La mayor parte de los judíos franceses que murieron en el Holocausto fueron en su mayoría judíos ashkenazies que inmigraron a Francia entre las dos guerras mundiales, ya que les resultaba más difícil mezclarse y ocultarse entre la población no-judía. De los 76.000 judíos que fueron deportados de Francia y asesinados en los campos, unos 65.000 habían nacido en el extranjero o eran hijos de inmigrantes.
Hacia fines de la década del 50 había unos 250.000 judíos ashkenazies en Francia, entre ellos recientes refugiados de Polonia y Rumania. Entonces las filas de la comunidad comenzaron a crecer con la llegada de los judíos sefardíes de Argelia, Marruecos y Túnez, que comenzaron a sentirse incómodos luego de que estos países del norte de África obtuvieron sus independencias. Aquellos que fueron a Israel fueron a menudo aquellos que al no tener pasaporte francés no pudieron ingresar a Francia.
Hoy en día la comunidad es alrededor de un 70% sefardí. En la sinagoga principal de París, sobre la Rue de la Victoire, el 50% del comité directivo de la sinagoga de hace 15 años era de origen alsacio, en comparación con un 20% hoy en día.
A pesar de que la mayor parte de los miembros de la comunidad judía del norte de África son de clase trabajadora o clase media baja, tiene una elite que ha reemplazado a la gran burguesía judeo-alsacia en su rol de liderazgo de la judería francesa.
Exiliados judíos del norte de África en Francia
Un miembro de esta clase es la marroquí Claire Derhy-Abensour, de 57 años, dentista y esposa de Jacques Derhy, un prominente cirujano plástico. Viven en el área más exclusiva de París, en el Octavo Distrito (Huitième Arrondissement), a cinco minutos de caminata del Arco del Triunfo.
“Algunas personas nos acusan de comunautaristas – una expresión francesa que se refiere a los ghettos creados por las propias etnias – “pero, ¿qué es lo que esperan que suceda con lo que le viene sucediendo a los judíos franceses en los últimos años? Por supuesto, no es probable que me ataquen en las calles de mi barrio, pero hay judíos menos afortunados que nosotros que son víctimas de rutina en lugares donde hay árabes. Nos sentimos completamente franceses y hasta que comenzó la intifada nunca hubiéramos soñado con vivir en otro lugar que no fuera este. Pero ahora, no lo sé. Lo único seguro es que cuando tenemos tiempo libre viajamos a Israel. Tres o cuatro veces al año volamos a Tel Aviv, la ciudad que amamos”.
La familia de Claire ha vivido una buena vida en Casablanca hasta la cumbre árabe de 1965, en la cual el presidente egipcio, Nasser, visitó Marruecos.
“Hasta ese momento todos íbamos a las mismas escuelas – los franceses, las marroquíes y los judíos – y no había diferencia alguna entre nosotros. De repente, en unos pocos días, el ambiente empeoró para los judíos. Teníamos que esconder nuestras Estrellas de David, la gente nos decía cosas en la calle, los policías comenzaron a molestarnos. Mi padre decidió enviarnos, a nosotros sus hijos, a Francia hasta que las cosas se calmasen”, recuerda. Pero las cosas empeoraron después de la Guerra de los Seis Días, y entonces su padre se le unió al resto de la familia en el suburbio parisino de Sarcelles.
“No pudimos sacar nuestro dinero de Marruecos y de pronto éramos pobres. Las palabras “Casablanca”, “Mar” y “Sol” estaban prohibidas en casa porque mi madre caía en depresión al oírlas”.
Los hijos de Abensour estudiaron y se convirtieron en dentistas, médicos y economistas. Claire se casó con su marido en 1974 y se unieron a las filas de la riqueza.
“No era particularmente religioso. Íbamos a la sinagoga para la última hora del servicio de Iom Kipur y Shabat significaba deportes o compras. Todo esto se detuvo cuando uno de mis hijos, entonces de 7 años, dijo que un vecino no-judío le había pedido acompañarlo a catequismo. Esto hizo sonar la alarma y hemos cambiado por completo. Ahora soy observante de Shabat”, dice. “Creo en Di-s y sé que una de las cosas más importantes que podemos hacer es transmitir nuestra herencia judía a nuestros hijos”.
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