Quién mejor que los judíos sabemos que el mundo es como una rueda: en ciertos momentos está arriba, mientras que en otros está abajo... pero volverá a subir. Es, posiblemente, uno de los puntos por los cuales el pueblo de Israel se compara con la luna. La luna, a su vez, crece y mengua para volver a aparecer al mes siguiente. Acabamos de evocar el día más triste del calendario hebreo, para comenzar el período de consuelo (siete semanas) que supera en duración a la etapa de tres semanas de luto anual y que culmina con el propio comienzo del año nuevo judío en Rosh HaShaná. Si uno quiere examinar este tema más de cerca, podrá observar que este período de serenamiento se superpone con el lapso de las Selijot previo a Rosh HaShaná, cuando los judíos procedemos a llevar a cabo una introspección para poder solicitar y merecernos otro año de vida. Esto en si es asombroso: ¿Existe, acaso, alguna relación entre ambos estados de ánimo? ¿Es compatible la disposición hacia el remordimiento y la Teshuvá con la tranquilidad y el sosiego que pretende el consuelo?
Según parece, la respuesta es sí. Es más: La Haftará de Rosh HaShaná misma, declara que: “ajaré shuví, nijamti” (luego de haber retornado, fui consolado), es decir que no existe un alivio genuino y duradero que no contemple un “retorno”. ¿Por qué? ¿Y a qué retorno se refiere? El judío reconoce que los pesares que le suceden o que le han acontecido en el pasado nunca ocurren en forma fortuita. Si bien puede no conocer o admitir en dónde radica su falta para con D”s, sabe que la hay y que en cualquier punto de su vida, debe retornar hacia la Fuente de la que siempre está aún distante. Desdichado aquel que no sabe hacia dónde dirigirse. Esa persona está inexorablemente en continuo desconsuelo. Los padecimientos de la vida se producen sin que él sepa cómo realmente modificar su destino, ni tampoco conoce un significado de lo que sufre. No así aquel que ve en su aflicción un desafío que lo reta para “retornar” aun más a D”s. Su consuelo surge de la conciencia que el pesar tiene remedio y sentido. Es justamente esto lo que lo reconforta. Todo mal duele menos si se sabe que puede y va a terminar (cuanto antes, mejor).
El mes hebreo en el cual ocurrieron tantas desgracias a nuestro pueblo se denomina “Menajem Av”, (= consuela nuestro padre). Posiblemente, el mensaje sea el mismo que aquel que acabamos de enunciar. Nuestro aliento radica en el hecho de que sabemos que existe un Padre, Quien decide que nos sucedan determinadas cosas y que todo eso es parte de Su gran plan para los objetivos de la historia.
Nuestra generación es una generación privilegiada. Hemos visto cómo en menos de un siglo, una parte significativa de nuestro pueblo ha vuelto a su hogar en la tierra de Israel, cosa difícil de concebir hace apenas 100 años atrás, y posteriormente, estamos vivenciando un retorno contra viento y marea, hacia las fuentes espirituales de la Torá aun de aquellos que no tuvieron la ventaja de una educación “religiosa” en su hogar o en la escuela. Quienes tenemos la suerte de estar próximos a las personas que poseen la voluntad de hacer el esfuerzo por modificar un estilo de vida más fácil, para comenzar a obedecer leyes que hasta el momento les fueron ajenas y extrañas, no dejamos de impresionarnos y recibir inspiración para intentar imitar ese empeño y crecer personalmente, como lo hacen ellos.
Todos conocemos historias de vida conmovedoras de conocidos y de desconocidos. Sin embargo, creo oportuno compartir una epopeya que casi supera a todas las que conozco:
Vronish queda a unas catorce horas en tren desde Moscú. Allí fueron enviados muchos de los disidentes al régimen gobernante de la ex-Unión Soviética, y lógicamente entonces, muchos judíos. Lo más cercano a judaísmo en aquel lugar era un maestro de hebreo, que ni siquiera había establecido un hogar judío. El Dr. Baruj Kopilovitz, un científico ruso Ba’al Teshuvá, que activa para una Ieshivá en Moscú, se contactó con un instituto de enseñanza de inglés de Vronish, su ciudad natal, para llevar a cabo “un seminario para fomentar el idioma hebreo”. Luego de publicitar este evento cultural, cerca de 40 personas asistieron al seminario, siendo este el primer encuentro en treinta años en donde “tantos” judíos se reunían en calidad de judíos. Los maestros visitantes intentaron despertar la “chispa judía” en los participantes. Durante el programa, se percataron de la presencia de un joven adolescente, que tenía puesta una enorme Kipá. Su nombre era Pavel (Feivel) Koldiev, tenía 16 años y hacía ya dos años que estaba interesado en judaísmo. Su primera fuente de información fue una foto de judíos ortodoxos de Israel, y al observar lo que vestían sobre sus cabezas, cosió él solo su Kipá, la cual usó primero en su casa y luego en público, convirtiéndose así en blanco de burlas de los integrantes locales del Pamyat.
El Dr. Kopilovitz miró asombrado cuando el muchacho también le contó que tenía “tzitzit”, que consistían en unos piolines blancos colgados de las puntas de sus vestimentas, tal como había visto en las fotos. Cuando le siguieron preguntando, Feivel les relató que había encontrado un libro de historia judía en casa de un compañero, el cual le impactó enormemente, y que lo había copiado íntegramente para saberlo mejor. Él comprendió que los judíos tenían ciertas obligaciones, pero ni él, ni nadie en Vronish, se las podía decir. No todo estaba perdido, pues comenzó a escuchar la palabra de D”s por radio. Descubrió los shiurim (cursos) de R. Arye Katzin por Voice of America y las conferencias de Or Sameaj por Voice of Israel. Por aquel medio, se enteró que los judíos deben observar el Shabbat. Decidió hacerlo él mismo faltando a la escuela, aun bajo la amenaza de “quedar libre”. Habiendo visto todo esto, los maestros de Moscú que dictaron las conferencias, organizaron todo para que Feivel pudiera estudiar en su Ieshivá de Moscú.
Pero las sorpresas aún no habían terminado. Cuando llegó allí, Feivel abrió su bolsito con su propio par de Tefilín. ¿Cómo los había “fabricado”? Feivel se enteró de la existencia de los mismos, mediante la lectura de un libro de un famoso autor ruso antisemita: Fyodor Dostoyevsky, quien describe a un judío encarcelado vistiendo cajitas negras con textos bíblicos dentro de ellas. Feivel estaba molesto pues la información que pudo recabar de ese libro era demasiado escasa para actuar. Poco después, se encontró con la traducción rusa de un libro de Sholem Aleijem. En una de sus historias, Feivel encontró más conocimiento. Las cajas eran de cuero, se denominaban Tefilín y contenían los párrafos bíblicos escritos sobre “pargament”, que en ruso también significa “papel para hornear”. Feivel puso sus manos a la obra, cortando trozos de una cartera vieja de su mamá, de los cuales cosió cajitas, y escribió sobre el mencionado papel párrafos copiados de una traducción rusa de la Biblia que compró. ¿Cuáles secciones? Lej Lejá, el nacimiento de Itzjak, Moshé y el arbusto, Mishpatim, y algo más. Enrolló el papel en forma cilíndrica, y lo colocó en el “Tefilín”, que se puso diariamente a la mañana para recitar un capítulo de Tehilim (Salmos). “Hashem ro’í lo ejsar... gam ki elej beguei zalmavet lo irá ra ki atá imadí...” (D”s es mi pastor, no careceré... aun si caminara por el valle de la muerte, no temeré...) ¿Por qué precisamente este capítulo? “Pues sentí que aun cuando caminaba por el valle de la muerte, D”s no me abandonó” (The Jewish Observer - Tamuz 5752).
Esta historia no deja de sacudir. Después de décadas de intentar las autoridades del régimen comunista que el cumplimiento de las Mitzvot pase al olvido, un muchacho en un lugar remoto de Rusia se vale de los pocos elementos que tiene a disposición para encontrar su camino de retorno hacia dónde y cómo habían vivido sus abuelos. Sin duda, que habría alguno de ellos que vertió más de una lágrima para que así sucediera. Asimismo, vemos cómo una vez más, se cumple ante nuestros ojos la profecía de la Torá que nos promete hacia el final del libro Dvarim que volveremos hacia El. Es el consuelo del que hablábamos antes. Pero el sentimiento que más nos invade es una sensación de humildad y reverencia. “Las comparaciones son odiosas” - dicen. ¿Y si comparáramos? ¿Cuánto hemos hecho, o qué estamos haciendo para mejorar nuestro cumplimiento, nuestro estudio de Torá? ¿Cuánto lloramos para que la Torá no nos abandone a nosotros o a nuestros hijos? Después del llanto, viene el confortamiento. De eso se trata el vaticinio de la Haftará de esta semana. Lloremos lo que sea necesario, y seremos consolados.
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