La Voz Judía


La Voz Judía
EL DÍA DE LA CONVOCATORIA
¿Cómo se define “la asimilación”?

Por Rabino Daniel Oppenheimer

Esta semana estamos festejando una de las fiestas más significativas que hay en el calendario judío y que, tristemente, no va a ser tomada en cuenta por la gran mayoría de los judíos. Resulta irónico, ya que justamente Shavuot es la fiesta que nos define como judíos. De no haber aceptado la ley de la Torá incondicionalmente, ¿qué nos diferenciaría de los demás? ¿Qué hubiese impedido que nos mezcláramos con nuestro entorno en los países en los que habitamos? ¿Qué razón hubiesen tenido los demás para odiarnos?

Sin embargo, por ignorancia, por no querer aceptar que el judaísmo se define por la ley, o porque moleste que nuestra Torá declara que no es producto de una mente humana brillante y esclarecida, sino la sabiduría del Mismísimo D”s, tantos judíos desconocen la vigencia de esta fecha y lo que representa para nosotros.

¿Cómo podemos definir a quienes sostienen esta suerte de idea? ¿Estarán asimilados?
Ud. quizás dirá: “¡Cómo! ¿Acaso no son “asimilados” aquellos que no forman un matrimonio judío?”
Pues, entonces, sería menester definir: ¿Quiénes son los verdaderos asimilados?
¿Quizá dependa de quién sea la persona a la que se le pregunte...?

No hubo generación de judíos en el pasado que estuviese tan confundida, como la nuestra, acerca de lo que significa, o no, ser judío. Es posible, que, dado que en el pasado el desprecio por lo judíos – y viceversa por las actitudes circundantes era tan evidente – no era menester definirse. Hay que admitir que somos especiales. En muchos aspectos. Uno de ellos es el hecho de que es tan poco lo que entendemos, que – como consecuencia - la gente mezcla lo que son las causales de un problema con las consecuencias del mismo y que trata de combatir enfermedades intentando hacer que no se sientan los síntomas, en lugar de analizar el problema para encontrar la raíz del mal y poder realmente sanearlo.

Es así como muchos judíos consideran que la asimilación es sinónima de exogamia (o sea, “casamiento mixto”), cuando, en realidad, esto es el resultado o la consecuencia de un largo proceso asimilatorio y el enlace con una persona de otra raíz, no es la asimilación en sí.
Es menester que seamos conscientes que este proceso asimilatorio efectivamente tiene ciertos síntomas de dolor, dado que uno sabe que está - paulatinamente y progresivamente - perdiendo ciertos valores en el camino, y, por lo tanto, existen distintas “aspirinas” y “morfinas” que adormecen la conciencia judía para que no sufra aquellos síntomas del dolor de la pérdida mediante actos, ceremonias, músicas folklóricas, rikudim, festivales de Jazanut, etc. que dan cierta sensiblería de poder disfrutar las nostalgias de tiempos que “ya fueron” sin sentir el vértigo agudo y sombrío que causa la idea de que se está yendo en un camino que - casi con certeza - y en forma irreversible, lo aleja a uno y a su descendencia de su raíz. En esta conjura participan las grandes “instituciones” del Ishuv central, con sus profundos pensadores intelectuales y comisiones directivas. Y no es para menos. Anestesiar a tantos judíos requiere indudablemente un gran fervor. No sea que el paciente se despierte antes de tiempo y se dé cuenta que dentro de un rato están por recitar por él el Kadish (si queda alguien que lo haga).

Pero me estoy yendo del tema principal. Porque lamentablemente, la gente que acabamos de describir no son los que se están asimilando, sino que - y es triste decirlo - ya están prácticamente asimilados. Son el producto de un gran esfuerzo de más de un siglo que intenta mimetizarse con el entorno. Pues entonces, nos quedaría la pregunta: ¿quién es el que “se asimila”?. Y, dado que los lectores del Ajdut estamos acostumbrados a mirar a los otros judíos que nos rodean y que poseen un nivel inferior de observancia, y pensamos automáticamente que los que se asimilan son los demás, debo decir que los que nos debemos mirar en el espejo y estudiar cada una de nuestras acciones, somos nosotros mismos los primeros candidatos a asimilarnos. Y es muy posible que ni siquiera nos demos cuenta del proceso, porque al estar sentados dentro de la calesita y mirar a los caballitos y los autitos que nos acompañan y que se mueven junto con nosotros, nos puede parecer que no nos estamos moviendo... La tierra también gira muy rápido... y no nos damos cuenta, porque estamos parados sobre ella.

¿Será posible? ¡Sí, querido lector! No sólo es posible que nos estemos asimilando, sino que es por demás una triste verdad. Desdichadamente, es factible que muchas de nuestras actitudes y pensamientos que adquirimos de nuestro entorno y que nos parecen “naturales”, se conviertan en el puntapié inicial de un proceso tan largo que quizás no lleguemos a vivirlo, pero tenga el mismo penoso resultado que vemos en otras familias, cuyo comienzo asimilatorio no llegamos a conocer porque nacimos cuando ese proceso ya estaba encaminado.

Es posible, que lo que Ud. esté leyendo le suene un tanto tremendista y exagerado... pero al pensarlo, se dará cuenta que todos los que hoy no tienen más que su apellido judío, en algún momento de la historia, tuvieron abuelos, bis-abuelos, o un poco más lejos, que fueron “muy religiosos” (los hombres tenían barba y las abuelas encendían las velas todos los viernes...). Si Ud. llega a esta hipótesis, Ud. querrá saber como evitar que esto ocurra en su propia familia y con su descendencia. Recuerde que cuando los caminos se dividen en la ruta, al comienzo son escasos metros que hay entre uno y otro. Después de poco rato, la distancia entre un rumbo y el oto, se mide en kilómetros.

Lo que sigue, no es una “póliza de seguro a la continuidad judaica”. Nadie se la va a vender. Porque Ud. tampoco la va a poder comprar... Simplemente son algunas ayuditas para saber en dónde fracasaron otros y en dónde estamos parados nosotros.

Hasta hace un poco más de 200 años, la época de la emancipación, los judíos de Europa vivíamos mayoritariamente en guettos. Nuestra libertad estaba limitada. No podíamos habitar en donde quisiéramos. Ni ejercer la profesión que quisiéramos. Ni contraer matrimonio cuando lo quisiéramos, etc. Esto, al margen de todas las persecuciones conocidas. Vivíamos realmente discriminados. Sufríamos. Pero esos terribles muros del guetto nos protegían de un entorno que no tenía mucho ni poco para enriquecer nuestra vida moral. Dado que no nos gusta sufrir (¿a quién sí le gusta?), nos pusimos muy dichosos cuando - al fin - los alemanes, austriacos y franceses, nos dejaron libres con la opción de hacer nuestras vidas cómo y dónde quisiéramos. La tentación de aquella coyuntura fue muy fuerte. El deseo de ser “aceptado” por la sociedad parecía prometer el fin de todo el sufrimiento de siglos... Los judíos se deleitaron con su libertad y se embriagaron. Los parámetros propios y milenarios (de la Torá) de la definición del bien y del mal fueron reemplazados por ajenos y con eso se perdió también el orgullo judío de ser quienes éramos y nuestro marco de pertenencia. Muchos corrieron para borrar toda distinción que quedara entre si y el resto de la sociedad vecina. Por otro lado, al principio hubo también algún grupo pensó que podía combinar la búsqueda de plena aceptación por parte de los ciudadanos lindantes con la observancia paralela de las Mitzvot. Pero la realidad fue que no se podían medir con dos metros... y salir ganando en ambos frentes.

En una reciente conferencia acerca del tema “Torá y ciencia”, una persona preguntó si no se corría el peligro de alejarse de la Torá al ocuparse del estudio de las ciencias. En realidad, hubo muchos rabinos en el Talmud que conocían profundamente las distintas disciplinas. El problema en la actualidad, no es una cuestión académica en si, sino el modo de abordar al tema. El peligro comienza en el momento en que una persona sostiene que puede medir el valor o la vigencia de la Torá (como si fluctuara) con el metro (indudablemente “perfecto” y “exacto”) de la ciencia. En esa ecuación, llegue a la conclusión que llegue, siempre perdió, pues despreció a la Torá relativizando su absoluta autoridad desde un principio. Es lo que sucedió en la España de los siglos XIV y XV. Precisamente, los judíos que se enamoraron de la filosofía, fueron los primeros que, ante el temor de perder sus posesiones materiales o tal vez su propia vida, aceptaron la salida hacia la conversión forzada. El problema no fue el estudio de la ciencia en si, sino el enamoramiento de lo ajeno en desmedro de lo propio. La Torá, cuya entrega estamos festejando, no requiere aprobaciones externas.

Volviendo a lo nuestro. A veces no nos damos cuenta, y otras no queremos darnos cuenta (¿se acuerda del avestruz que esconde la cabeza para que no lo vean?). ¿Es verdad que no queremos asimilarnos, ni nosotros, ni nuestros hijos o nietos?

Shavuot nos desafía a saber dónde estamos y hacia dónde apuntamos. En Shavuot celebramos el “Iom haKahal” (Día de la Convocatoria) (Devarim 9:10, 10:4) frente al Monte Sinaí, en el cual definimos nuestra aceptación unánime e incondicional que declara nuestra voluntad de obedecer la Torá y definirnos como judíos por sus leyes.

 

Nro 369 Sivan del 5765 - Junio de 2005

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