La batalla por el destino del pueblo judío en Israel ha tomado un giro interesante.
Inmediatamente después de la votación de la Kneset decidiendo evacuar de la franja de Gaza a más de 8.000 judíos – sin contar sus casas, granjas, fábricas, sinagogas y cementerios -, se inició un horrible regateo repecto a la compensación que recibirían.
En un encuentro con el Primer Ministro Ariel Sharon, una delegación de judíos de esa región planteó que toda la población (los que así lo deseen, por supuesto) debería ser trasladada en forma conjunta a un descampado costero exactamente llamado Nitzanim. Allí, en un sitio geográficamente muy parecido a Gaza, el trauma de haber sido desarraigados de sus hogares, podría verse mitigado. Allí, en ese punto raleado de población, cerca del mar, ellos podrían finalmente reconstituirse a si mismos y a sus invernaderos. Allí ellos podrían aspirar a tener alguna continuidad en medio de la destrucción; algún paliativo para el dolor de ver sus sueños destruidos.
Por cierto, uno podría preguntarse si la delegación que realizó dicha propuesta es o no representativa de todos los residentes de Gaza. Los más encarnizados opositores a la evacuación – o, como ellos prefieren llamarla, al “transfer”, término que en Israel es el equivalente de la “limpieza étnica” – dicen que los delegados, ya sean emisarios o traidores, constituyen una ínfima y reblandecida minoría. Vendidos a las recompensas del gobierno.
Similares cargos se realizan también desde la vereda opuesta: se dice que quienes llaman a luchar hasta por el último arbusto de la pradera, montículo de carbón y rollo de cable para afeitadora, no son más que una diminuta facción. La mayoría, agregan, están aceptando a un ritmo acelerado la realidad tal cual es, y creen que Nitzanim es su mejor opción.
Como se verá, no resulta nada claro determinar de qué lado está la mayoría. Ante el presente clima de amigable persuasión, cualquiera que sugiera hacer un referendum para descubrirlo, corre el riesgo de ser linchado. Meses y meses de fervientes negociaciones para realizar un referendum nacional fracasaron hace algunos dias, y la herida está en carne viva. Entretanto, el hecho es que un manojo de las familias de menores recursos han aceptado del gobierno cualquier tipo de recompensa. Sobre el resto, se espera que una página de la historia judía sea escrita.
A pesar de todo, se puede decir con seguridad que un número significativo de familias de Gaza ven a Nitzanim como una opción deseable. Y no es algo que desentone del todo. El gobierno ya ha hecho planes para que algunas de las familias se trasladen a Nitzanim y a otros poblados existentes en la zona. El nuevo proyecto sería, sin embargo, mucho más ambicioso, incluyendo la construcción de cuatro nuevas comunidades.
La reacción que despertará ese nuevo proyecto constituye, a mi entender, el giro más interesante de la batalla por el destino de Israel al que me refería al comienzo de este artículo. Para los israelíes, los grupos de presión por la protección medioambiental se han convertido, en suma, en un opositor inequívoco. Sucede que esa región es una reserva natural, protegida precisamente contra la clase de expoliación via el desarrollo de un “estado real” como el que tienen in mente los potenciales “transferidos”. Dicho desarrollo, dicen, se traduciría en una eventual si no inmediata destrucción de las preciosas dunas de arena de Nitzanim, que entre otras cosas, son un suelo apto para albergar a las tortugas marinas.
El Ministro del Interior, Ofer Pines-Paz declaró que semejante movimiento invasivo en Nitzanim era “impensable”. El Ministro de Medio Ambiente, Shalom Simhon, dijo que “no existe ningún decreto que ordene desde arriba que los colonos deban vivir exactamente en la playa...No hay derecho a que alguien reciba de Israel una casa en la playa al costo de una reserva natural exótica y única que pertenece al público israelí en general”.
Los ecologistas israelíes están protestando, y el llamado a la resistencia de uno solo de los activistas a través de tirarse en el piso frente a los bulldozers ya fue escuchado.
A primera vista podría parecer que el destino de unas pocas dunas de arena solitarias, y sus residentes de la flora y la fauna, son insignificantes comparadas con las miles de personas desplazadas y sin lugar. Presumiblemente esto es lo que deben pensar los que propusieron la idea, y quizás lo sigan pensando. Después de todo, ¿nadie recuerda aquellas fotografías de la fundación de Tel Aviv? No había nada más que dunas de arenas.
Pero no es tan simple. Los protectores del medioambiente tienen un punto de vista diferente: tú tienes tu ligazón con la Tierra y yo tengo la mía. Tu ligazón está basada en principios bíblicos de fe y de historia; el mío está basado en el respeto por una antigua herencia de un delicado equilibrio ecológico. Para ti cada espacio de Eretz Israel es sagrado y debe ser defendido incluso con nuestras vidas si es necesario; para mi, cada habitat protegido es un tesoro irreemplazable, y los bulldozers deberán pasar por sobre mi cadáver.
Existe una cierta ironía post-sionista para todo esto. Se supone que nosotros vinimos a rejuvenecer una tierra desolada, a llenar la Palestina despoblada con una renacida nación... sólo para descubrir que alguien ya estaba viviendo allí. En estos momentos, los residentes de la zona judía de Gaza quieren reconstruir sus destrozadas vidas en una extensión de estériles tierras costeras...sólo para recibir como respuesta que el lugar ya está habitado por la vida silvestre más preciosa, que no debe ser expulsada.
La izquierda israelí aprendió bien su lección. Así es como todo el conflicto Arabe-Israelí comenzó: cuando se obligó a la población a abandonar su tierra ancestral. Seguramente, la misma injusticia que no querríamos que se cometa con otro pueblo no debería cometerse con animales tampoco.
En términos generales los grupos ecologistas me resultan simpáticos. El daño efectuado sobre Eretz Israel a lo largo de los tiempos es vergonzozo. Todos conocen las historias de cómo los pioneros, los jalutznikim, convirtieron un desierto árido en un vergel; pero lo que no se conoce tan bien es cómo afecta a ese jardín en flor la polución existente. Al menos no se supo hasta que un puente construido sobre el rio Yarkon, en ocasión de las Macabeadas hace algunos años atrás, colapsó haciendo que un grupo de atletas australianos cayeran a sus aguas. En dicho incidente las muertes no se debieron al impacto de la caida sino a la toxicidad de las aguas que tragaron. Realmente, fueron envenenados mortalmente por la polución israelí.
Y quizás el aspecto más amargo de la escasez de agua que amenazaba nuestras vidas en Israel hace sólo algunos años era el no poder disponer de una parte importante de los conductos subterráneos debida a la contaminación del cinturón urbano. En una región donde todos, incluyendo a los israelíes, consideran la desviación del curso de las aguas como cassus belli, esta clase de destrucción imperdonable de recursos naturales no es sólo digna de ser criticada; ¡es una locura!
Por lo tanto, podemos estar de acuerdo con que cualquier propuesta que signifique deshacernos de una parte de los recursos naturales del pais, debe ser materia del más cuidadoso escrutinio. El amor por Eretz Israel demanda no menos que eso.
Y, para ser justos, existen otros sitios adonde puedan ir los exiliados de la Gaza judía. Los planes del gobierno fueron hechos para recolonizar el Neguev, el Galil y el Golan. Además, incitado por la controversia popular en torno a Nitzanim, el Alcalde Zvi Zilker de Ashdod, ha ofrecido ayudar a crear una nueva comunidad para los colonos.
En consecuencia, como alguien señaló, puede que no sea necesario destruir ni las comunidades de Gaza ni las reservas ecológicas tampoco. En ambos casos, dado los temas que involucra, a saber, la tragedia humana y la ominosa alusión a una guerra civil, lo que se necesita es una aproximación tranquila y específica; lo que se necesita es sensibilidad y sentido común. Sobre esa base, el tono de la reacción contraria a la propuesta de Nitzanim, es algo para ponerse a pensar.
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