Ningún pueblo en el mundo colocó a la madre en tan alto pedestal, como lo hizo el judaísmo a lo largo de todas las generaciones.
La madre fue convertida en una imagen que despierta profundos sentimientos y añoranza de alma. Representa el máximo ideal, el prototipo de bondad y espíritu de sacrificio.
Los judíos representan a la madre como algo sacro. La madre histórica pasó su vida en un mar de penurias y dolor.
¿Cuántas lágrimas derramó cuando faltó en la casa un pedazo de pan, y un poco de leche para mitigar el hambre y evitar el llanto de sus hijos?
¿Cuánto dolor del alma sintió, viendo que en la mesa sabática falta el pescado? Honrar el sábado fue para ella de gran significación.
Por eso ahorró durante toda la semana de su bocado, para poder embellecer el sábado. Estuvo despierta toda la noche del jueves al viernes, cocinando, amasando con lágrimas, a veces de alegría y otras de pena.
La tan apreciada mujer ocupó, en toda la existencia del pueblo judío, un lugar de máxima jerarquía en el hogar. En los momentos más difíciles, en que peligraba la vida, fue siempre un escudo para el hogar judío. Y con heroísmo mantuvo viva la llama del hogar. Por eso decimos que “los padres son como la mezuzá, que velan por el hogar.”
La madre judía fue un concepto, un ejemplo para los pueblos. Su corazón es pura piedad, fuerza y grandeza.
Nada le es difícil ni pesado, cuando está en juego la felicidad y bienestar de sus hijos. Y por eso nuestros sabios nos ordenaron: “Respetarás a tu padre y a tu madre”, subrayando que este precepto es una de las bases, en las que se sustenta la sociedad humana, porque los hijos no tienen piedad por sus propios padres, ¿qué se puede esperar de ellos? ¿Cómo pueden tener piedad por los necesitados, huérfanos y viudas?
Tales hijos son dañinos para la sociedad. Según el Rambam, la Torá no ordenó amar a los padres, sino respetarlos, porque el amor no es algo que se pueda ordenar. El amor depende de los sentimientos del hombre y no de su intelecto. Y el precepto que nos señala respetar a los padres, es considerado sagrado, y no como agradecimiento por la bondad puesta de manifiesto por ellos con sus hijos.
Los sabios del Talmud, como de la Guemará y los libros de moral y ética (Musar), tratan de implantar en los corazones de los niños judíos, respeto, amor y un gran cariño hacia sus padres.
Cuentan nuestros sabios, que el hombre tiene tres socios: “D´, el padre y la madre”. Queremos narrar algunos episodios de la Guemará, que muestran cómo trataron a su madre, grandes personalidades judías.
Uno de nuestros sabios, rabí Tarfen, antes que su viejecita madre entrase a la cama, al anochecer, solía agacharse, prácticamente se extendía en el suelo, cerca del lecho, para que le sea más fácil penetrar en él. Y lo mismo repetía a la mañana, cuando la mujer debía salir de la cama.
La Guemará nos enseña que la madre de Reb Ismael fue a la sinagoga a quejarse que su hijo no la honra como es debido. Todos la miraron extrañados, y le preguntaron:
- ¿Cómo es posible, que el gran tanaita Reb Ismael, no respete a su madre?
La mujer contestó: “Es muy simple, cuando sale de la sinagoga, deseo lavarle los pies y él no me lo permite...”
El judaísmo glorifica a la madre, y relaciona su imagen con la presencia Divina.
- ¿Por qué – se preguntan los sabios – en la figura de una madre? A lo que contestó el famoso gaón, Reb Jaim Voloszyner, con un profundo pensamiento: “Tanto el padre como la madre aman a su hijo, y están relacionados con él con toda su alma. Lo besan y sienten una alegría celestial de tener un hijo. Pero hay una diferencia: cuando no está limpio, se ensució, el padre se siente incapaz y llama a la madre en su ayuda...
Ojalá que las madres de hoy en día beban la savia de las mismas fuentes que lo hicieran las de antaño.
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