Pocas horas antes de llevarse a cabo las últimas elecciones en el pais, y ante las especulaciones de quienes decían que habría nuevas maniobras dilatorias para impedir que el ex presidente del Banco Mayo fuera excarcelado, el Dr. Rubén Beraja recuperó la libertad.
La medida surgió de la Sala VI de la Cámara de Casación, que puso fin al argumento de la supuesta “peligrosidad del procesado” o de presuntas posibilidades de fugarse del pais antes de que termine el juicio que se le sustancia por la quiebra del Banco. A decir verdad, no había más excusas para mantenerlo en prisión –independientemente de que la causa siga su curso- cuando previamente se había otorgado, siguiendo el mismo razonamiento jurídico, idéntico beneficio a la ex funcionaria del gobierno de Menem, María Julia Alsogaray, procesada por enriquecimiento ilícito, y más recientemente, a Omar Chaban, empresario dueño del lugar bailable Cromagnon, que se incendió el pasado verano dejando como saldo a un centenar de víctimas.
El fracaso de todas las gestiones realizadas por la defensa del Dr. Beraja durante estos dos años para lograr que el juicio continuara sin que él debiera permanecer detenido, siempre hizo pensar en que obedecía más a móviles de tipo político, que jurídicos. En un pais que pasó de ser “menemista” a ser “anti-menemista” (al menos en los dichos), la mejor manera de descalificar a alguien es ponerle la etiqueta de “menemista”, sin importar si lo fue o no, y convertirlo en un chivo emisario. Es una modalidad de la “nueva política”, que usa a los medios de comunicación para generar determinado tipo de clima social. Pero, a veces, también cuentan con el respaldo de ciertos sectores de la comunidad.
Hay quienes dicen que el Banco Mayo creció gracias a los beneficios que habría obtenido del poder durante la época menemista, y hay quienes dicen que el banco quebró, precisamente, por una decisión del poder político (al respecto aluden a las famosas frases del entonces presidente del Banco Central, Pedro Pou, respecto a su intención de “eliminar a todos los bancos étnicos”). De ser así, cambiaría todo el concepto de cómo, dónde y por qué se habría originado la caida del Banco Mayo, y en consecuencia se revertirían las acusaciones que pesan sobre el Directorio del mismo, y en particular, sobre su presidente.
Es cierto que ningún ahorrista ni inversor puede sentirse feliz de haber perdido, en algunos casos, todo su dinero; y también es cierto que el presidente de una entidad financiera es responsable de lo que en ella ocurra ante sus clientes y ante el estado. Pero una cosa es tener responsabilidades y otra es haber cometido, premeditadamente, un ilícito con el fin de perjudicar a los clientes y al estado. Y, más allá de lo que dictamine finalmente la justicia argentina, parece bastante absurdo, conociendo la trayectoria personal, comercial y comunitaria del Dr. Beraja, pensar en que pueda haber creado el banco para quedarse con el dinero de todos sus ahorristas e inversores (tal es la acusación que se le formula de “asociación ilícita”). Máxime cuando esos ahorristas e inversores provenían, en un importante porcentaje, de su entorno más cercano, de personas con las que tenía vínculos personales, sociales, laborales, comunitarios, religiosos, etc.
Por el contrario, a lo largo de toda su existencia, el Banco Mayo apoyó y sostuvo económicamente a incontables instituciones comunitarias, quizás a todas, ya sea que tuvieran una finalidad solidaria, educativa, social o deportiva . Infinidad de emprendimientos contaban con su apoyo, y otros fueron directamente creados desde el banco. Escuelas, sinagogas, clubes, centros comunitarios, periódicos, radio, canal de televisión, universidad, proyectos asistenciales de todo tipo, actividades de jóvenes, en fin, sería interminable la lista. Podría decirse, sin temor a equivocarse, que no había emprendimiento comunitario, de fines loables, al cual Beraja le hubiera negado el apoyo económico solicitado.
Todos aquellos que se beneficiaron de los recursos que les brindaba el banco saben cuánto le costó a la comunidad remontar sus instituciones cuando el banco se cayó. Y eso sin mencionar a todos los proyectos que desaparecieron con el banco, como, por ejemplo, la Universidad Bar Ilan, o una parte importante de la escuela Torateinu, que debió ser alquilada a la Universidad de Buenos Aires.
Si el Banco Mayo se favoreció durante los años menemistas, los réditos pasaron a toda la comunidad, sin lugar a dudas. Y eso fue, exclusivamente, por obra y gracia del Dr. Beraja, por su compromiso y su involucramiento con la comunidad. Hay quienes dicen que los demás directivos del banco le reprochaban que dedicara tanto tiempo a la comunidad y lo requerían más para su cargo en el banco. Y tal vez, su verdadera pasión estaba puesta en los proyectos comunitarios, prevalentemente.
Otro dato que cabe agregar es que, así como son incontables las situaciones y las personas que recibieron la ayuda solidaria del Dr. Beraja, él siempre mantuvo la reserva y la confidencialidad sobre las mismas, y jamás hizo ninguna clase de ostentación por su dadivosidad.
Desgraciadamente, una bomba hizo volar la AMIA, y desde entonces todo cambió. Muchos proyectos se hicieron añicos, y todavía soplan en la comunidad demasiados vientos de odio, de rencores y de acusaciones prejuiciosas.
Pero, aunque todavía lo digan en voz muy baja, cada vez hay más judíos que no comparten esos odios ni esos prejuicios, y que no se dejan llevar por maniobras políticas o por operaciones de prensa difamatorias. Ellos confían en que alguna vez, la historia reivindicará con justicia al Dr. Rubén Beraja.
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