La Voz Judía


La Voz Judía
Un shofar para Rosh Hashana

Una historia real contada por Java Perkal a Iojeved Lea Perkal Una sombra oscureció la entrada a la cabaña. Asustada Java, de quince años, levantó la mirada del torno. Un hombre estaba parado ahí con una expresión cordial en su rostro. Ella se relajó pero sólo un poco. No era muy común recibir visitas en Siberia, y en la Rusia comunista cualquier extraño resultaba sospechoso.
“Vine de visita”, anunció el hombre. “He escuchado que aquí vive gente interesante y pensé pasar y conversar un poco”.
Java sonrió mientras levantaba otra hebra de hilo de lino. Sabía que los locales los veían como personas interesantes, incluso extrañas. Su padre y su abuelo, con sus barbas y vestimentas diferentes eran realmente personas fuera de lo común en ese exilio congelado.
Detrás de ella su padre señaló uno de los troncos cortado que servían de silla y el hombre se sentó. Desde su cama, la única que tenían, Zeide Avraham Itzjak intentó ver al huésped.
“Como puede ver, no soy joven”, dijo el hombre. “No he vivido aquí toda mi vida. Hace años, antes de la revolución fui dueño de un molino en Kiev”. Bajó la voz. “En medio de la noche me llevaron”. Permaneció en silencio un momento, tal vez reviviendo las dificultades que había soportado.
Java y su familia permanecieron en silencio también. Sabían muy bien el significado de la privación. “Privación” era una palabra demasiado suave para describir una familia separada. Por tal vez una millonésima vez Java pronunció una plegaria por su madre y hermana mayor que habían quedado del lado alemán.
“¿De dónde eres?” siguió el huésped.
“Del este de Polonia”, respondió el padre de Java. “Cuando los nazis llegaron, escapamos cruzando la frontera...”
Java dejó que sus pensamientos divagaran. Se escaparon hacia Rusia, ella, su hermana mayor Gittel, su hermano menor Iejiel y sus padres. Los padres de su padre también habían venido. Al principio parecía que nunca encontrarían refugio. Habían tantos refugiados sin hogar. Pero finalmente encontraron una casa mediocre con el hermano de su padre, el tío Iosel que vivía con sus suegros en Tiktin. A pesar de que la vida nunca volvería a ser la misma, comenzaron una nueva rutina y se sintieron bien. Juntos.
Y entonces... Java sintió la conocida puntada de dolor. Su madre recibió noticias de su madre, Bobe Perela y realizó un viaje de tres horas hacia Bialystok para encontrarla. Pero mientras la madre y la hermana Gittel estaban en la fábrica sucia donde Bobe había encontrado refugio y ella, Java, estaba en Tiktin con su padre, vinieron a golpear la puerta.
Java aun podía escuchar el anuncio que había causado tanto temor en sus corazones. “¡Todos los refugiados deben abandonar la casa en veinte minutos!”
No hubo tiempo. No pudieron llevarse mucho, no pudieron pensar. En el apuro del momento, Bobe Henya Baila, su abuela paterna, decidió llevarla a ella y a Iejiel consigo. Así emprendieron un viaje interminable en camiones de ganado atravesando el vasto terreno ruso.
Java se sacudió y miró sus manos. Había dejado que sus ensoñaciones la lleven demasiado lejos. Tenía que terminar de hilar la cuota diaria de sogas, así cuando lleve el fardo semanal a la fábrica pesaría lo suficiente como para obtener una preciosa ración de cupones.
El huésped estaba hablando nuevamente. “Cuando llegué no tenía nada. Pero ahora me he recuperado. Tengo una familia y un bonito hogar. Una gran cantidad de animales, una vaca, una cabra...”
Java vio una chispa de interés encendiéndose en los ojos de su padre.
“¿También cuida ovejas?” le preguntó al huésped.
El hombre asintió.
“¿Alguna vez ha carneado un cordero?”
Nuevamente el hombre asintió.
“¿Le quedó por casualidad algún cuerno?”
“Sí. De hecho aún está clavado en la cabeza del cordero”.
“¿Podríamos tenerlo?”
“Sí”.
El aire de la cabaña estaba cargado pero nadie dijo nada más acerca del cuerno del cordero. Después de todo, estaban en la Rusia comunista y las prácticas religiosas estaban severamente prohibidas. La conversación viró hacia la actualidad y el progreso de la guerra.
Cuando el huésped se levantó para retirarse Java también lo hizo. Estaba claro que ella sería quien iría a buscar el cuerno. Su padre había sido declarado inapropiado para trabajar, la desnutrición hizo que sus piernas y estómago se hincharan dificultando su andar. Desde que Bobe había fallecido trágicamente hacía seis meses, muchas de las tareas del hogar caían sobre los hombros de la joven Java.
Java salió. La nieve se estaba derritiendo. Podía sentir nuevamente la tierra bajo sus pies. Sonrió y se agachó para tocar la tierra. Sí, algo estaba creciendo. Pronto, tal vez esa misma semana podría encontrar pastos para secar y usar de leña. Y habrá un poco más de comida también.
En la última primavera su padre había encontrado pastos frescos y cortos que no eran muy amargos. Pronto será tiempo de cosecha – ya que en Siberia la siembra y la cosecha se hacían durante los tres meses de verano, cuando el sol brillaba casi las veinticuatro horas del día – y habrá esperanzas de encontrar restos de los cultivos en los campos. Papas, repollos, radichetas, zanahorias y aquellas extrañas papas dulces de piel naranja. Zeide las llamaba “manzanas de Gan Eden”. Java relamió sus labios recordando cómo las hervían y bebían el agua dulce que producían. Una verdadera delicia.
El hombre gruñó. Java se apuró para mantenerse a su lado. Luego de caminar unos veinte minutos se detuvo frente a una gran casa de madera.
“Está en el sótano” dijo el hombre. “Espera aquí. Yo lo traeré”.
Java observó cómo el hombre bajaba. ¿Qué otros tesoros tendría allí abajo? Pronto regresó con la cabeza del cordero. Ella miró cómo el hombre sacó un cuchillo y cortaba el cuerno para dárselo.
“¡Oh, gracias! ¡Gracias!” dijo. No osó decir otra palabra. En la Rusia comunista incluso las paredes podían ser informantes.
El hombre sonrió pero no dijo nada.
Java escondió el cuerno entre los harapos tenía como ropa. ¡Por primera vez en años iban a tener un shofar! Hubiese regresado bailando a su casa si no fuera por la nieve derretida absorbida por sus zapatos tejidos, que aumentaron su peso tanto que apenas podía levantar los pies.
“¡Tenemos un shofar!” gritó Iejiel cuando Java entró a la cabaña sosteniendo su tesoro.
“Hashem debe querer que observemos algo, incluso en este emek habaja”, dijo el padre.
Desde su cama, el Zeide asintió.
“¿Crees que nuestro huésped también sea judío?” preguntó Java. “Quiero decir, no me preguntó nada. Parecía como si tuviera miedo de hablar demasiado, como si supiera lo que es un shofar ...”
“Tal vez. Es realmente muy interesante que nunca preguntó por qué queríamos este cuerno”. Su padre estaba examinando el shofar de cerca. “Veo que tengo trabajo aquí. Una de las puntas está completamente atascada”.
“¿Qué puedes hacer?” preguntó Iejiel.
“Primero intentaré ahuecarlo. No tengo las herramientas correctas, por supuesto, pero haré lo mejor que pueda. Iejiel, por favor alcánzame el cuchillo”.
Pero incluso luego de horas de trabajo el cuerno seguía tapado.
“Tal vez si lo hago hervir en agua el tejido se suavizará y será más fácil hacer el agujero”, dijo el padre.
Iejiel salió a buscar un poco de nieve. Java tomó algunos de los últimos trozos de madera que quedaban y encendió el pequeño horno de barro. Pero tampoco después de hervir el cuerno, no se lograba abrir el otro extremo.
“Dejémoslo por ahora”, dijo el padre al final. “Intentaremos de nuevo en algunos días. Aún queda tiempo hasta Rosh Hashana”.
Pero a pesar de que trabajó una y otra vez sobre el shofar, los esfuerzos fueron en vano. Java lo miraba cuando podía y mantenía el fuego vivo debajo del agua hirviendo. “¿Qué pasará si no logramos hacer el agujero antes de Rosh Hashana?” preguntó una noche cuando ya no pudo más guardarse sus dudas.
“Hashem nos envió este shofar con total claridad”, dijo el padre con firmeza. “Seguramente nos ayudará. Tendremos un shofar para Rosh Hashana, ya lo verás”.
La confianza en su voz le transmitió su emuna y bitajon a Java.
Un día Java entró corriendo a la cabaña. “¡Miren lo que encontré!” dijo excitada sosteniendo un tramo corto de alambre. “¡Seguramente ahora podremos abrir un agujero en el shofar!”
Pero fue una alegría prematura. El metal era muy delgado. Se dobló por la mitad y la punta tapada del shofar permaneció cerrada.
Llegó erev Rosh Hashana. Al igual que todas las mañanas, el padre de Java se colocaba sus tefilin debajo de una sábana. Se sabía que el NKVD (Servicio de Asuntos Internos ruso) solían hacer visitas sorpresa a esas horas de la mañana con la esperanza de atrapar algún judío rezando.
Había tanto por hacer. A pesar de que estaban en septiembre, la luz del día se iría a las dos de la tarde y la nieve ya cubría el suelo. Java podía ver medio kilómetro de nieve a la redonda.
Faltaban pocas horas para la puesta del sol. Java y Iejiel hilaron lo más rápido posible. Perderían dos días de trabajo esa semana ya que no querían trabajar en Iom Tov y tenían que cumplir con su cuota.
Java calculó rápidamente mientras hilaba. Pronto enviaría a Iejiel a llenar la palangana de la ropa con nieve que luego herviría para que puedan tener agua suficiente para el Iom Tov. Luego iría al sótano para elegir algunas hojas de repollo y papas para las comidas. No quiso molestar a su padre. A pesar de que él le ayudaba a menudo con el torno de hilar, ese día estaba trabajando con el shofar nuevamente.
Luego de hacer lo que pudo, Java se sentó sobre un tronco y miró a su padre. Había invertido muchas horas en intentar abrir un agujero en ese shofar. El tiempo se estaba acabando. La luz del día disminuía. ¿Habrá sido todo ese trabajo y todas sus esperanzas en vano?
Java suspiró.
Su padre la miró.
“Ya es casi Iom Tov”, dijo Java. “Hemos hecho todo lo que pudimos. ¿Cómo tendremos un shofar?”
Pero el padre no estaba dispuesto a rendirse. “Hashem nos envió este cuerno”, dijo. “Sé que es casi Iom Tov pero sea como sea tendremos un shofar para Rosh Hashana”.
Iejiel estaba probando con el cuchillo cuando de pronto Java notó una presencia extraña en la cabaña. Levantó la mirada y casi saltó del miedo. Un hombre muy alto estaba parado en el medio. Java no podía recordar si alguna vez había visto un hombre tan alto. Estaba vestido como uno de los locales, con una campera, pantalones y botas. Alrededor de su cuello había una sarta de ollas. Era un chapista. ¿Pero qué estaba haciendo allí? ¿Qué es lo que quería?
“¡Shalom Iehudim!” dijo con una voz profunda.
Java soltó un grito sofocado. ¿Cómo sabía su idioma? ¿Era judío? No parecía judío. Además no había otros judíos en el pueblo fuera de su familia y otra pareja con niños pequeños.
El hombre no dijo nada más. A cambio señaló al padre de Java como queriendo saber lo que estaba haciendo. Luego se acercó y tomó el shofar en su mano. Con su otra mano sacó un tubo de metal de su bolsillo. Con movimientos rápidos y hábiles insertó el metal en la punta abierta del shofar, hasta llegar a la punta tapada. Entonces lo giró, una, dos veces y Java pudo ver con claridad cómo el metal salió por el otro extremo ...
En silencio el hombre le devolvió el shofar al padre. El padre lo llevó a sus labios y una nota clara y fuerte sonó en la cabaña.
Java miró. No podía creer lo que acababa de suceder. Entonces se dio cuenta que el hombre había desaparecido. ¿Adónde se había ido? Nadie lo supo.
“¡Oh!” Java se tapó la boca con su mano. el hombre era seguramente un chapista profesional. ¿Por qué no le pidió que le tapara los agujeros en sus ollas? Corrió hacia la puerta. Lo llamaría para que regrese. Después de todo no podía haberse alejado mucho. Incluso si caminó rápido podría seguirlo por sus huellas.
Pero no había huellas. Java miró la alfombra de nieve blanca que cubría la tierra. No había huellas en la nieve que demostraran de dónde vino ni hacia dónde se fue.
Regresó lentamente hacia su familia. “No hay señales de él”, susurró. “Ni siquiera huellas”.
El padre la miró con ojos brillantes. “Seguramente fue Eliahu Hanavi, enviado por el Cielo para arreglar nuestro Shofar”.
Hoy Java dice:
Tenía sólo quince años. No podía comprender la grandeza de lo que había sucedido. No comencé a apreciar el milagro que Hashem había realizado para nosotros.
Mi padre infundía su profunda emuna en mí constantemente, pero no podía seguir todo lo que me decía. Era joven y estaba absorta por completo en la supervivencia, en encontrar comida y no morir congelada. He visto mucho gente morir alrededor mío y yo, yo quería vivir.
Pero está claro ahora que había sido una zejut para mi padre y mi abuelo, por el mérito de su incondicional confianza, de su absoluta certeza de que Hashem nos ayudaría, de que tendremos un shofar para Rosh Hashana.

 

Nro 377 Elul 5765 - Septiembre de 2005

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