“Amarás a tu prójimo” - dice el muy célebre versículo de la Parshá Kedoshim. Si hiciera Ud. un sondeo y preguntara a los encuestados acerca de si creen que este es un precepto con el cual coinciden ideológicamente (a pesar que la Torá no se eligió, ni se elige por mayoría) es casi seguro que la mayoría responderá afirmativamente. Si sigue consultando respecto a si lo observan correctamente, creo que nuevamente tendrá un asentimiento masivo. “¡A D”s gracias!” - “¡por lo menos todos acordamos en algo!”, pensará Ud.
Y yo cuestiono: ¿Será tan así? ¿Qué entienden todos esos tanteados bajo el término “amar al prójimo”? ¿Hay una definición común y universal?
Cuando hice la prueba en conferencias ofertas de distintos grupos, la descripción de lo que interpretaban los participantes como explicación de esta máxima bíblica era algo así como “llevarse bien con los amigos”. Si de eso se trata, entonces está claro por qué tanta gente supone que al menos este precepto lo cumple con creces. Todos “nos llevamos bien con los amigos” pues por esa razón son nuestros amigos: ¡para llevarnos bien!, es decir, para salir a pasear juntos, jugar juntos a lo que sea, apoyarnos mutuamente en los problemas que padecemos, etc.
Si esa fuera la explicación correcta, el versículo de la Torá hubiera sido totalmente superfluo. El ser humano es por naturaleza un ser social que necesita de sus semejantes para poder sobrevivir. Que esa condición de insuficiencia personal se llame “amor” es una exégesis muy pobre. (En adelante, usamos la palabra “querer” y “amar” en forma indistinta, pues tienen un mismo significado, aun si la gente le da una connotación más romántica a la segunda).
No. La Torá no se refirió a la amistad entre dos seres cuando nos ordenó amar al prójimo. No sobre esta relación - básicamente egoísta - puntualizó Rabí Akiva que “es un principio muy amplio dentro de la Torá”. Es más, si seguimos indagando dentro del Talmud, quedaremos aun más sorprendidos: ¿Quién es el beneficiario del amor del cual habla este versículo?
“Elige para él (el condenado a muerte por el tribunal) una defunción ‘linda’ (con la menor agonía)” (Talmud Ketuvot 37:, Sanhedrín 45.). Yo pensaba que era importante querer a los amigos... ¡y resulta ser que el Talmud me indica que (también) debo amar a los reos! Aquel que conoce algo más sobre lo que los Sabios dijeron en referencia a los complejos procedimientos legales que podían conducir a una posible pena de muerte, sabrá que algunos opinaban que si se llevaba a la práctica una ejecución una vez en setenta años, se calificaba al tribunal actuante como “sanguinario”. De modo que, si al fin una persona realmente era condenado, ¡pues sin duda que lo tenía bien merecido! ¿¡Y ahora el Talmud me ordena que ese es el individuo a quien debo amar?! ¿No había alguien más adecuado sobre quien volcar mis sentimientos fraternales?
Bien. Si ya llegamos hasta este punto, entonces podemos deducir la primer moraleja de las palabras de los Sabios: El amor al cual estamos obligados no se reduce a los camaradas, sino precisamente, y muy por lo contrario, a aquellos a quienes más nos cuesta querer (por los distintos pretextos que disponemos: “porque con él no me doy”, por cuestiones “de piel”, o cualquier otra razón banal). Esta situación se nos presenta a todos. En cada grupo de personas, ya sea en el aula, en el lugar de trabajo, en la sinagoga, en el club, etc. están aquellos con quienes nos resulta más cómodo asociarnos, y aquellos con quienes nos cuesta un poco - o no tan poco - más. La responsabilidad de amar se aplica más a estos últimos.
Amar no es fácil. La difusión de novelas y películas de amor y romance, dieron la falsa imagen a mucha gente que el amor se reduce a una cuestión de sentimientos: o “se da” o “no se da”. A casi nadie se le ocurriría afirmar que se puede obligar a una persona a amar a otra, con quien no siente afinidad. Sin embargo, de ser así, tendríamos ante nosotros una pregunta obvia: si la Torá nos ordena amar, no podrá ser algo que esté más allá de nuestras posibilidades. Es decir: si los afectos no pertenecen a nuestro poder y no poseemos la facultad de engendrarlos y fomentarlos, ¡pues no tendría lugar una expresa orden de la Torá!
Nuevamente. Amar no es simple. Pensemos juntos:
¿Sabemos valorar las razones ajenas aun cuando, como adversarios, los prefiero ver totalmente equivocados?
¿Sabemos ponernos en la situación del otro aun cuando “lo último que quisiera” sería estar yo en esa situación?
¿Sabemos alegrarnos cuando el otro tiene éxito en lo que emprende aun cuando pareciera ser que justo a mi todo me va mal?
La respuesta que da la Torá es que el amor sí se puede generar y para llegar a amar a otra persona uno debe concentrar su mirada en todos los buenos aspectos y particularidades del prójimo. Segundo paso: Hacer algo abnegadamente por el otro. El Rav Eliahu Dessler sz”l en su libro Mijtav Me’eliahu explica que el amor es el resultado del altruismo. Quien se preocupa y ocupa por el otro termina amándolo.
PARTE II:
Y FUERON FELICES... ¿seguirán siéndolo?
Hasta aquí nos hemos dedicado a analizar el deber de amar al prójimo, sea quien fuere. Es de suponer que nadie cuestionaría ni creería necesario que la Torá ¡nos ordene amar a nuestros cónyuges! ¿Acaso no es lo más obvio? Si no fuera que nos amamos... ¿por qué nos casaríamos en primer lugar?
Sin embargo, la Torá es mucho más sabia que nosotros y previó el riesgo de lo que son los matrimonios de personas que no estuvieron preparados para la vida en común al momento de contraer enlace. La ola de divorcios y separaciones que vivimos hoy es el resultado de una generación (o varias) que no fueron educadas en amar al prójimo. Es muy posible que estemos adelantados en otros aspectos de la vida, (aunque en todos los casos es importante analizar si los cambios se pueden denominar un progreso o un atraso...). Sin embargo, en este rubro, dejamos mucho que desear. Y es responsabilidad de todos, pues todos participamos de la sociedad consumista (que es otro término para describir una sociedad egoísta).
Nuevamente la enseñanza del Talmud: “No se debe contraer matrimonio... hasta haber conocido a la mujer (por temor a que “no se gusten” y vaya todo mal), mientras que el versículo dice: ‘y amarás a tu prójimo’...” (Kidushín 41.) Evidentemente, este párrafo nos puede llegar a parecer un poco gracioso hoy en día, pues pensamos que las parejas ya se conocen demasiado.
Sin embargo, si miramos las cosas un poco más de cerca, veremos que es muy habitual que la pareja se case y no se haya planteado ciertas preguntas ineludibles. P.ej.:
¿Qué es lo que los atrae uno a otro?
¿Cuáles de las siguientes características pueden ser aplicadas para definirse a si mismo y cuáles a la persona a quien uno cree amar? (Inteligente, talentoso, profundo, minucioso, mesurado, despierto, alegre, divertido y en relación a terceros: sensible, emotivo, colaborador, desinteresado)
¿Son constantes en esta forma de ser?
¿Las consideran cualidades valiosas y dignas?
¿Quieren permanecer cada uno como son en este momento (esto nunca ocurre) o esperan cambiar y crecer? ¿Para qué?
¿Tienen conciencia que con el paso que están por tomar deben asumir una responsabilidad para toda la vida?
¿Cómo fueron sus vínculos con la gente hasta este momento decisivo?
¿Pudieron mantener lazos afectivos firmes, estables y duraderos con quienes estaban a su lado?
¿Fueron esas relaciones entre dos semejantes parejos o fue una dependencia afectiva o económica?
¿Supieron disentir con altura y sin anularse uno al otro?
¿Existe un proyecto en común que los enlace con solidez para toda la vida?
¿Se pusieron de acuerdo en los puntos específicos de los elementos que les son importantes en la vida? ¿Cuáles son?
¿Tienen ideales? ¿Son ideales que llevaron a la práctica en el pasado o son simplemente “lindas ideas” (abstractas)?
¿Quiénes son sus modelos de vida? ¿Qué aspecto les agrada o los cautiva en esas personas a quienes consideran sus modelos? ¿Son modelos lógicos y alcanzables?
¿Tienen la desenvoltura y el discernimiento necesarios para evitar que se repita la dificultad matrimonial generalizada de la sociedad, dentro de sus propias vidas?
Y si se encontraran con obstáculos... ¿sabrían con quién consultar para que su problema no empeore hasta el punto de no poderse solucionar?
La lista de inquietudes no termina aquí. Sólo mencionamos algunas de las más trascendentes. Es verdad también que nadie, absolutamente nadie, sabe al momento de contraer matrimonio, cuáles serán las dificultades con las cuales se encontrará en el futuro. Y, obviamente, los contrayentes cambiarán a través del tiempo su modalidad, su temperamento, sus ideas (D”s quiera que para mejor!). El Talmud, siempre basándose en este mismo versículo, nos advierte en contra de ciertas conductas indiscretas en la vida íntima que pueden causar desagrado y resentimiento entre los esposos (Nidá 17.).
Sin desmerecer la importancia que tiene el hecho que los eventuales novios se sientan también satisfechos por la apariencia física, en demasiados casos, la preocupación desproporcionada por la apariencia exterior (en relación a los demás aspectos de ningún modo de menor importancia y trascendencia) provoca que jóvenes que debieran estar formando su familia sigan dilatando la decisión de formalizar un noviazgo y un feliz matrimonio. En muchos otros casos, dejan cegados y seducidos a los protagonistas con supuestos “novios” y “novias” que no son, en absoluto, las personas adecuadas con quienes construir un hogar con contenido.
Sumado al hecho que la Torá prohibe todo contacto físico antes del matrimonio entre varones y mujeres, aun si se consideran novios, la aproximación corporal entre dos personas confunde su panorama y les impide conocer los aspectos espirituales y morales para poder luego valorar a la persona con quien desean casarse.
Aun cuando los jóvenes de ciertos círculos se cuidan en esta cuestión, hay otro aspecto que a menudo se desatiende. Suele suceder que se presenta a dos potenciales interesados del modo más “casher”, pero la novedad se convierte en noticia antes que ambos tuvieran la certeza que desean concretar una pareja definitiva o dieran su expreso consentimiento al respecto. Son las situaciones del “ni” que se presentan por indiscreción de terceros o por descuido conciente de los afectados. Dado que el “ni” de uno y el “ni” del otro no necesariamente tienen la misma seriedad, cuando uno de los dos, por razones que pueden o no ser válidas, decide interrumpir el idilio, deja a la persona que a primera vista pretendía amar, con un dolor y humillación que habitualmente tiene vergüenza de exteriorizar (“¿Quién dejó?” “¿Por qué se dejaron?”). Este sufrimiento se podría evitar fácilmente si la gente tuviera la responsabilidad de mantener sus vínculos, que aún son informales, en la discreción que les atañe. Esto permitirá, a su vez, tomar esta decisión, seguramente la más trascendental de la vida, sin presiones sociales adicionales que no aportan nada y solamente desorientan y dañan.
Un tema, sin embargo, es insoslayable: si no fueron educados desde temprano a brindarse por los demás, en lugar de buscar persistentemente la propia conveniencia en toda coyuntura, pues entonces les será muy dura la convivencia con cualquier persona sea quien fuere.
Acerca de la tarea de crear el mundo, dice el versículo que “Olam Jesed Ibané” (un mundo de bondad se construirá). La bondad recíproca es el cemento que hace perdurar el amor en el mundo de la pareja.
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