Seguramente Ud. habrá leido, oido y visto la inédita situación de las revueltas de los jóvenes “marginales” franceses que están provocando alarma en dicho pais, al salir todas las noches a incendiar cientos de coches. Pero tal vez Ud. no sepa cuál es la verdadera cara del problema, puesto que alguna prensa ingenua o interesada se ocupa de distorsionar la información, mostrándolos como “jóvenes que son víctima de discriminación por parte de la sociedad francesa y que han encontrado alguna forma tal vez algo violenta de expresar su malestar y su protesta”.
Comencemos por caracterizar a estos individuos violentos: se trata, en muchos casos, de jóvenes pertenecientes a familias de inmigrantes musulmanes, provenientes, básicamente, del norte de Africa, que viven en los suburbios de París y de otras grandes ciudades. La mayoría de ellos son de tez oscura.
Si bien muchos tienen la ciudadanía francesa, por cierto, no tienen ni la base cultural francesa ni la estructura sociológica: son muy diferentes de la población en general, sus valores no son los del mundo judeo-cristiano. Entre otras causas, esto hace que no tengan la misma facilidad que cualquier otro ciudadano francés a la hora de competir por un trabajo que les signifique un rápido ascenso social. Pero esto no significa tampoco que vivan en la pobreza extrema ni mucho menos en la indigencia: el estado se preocupa por garantizarles condiciones más que dignas de vida. Tienen casas decentes, estudio y asistencia sanitaria, ropa, alimentos, trabajo...incluso autos lujosos.
A decir verdad, la discriminación que sufren no es diferente de la que cualquier otro grupo de inmigrantes debió o debe enfrentar toda vez que elige insertarse en algún otro pais que no sea su lugar de origen. Y es sabido que la integración a un medio ajeno al propio es un proceso que, más que calcularse en años, debe calcularse en generaciones. Y dependerá del tesón, el empeño, la paciencia y la buena voluntad –entre otras cosas- que tenga ese grupo, que su integración sea exitosa y próspera.
No es el caso de estos inmigrantes musulmanes en Francia, que ya muchos analistas empiezan a considerar reacios, ellos mismos, a realizar el esfuerzo necesario como para ser incorporados por el resto de la ciudadanía. O que más bien, hacen todo lo opuesto. Porque cometer actos de vandalismo para “ser aceptados” no parece ser el método más adecuado...Lo que despiertan es un rechazo cada vez mayor hacia ellos. Y cuanto mayor es el rechazo, más discriminados se sienten, y más violentos se ponen...Es casi un callejón sin salida. O, al menos, un problema de muy dificil solución para ese pais y para todos los que comparten una situación parecida.
Para ilustrar el grado de intolerancia que estos grupos de inmigrantes tienen, basta con recordar un incidente que se produjo, hace algunos años, en un partido de fútbol jugado en París, en el Estadio de Francia. Como estaban disconformes con los resultados, se pasaron todo el partido abucheando a los jugadores del equipo propio (que está compuesto por casi todos jugadores de color, igual que ellos). En el momento de tocar la Marsellesa siguieron abucheando, y después hubo que detener el partido porque dos jóvenes irrumpieron en la cancha con una bandera de Argelia. Pero esto no es todo: las letras de sus melodías predilectas, como el “rap”, son violentas declaraciones de odio contra Francia: el mismo odio que se expresa también en sus actos de vandalismo.
Hay quienes opinan que lo que diferencia al accionar de estas bandas con la Intifada Palestina, es que en lugar de que su blanco sean los judíos, lo es el pueblo francés en su totalidad. Pero esto no excluye que también los judíos franceses hayan sido víctimas de algunos de esos ataques. Semanas atrás, dos sinagogas fueron atacadas durante los disturbios. En uno de ellos, se arrojó una bomba Molotov contra el frente de una sinagoga en los suburbios de Pierrefitte, y en otro, se hizo detonar un artefacto en la puerta de una sinagoga en el suburbio de Garges-les-Gonesse. Los coches que fueron incendiados en el centro de París, se encontraban cerca de Rue des Rosiers, una calle lindera con comercios judíos, restaurantes y una sinagoga. También en otros dos barrios se provocaron incendios en un comercio y una casa de familia pertenecientes a judíos.
No es de sorprender que ello ocurra. Es decir, que el elemento “antisemita” también esté presente. Para el filósofo judeofrancés Alain Finkielkraut, “el odio que ellos sienten contra Francia es parte del odio que sienten contra Occidente, al que acusan de todos los crímenes”, y es sabido que, antes que Occidente, el enemigo número uno del fundamentalismo islámico es Israel y el pueblo judío. Finkielkraut opina que, de igual modo a lo que sucedió con la Intifada en Israel, estos inmigrantes envían al frente a los más jóvenes, porque es imposible encarcelarlos. Y agrega que “todo esto está creando una nueva infraestructura para el antisemitismo”, dado que “también en los EE.UU. los negros se están convirtiendo al Islam”, al igual que estos inmigrantes negros provenientes de Africa.
El líder de la ultraderecha nacionalista Le Pen, de reconocido pensamiento antisemita (además de eurófobo y antinorteamericano), considera a los inmigrantes musulmanes “el mayor de los problemas que enfrenta Francia en este siglo”. Y dice que “ellos usan los hechos del Medio Oriente como cobertura ideológica para sus actos”.
Para algunos analistas, Le Pen tiene ahora quien lo reemplace, puesto que esos grupos “están haciendo el trabajo por él”. Le Pen considera que estos inmigrantes son “los verdaderos antisemitas”, y cree que, además, “se están ganando el odio de toda la población”.
Por su parte, dichos analistas piensan que, gracias a los actos violentos de esas bandas, Le Pen mata dos pájaros de un tiro.
Lo que resulta innegable es que las advertencias hechas por algunos observadores, respecto al creciente peligro que representa para el mundo en general, esta expansión explosiva del Islam, se comprueban dia tras dia. Y mientras se sigan disfrazando las verdaderas razones del odio y sus objetivos reales, la solución estará cada vez más lejana.
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