Israel Cohen, o Srulik – como lo llamaban sus amigos – había sido llevado, como tantos otros judíos, al campo de concentración de Dacha. Las condiciones, al igual que en todos los campos de trabajo forzado y exterminio creados por los nazis, eran tan intolerables e infrahumanas que ni la imaginación las puede llegar a concebir.
A raíz de la desnutrición y exposición al rigor climático, Srulik fue afectado por la enfermedad del tifus. La fiebre alta lo llevó al punto del desmayo, y fue gracias a la ayuda de sus compañeros de barraca, pudo llegar a su “cama” de cemento y acostarse.
Corría el mes Adar, mes en que se festeja Purim y se recuerda como la reina Ester – instada por Mordejai -, había logrado salvar a los judíos de las crueles manos del ministro Hamán. Sin embargo, lejos de sentirse con clima de festejo, cada día en Dacha se asemejaba al ayuno de Tishá BeAv. La situación de los judíos presos era totalmente desesperante, sin que se advirtiera una posible salvación en el futuro.
El hambre era terrible, y apenas habían terminado de consumir la pequeña ración diaria que se les distribuía, los presos se aprestaban a esperar las próximas 18 horas hasta que vuelvan a repartir el turbio y oscuro líquido que denominaban “sopa”.
Srulik estaba tirado delirando en su “cama”, y se acordó que se acercaba Purim.
El mero hecho de que se trataba de esta fiesta, lo hizo sentir un poco mejor. Deseó que alguien de entre los presos recordara de memoria aunque solo fuera unas partes de la Meguilat Ester.
Fue en aquel preciso momento que su buen amigo Itchy Perelman apareció con un Jumash Shemot que increíblemente había logrado conseguir y traer a la barraca. Si bien no era una Meguilá de pergamino como la que se debe usar en Purim, al menos tenía el texto, y estando en donde estaban, sintieron que estaban presenciando un verdadero milagro.
Entre todos los presentes, decidieron que era Srulik quien debía tener el honor de leer la Meguilá, dado que él solía leerla cuando estaban en su pueblo natal. Fue así que le colocaron una toalla sobre la cabeza que cumplía la función de Kipá, para que comience la lectura. Las 80 personas que lo rodeaban en aquel momento permanecieron calladas mientras él leía en una voz tan baja que apenas se llegaba a escuchar “Vaiehi bimei Ajash-verosh...”
A medida que leía, Srulik sintió que – si bien estaba débil, su fuerza se iba incre-mentando con la lectura. A su vez, se podía percibir como la lectura de la Meguilá y el recuerdo de cómo había fracasado el malvado Hamán en su intento de destruir a todos los judíos, levantaba el ánimo de todos los presentes.
Fue en aquel momento de entusiasmo que entró el encargado, cuya actitud habitual hacia sus presos solía ser de desprecio y abrasiva, trayendo la ración diaria de comida, y – en lugar de proferir los gritos que solía impartir a diario – hasta él se sonrió ante la macabra escena...
Entre todos los presentes, se formó un nuevo sentimiento de hermandad, y ya nadie sentía celos por la porción que el otro había recibido.
De repente uno de ellos tuvo una idea: tomó su papa de la sopa y su pequeño trozo de pan y se lo entregó al compañero que tenía a su lado. Este le puso una cara de sorpresa, sin entender qué es lo que quería de él. Ante la cara de incomprensión, el primero le exclamó: “¡Feliz Purim! ¡Este es mi Mishloaj Manot que te quiero entregar!”. Este, a su vez, entregó el suyo al próximo, y así lo hicieron todos, felices de poder ejercer aunque tan sólo fuera este acto de bondad.
Srulik elevó sus ojos hacia arriba, y exclamó:
“LeShana Habaá BiYerushalaim” (que el año venidero podamos celebrarlo en Yerushalaim)
(“Touched by a story” de Rabí Yechiel Spero, Artscroll/Mesorah)
Las Miztvot de Mishloaj Manot (dos comidas a una persona), Matanot LeEvionim (dinero para dos comidas a dos pobres) y la Seudá (cena) de Purim, se cumplen en el día de Purim para hombres y mujeres. La Meguilá debe ser escuchada por hombres y mujeres en la noche de Purim y nuevamente en el transcurso del día.
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