Nos toca volver a leer esta semana la narración en la Torá de uno de los episodios más tristes de nuestra historia y uno de los que más trascendencia tuvo en el futuro de nuestro largo devenir.
Antes de entrar en tema, quiero compartir una sensación que supongo que tengo en común con muchos alumnos de la Torá. Cada vez que leemos algún párrafo de la Torá o del Tana”j, o digamos de cualquier narración verídica o inventada de nuestro acervo, participamos de los eventos poniéndonos automáticamente del lado de los “buenos”, de los que “ganan” (una vez qu! e llegue al “Happy end” de la historia). En ese sentido estamos equivocados en varios puntos: Ni todas las historias, especialmente las relacionadas con la vida real, tienen un “happy end” inmediato, ni siempre en el momento ganan los buenos, y, lo que es más doloroso, es que ni podemos estar tan seguros que - de habernos encontrado allí - hubiésemos estado del lado y apoyado a los buenos. Es muy posible pensar que hubiésemos apoyado a Koraj, a los revoltosos que pidieron agua de mala manera y comieron del Slav hasta hartarse, de los que exigieron que hubiesen preferido volver al Egipto antes de morir en el desierto comiendo este man diario y aburrido, de no querer entrar a la tierra e Israel y conquistarla, etc.
A qué vienen estas preguntas hipotéticas, si de todos modos no estuvimos presentes! en aquellos episodios? La respuesta es que, si bien nuestros maestros hicieron bien en identificarnos a priori con la posición de Moshé y de D”s en cada coyuntura conflictiva del desierto, solo podremos aprender de las moralejas que dejan cada uno de los episodios, si damos por sentado que no podemos asegurar nuestra inclinación espontánea hacia lo que realmente se debe hacer del modo mejor. Las historias están para que podamos trazar paralelos entre los errores (en este caso colectivos) del pueblo de Israel y las manifestaciones actuales de las mismas debilidades y dificultades de hoy. Solo entonces el estudio de los acontecimientos y nuestra reflexión objetiva nos permitirán crecer espiritualmente y, esperemos, obrar mejor cuando nos encontremos nosotros con desafíos análogos.
Independientemente de lo que acabo de manifestar, en la práctica, nos costará entender la total envergadura de los hechos, dado que la situación real nuestra es muy distinta a la realidad que se vivía en aquellas épocas. No obstante, si bien no podemos vernos objetivamente en aquellas mismas circunstancias, leemos la Torá para aprender filosofías de vida que deben conducirnos en la actualidad, y no para juzgar a personas en cuya situación ni estuvimos, ni estaremos en el futuro.
La Torá nos cuenta, entonces, de un grupo de espías que mandó Moshé a la tierra de C’na’an, prometida al pueblo de Israel, y que estaban
a punto de conquistar. Atrás había queda! do el episodio penoso del becerro de oro, desde el cual ya había transcurrido casi un año entero. El Mishkán
(santuario) ya estaba construido y viajaba con ellos de manera milagrosa, tan
milagroso como el pan que comían y el agua que bebían diariamente. Los espías fueron a lo que sería la tierra de Israel y la visitaron y reconocieron minuciosamente durante cuarenta días. En el informe posterior, todos los espías coincidieron en que se trataba de una tierra que - efectivamente - poseía todas las virtudes que D”s había prometido: habían visto un país que rendía frutos extraordinarios. Sin embargo, a ese punto, diez de los enviados comenzaron a difundir entre la pobl! ación su parecer que los habitantes de la tierra estaban muy bien pertrechados y atrincherados, y que - por lo tanto - no podrían hacerla suya. Estos rumores atravesaron el campamento de los israelitas rápidamente, y los judíos muy pronto estaban llorando en sus tiendas aceptando el “hecho” que no iban a poder tomar posesión de la tierra y que iban a morir en el desierto. Este llanto innecesario - ellos ya habían presenciado y visto personalmente cómo D”s los había salvado del ejército de los egipcios y de los amalequitas hacía no tanto tiempo - provocó que D”s los castigue: ellos mismos no entrarían a la tierra de Israel, sino recién sus hijos - 38 años más tarde. Solamente dos de los espías: Iehoshúa bin Nun, alumno de Moshé , representante de la tribu de Efraim, y Calev ben Iefuné, representante de Iehudá, alentaron infructuosamente a la gente para que confiaran en la segura conquista de la tierra de Israel. El pue! blo los desoyó y amenazaron con
apedrearlos.
(Es importante marcar aquí dos puntos esenciales: los espías debían entregar su informe a Moshé, en carácter de líder del pueblo y no era sus función difundir opiniones entre la gente. A su vez, el pedido de informe era de cómo conquistar la tierra y no se le había preguntado sobre si era posible tomarla o no…) Cual fue en realidad la dificultad moral del momento? Fue “únicamente” el temor a la derrota frente a los pueblos de C’na’an?
Cuando escuchamos a los espías hablar, oiremos las siguientes palabras: “y éramos ante nuestros ojos como langostas, y tal fuimos considerados por ellos”. Es decir que ellos se veían pequeños, “pobrecitos” e indefensos ante sus propios ojos. Visto d! esde afuera, no sabemos qué es lo que realmente creían los c’na’anitas en aquel momento. Sin embargo, pocos años más tarde, Rajav, la mujer que albergó en su hogar a los dos espías que envió posteriormente Iehoshúa, les confesó a ellos que estaban aterrados de los judíos, pues habían escuchado que D”s había partido el Mar Rojo delante de ellos ( a pesar que ya había trancurrido desde entonces 40 años).
(Es importante marcar aquí que hay quien ve esta misma idea en las palabras de Moshé que les dijo en el momento de su partida: “sean fuertes y traigan de la fruta de la tierra (como muestra)”: por qué hacía falta “ser fuerte” para ir a traer unas muestras de fruta? es que se la iban a quitar en la aduana? La respuesta es que a ojos del que no cree que la tierra realmente le corresponde respaldado en que D”s se la prometió, hasta el mero hecho de quitar una fruta requiere de un “esfuerzo”.
Moshé bendijo a Iehoshúa antes de salir y le agregó una letra (la Iud) al nombre (antes se llamaba Hoshea) para que lograra salvarse de la idea (el riesgo espiritual) que representaba la misión de espionaje. Por qué justamente a Iehoshúa? Pues una cualidad valiosa que distinguía a Iehoshúa era su modestia (positivo). La modestia puede fácilmente confundirse con la falta de auto-estima (una característica negativa) y con la cierta desidia (“ de todas maneras, quién soy yo para…?”)
Calev, por otro lado, apartándose del grupo se dirigió a Jevrón para rezar junto a las tumbas de los antepasados. Permanecer sin ser influenciado negativamente por los pares es una de las dificultades mayores que debe afrontar la persona (! especialmente en nuestros tiempos de generalizada falta de auto-estima).
El sabio Steipler Rav sz”l, comenta sobre el Midrash que relata que los espías encontraron durante su misión numerosos cortejos fúnebres, lo cual los condujo a que dictaminaran equivocadamente que la tierra de Israel “consume y devora a sus habitantes”. La razón por la cual D”s había causado todos estos decesos, era para que los c’na’anitas estuviesen ocupados con sus propios asuntos y no prestaran atención a estos espías extraños, de modo que no fueran descubiertos fácilmente. Los espías podían deducir fácilmente que las numerosas muertes debían responder a una coyuntura especial (la protección de D”s), pues si esta fuese la naturaleza del lugar, ya no quedaría quien fuera a los cortejos hacía tiempo… Sin embargo, dice el Rav, la gente ve lo que quiere ver y deduce lo que quiere.
Justamente aquello que D”s había hecho para favorecerlos (los funerales
c’na’anitas), lo aplicaron de modo opuesto (para despreciar la tierra de
Israel y asustar a los judíos).
Una de las enseñanzas de la Parashá es que está prohibido hablar peyorativamente de la tierra de Israel. Hoy, en que está atravesando un momento difícil, volvamos sobre el fundamento que nos enseña la Parashá en las palabras de Kalev: “si D”s nos va a querer (por nuestra condu! cta adecuada) entonces será nuestra” - sin que nadie pueda cuestionarnos nuestro derecho sobre ella.
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