidas, así también en Rosh Hashaná, cada uno de nuestros movimientos es estudiado. Nuestros actos tandrán consecuencias cósmicas. El hombre es un tzelem Elokim, una imagen de D”s.
Ese es el secreto de la paradoja de Rosh Hashaná. Hay alegría, una enorme alegría, puesto que es un día para testimoniar sobre el significado de cada una de nuestras acciones. El día proclama que nosotros realizamos una diferencia. Cada acción, cada mitzvá, puede construir un mundo. Los recuerdos nos hacen felices por el sólo hecho de que vale la pena recordar nuestra historia, porque da sentido a nuestras vidas. Mis actos son inscriptos, recordados y son importantes: yo tengo poder.
Pero toda esa alegría tiene un trasfondo de intenso temor; temor por el sólo hecho de que El está estudiando nuestras vidas.


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Presentemos otra explicación de la fusión de estas emociones conflictivas, la alegría y el temor.
En Rosh Hashaná nosotros proclamamos el Reinado de Hashem Bendito Sea. Cuando es proclamado un nuevo rey, hay gran regocijo en esta tierra. ¿Cuál es la razón de esta alegría?
“Por medio de la justicia un rey establece un territorio” (Mishlé 29:4). La existencia de cualquier país depende de su sistema de justicia, puesto que sin reglas estrictas habría anarquía.
Pero hay dos clases de juzgamiento. Uno pertenece al rey, que es quien hace las reglas. Y además hay jueces, que son los encargados de hacer cumplir las reglas que dicta el rey. Cuando ellos juzgan, actúan de acuerdo con el código de leyes y ordenanzas establecidas por el rey.
Cuando alguien infringe la ley y debe presentarse ante los jueces, se siente temeroso. Las leyes son claras y exactas, y su sentencia reflejará su estrictez, dado que si las leyes no son aplicadas de manera rigurosa, el país no se podría sostener. Así como cada ciudadano quebrará en algún momento la ley, el sistema de justicia determinará el precio exacto de esa trasgresión.
Hay, sin embargo, una esperanza. Si el propio rey fuera a juzgar personalmente el caso, él podría pasar por alto las leyes, puesto que las leyes son meras expresiones de su deseo. Un juez debe aplicar las leyes, pero el propio rey puede hacer como le plazca. El tiene el poder y la inteligencia para perdonar a cualquiera que él desee, puesto que las leyes que gobiernan la tierra son las suyas propias. Por así decirlo, Él es más importante que ellas. El puede elegir ser estricto y decidir a través de sus leyes, o aplicar su gracia y tomar decisiones basadas en sus propios sentimientos. En consecuencia, los sentimientos de alegría que existen cuando un nuevo rey es proclamado, se deben a que Él representa los deseos del pueblo de que Él desista de las leyes.
El Santo Bendito Sea creó un mundo de din, de justicia. A través de las reglas que gobiernan ese sistema, ninguno de nosotros tiene posibilidades, puesto que la ley es precisa y no deja espacio para interpretaciones. Pero cuando hacemos sonar el shofar, nosotros decimos: “Ribonó Shel Olam, Señor del Mundo, nosotros proclamamos Tu Reinado”. ¡Ven y júzganos!” Si El nos juzga, El puede pasar por alto las leyes que El escribió.
A través de esto nosotros podemos entender la paradoja inherente a Rosh Hashaná. En verdad, nosotros estamos temerosos de juicio pendiente. Sin embargo, nosotros sabemos bien que si nuestro destino está en manos de un mero juez, nosotros no tendríamos ninguna chance. Por medio del shofar, Hashem nos ha dado los medios de ser recordados directamente delante de El. Aquí reside la alegría. “Ellos están alegres puesto que saben que Hakadosh Baruj Hú realizará milagros para ellos”. (Yerushalmi, Rosh Hashaná Cap. 1:3)
Es enteramente posible que alguien cuide mitzvot puntillosamente, detalladamente, al pie de la letra, y que, no obstante, el sólo lo haga porque tiene que hacerlo, sin ningún sentimiento ni pasión; sin tener ninguna relación personal con Hashem, ningún sentido de “ishakeini mineshikot pihu” (Shir Hashirim 1:2). El podría cumplir con las leyes como si hiciera mitzvot. El vive como un robot: perfecto pero sin emociones ni entusiasmo. Una persona así no tiene esperanzas en un juicio piadoso, puesto que él ha elegido el camino del din, el juicio. Aún cuando él haya realizado todas las mitzvot, las reglas que constituyen el orden del Juicio Divino siguen siendo demasiado exigentes para él el día que llega el Día del Juicio.
La solución es Rosh Hashaná, el día en que él puede desarrollar una verdadera y personal conexión con el Rey, el día de “proclamad Mi Reinado sobre todos ustedes”.
Las tefilot, son más que meros requerimientos hacia El; nosotros hacemos sonar el shofar, aceptamos Su reinado, y desarrollamos una conexión plena de sentido. Una persona elige lo que quiere que sea juzgado, y si su relación con Hashem es la de un din, fría e impersonal, él no tiene chances.
En Rosh Hashaná nosotros podemos crear un nuevo lazo con Hashem, un lazo de amor y calidez, y ser juzgados de acuerdo a ello. Por supuesto, Rosh Hashaná es un día de alegría.
En Rosh Hashaná, mientras El juzga al mundo entero, nosotros tenemos confianza. Sacamos nuestro shofar, sabiendo que mientras Lo llamamos –siendo ésta la única forma que nos es permitida- “El se asoma desde su trono de enjuiciamiento, y se sienta el el trono de la piedad” (Vayikrá Rabá- 29:3).
De esta manera, existe por un lado un gran regocijo, y por el otro un gran estremecimiento. Pero el hecho de que nosotros podamos llamar al juez por Su ‘Nombre Especial’, y proclamar Su Reinado, nos da la seguridad y la confianza de que nuestro veredicto será favorable.


 

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