¡El regalo del Sinaí!
A fin de apreciar lo que él ha significado para nosotros, sólo tenemos que recordar la bendición que decimos todas las mañanas:
“Aquel que nos ha elegido entre todas las naciones y nos ha otorgado Sus Enseñanzas”.
Sólo necesitamos recordar que el regalo del Sinaí no fue meramente uno de los muchos regalos que D”s brindó a los hombres y a las naciones. Este regalo era de una clase muy especial. A través suyo el Pueblo Judío entró en el Escenario de las Naciones; el drama mundial denominado “La elección del Pueblo Judío” había comenzado. Y en dicho drama, el Regalo del Sinaí constituyó el primer Acto.
Nuestros enemigos utilizaron esa elección como un arma en contra de nosotros, los judíos.
“¡Qué grado de imprudencia el de ese pueblo!”, ellos clamaban. “¡D”s mismo los ha elegido!. ¡Nosotros, todo el resto de las naciones, somos, sin duda, Sus hijos adoptivos, y nuestro rol es aguantarnos los caprichos y las injusticias que a Su amado Benjamín se le ocurra infligirnos!”.
Nuestros hermanos “libres”, por el otro lado, consideran el reclamo de ser elegidos como puro nacionalismo – casi como los reclamos nacionalistas de otros pueblos, pero envuelto en un manto de religiosidad. O bien simplemente se mofan de la idea de ser elegidos.
“¡Qué ilusión!”, exclaman. “¡Ya pasó el tiempo en que semejante insensatez pueda considerarse válida y vigente!. ¡O bien no existe ninguún D”s, en cuyo caso no existiría ningún Pueblo Elegido, o bien sí existe, y en ese caso, seguramente El no haría ningún tipo de distinciones entre sus hijos!. Y aún en el caso que sí lo hubiera hecho, ¿por qué habría El seleccionado a los Judíos? ¿Acaso eran ellos lo mejor que pudo hallar?”.
Sin embargo, dejemos que nuestros enemigos y los judíos “libres” digan lo que les plazca. Nosotros sabemos muy bien que no somos los amados y mimados por D”s, a quienes El protege de cada ráfaga de viento, y sobre cuyos débiles hombros se cuida de poner hasta la más liviana carga. Muy por el contrario, El nos trata como a un hijo primogénito, sobre el que deposita el yugo de pesados deberes, aún en su temprana juventud, y a quienes en los últimos años reprendió y castigó, y aún continúa haciéndolo.
Nosotros sabemos que ante Sus ojos, los gentiles no son hijos adoptivos sino los Suyos propios, igual que los judíos. No obstante, El les ha asignado a ellos un rol diferente dentro de Su gran proyecto para la redención de la humanidad.
Nosotros sabemos que ser elegidos no significa el ruidoso y profano clamor de los reclamos del nacionalismo extremo, sino que representa la inspiración hacia una devoción sagrada y pacífica al servicio del Creador.
Nosotros sabemos que está más allá de la mente humana el poder hacerse una idea de cuáles son los atributos y las intenciones de D”s. Que los hombres no tienen la capacidad de arreglar Sus cuestiones en Su nombre, y decidir qué es lo que a El le conviene y qué no. Sabemos que si El diferencia entre los pueblos, no lo hace a la manera que los hombres lo suelen hacer. Nosotros sabemos que los judíos no son ángeles sino simplemente seres humanos, que cometen todo tipo de pecados, tanto grandes como pequeños.
Existe un midrash que dice que antes que D”s haya acercado a los judíos a Su Libro, El lo había ofrecido a los gentiles, pero que todos ellos se negaron a someterse a su yugo. Sin embargo, los judíos no dudaron en correr hacia el mismo exclamando: “¡Nosotros cumpliremos con los mandatos y escucharemos!”. Esto implica que, para comenzar, tiene que haber existido algo en el alma de los judíos que hizo que se sintieran tan fuerte y espontáneamente atraidos hacia Su Palabra; y que era esa cualidad la que les hizo interpretar que valía la pena someterse a su yugo y sostener su verdad a lo largo de miles de años, en medio de numerosos pueblos. Con más razón todavía, al ver que ese “algo” no estaba presente en las almas de ninguna de las otras naciones.
Nosotros sabemos que D”s pudo haber actuado de otra forma – que El podía, desde el principio, haber concedido un alma deseosa de aceptar Sus enseñanzas a otro pueblo distinto del judío. Pero nos damos cuenta de que nunca sabremos por qué El no lo hizo, así como tampoco podremos desentrañar los Misterios Divinos y descubrir la razón última de por qué El le ha concedido este deseo al pueblo judío. Es más, nosotros nos damos cuenta de que no tenemos ninguna necesidad de saberlo. Es suficiente con que El lo haya hecho; con que ésa haya sido su elección. Nosotros sabemos que toda la historia judía es una larga prueba de que el pueblo judío ha sido el elegido: que en el curso del desarrollo natural de las naciones en el mundo, y sobre la base de la igualdad de condiciones con ellos, un único, pequeño pueblo, con un anhelo particular de objetivos especiales en el mundo, y llevando un estilo de vida muy particular, sólo pudo haber logrado hacer lo que hizo estando excluidos del curso ordinario de la Naturaleza: a través de haber sido elegidos por D”s.
Pero nosotros sabemos también que no necesitamos ninguna prueba, puesto que cada uno de nosotros es una pequeña parte viviente del milagro que significa el Pueblo Judío; cada uno de nosotros siente dentro suyo el hecho de la elección del pueblo judío y el hecho de la existencia de D”s.
Más aún, nosotros sabemos que aquellos judíos que dicen no sentir ninguna de estas cosas dentro suyo, simplemente no se apercibieron de ellas. Ellas sólo permanecen dormidas dentro de ellos; ocultas, confusas, obstruidas por toda clase de debilidades, buscando a tientas pequeñas opiniones paralizantes.
¡Oh, las imperfectas e ineficaces pequeñas opiniones! Cuán afortunados somos de que no nos hayan sujetado, o que al menos no hayan tenido éxito en tener influencia sobre nosotros; que nuestros instintos sean lo suficientemente sanos como para permitirnos formular la única pregunta que verdaderamente vale la pena:
“¿Con qué finalidad nos ha elegido D”s, a través de otorgarnos Sus Enseñanzas? ¿Cuál era Su propósito al hacerlo? ¿Qué resultado desearía El que aflore?”
En este punto nuestros pensamientos vuelan desde el primer Acto del drama hacia el tercero- desde la Entrega de la Torá hasta la Redención. Desde el Sinai hasta el Fin de los Tiempos. Desde Moisés hasta el Mesías. Desde la movilización hasta la victoria. Y entonces, nosotros recordamos dónde estamos ahora: entre la movilización y la victoria – en el medio de una guerra. En la guerra en contra de nuestra naturaleza humana, en contra de las memorias del paganismo que no ha sido aún totalmente erradicado; en la batalla por convertirnos en una nación sagrada, un reino de sacerdotes, un pueblo ejemplar y un Testigo.
Nosotros recordamos cuánto sacrificio personal ha demostrado nuestro ejército en la lucha, y qué grandes generales desarrollaron los planes, y qué oficiales admirables condujeron el ejército. Pero nos damos cuenta de que todo ello no fue suficiente. La santidad todavía está muy lejos – todavía no somos merecedores del tercer Acto.
¡Bueno, la guerra es así!. Tú tienes que perseverar, que forjar nuevas armas, hacer nuevos planes, trabajar sobre ti mismo, y, por sobre todas las cosas, no bajar tu bandera – el Libro Sagrado – el regalo con el cual D”s dio comienzo a la elección de Israel.
¡Coraje! ¡La guerra aún continúa! ¡Desde la movilización en el Sinai hasta el Fin de los Tiempos!.
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