Cuando Bill Clinton dice de si mismo haber sido un presidente fracasado, no es por los escándalos, las batallas legislativas o incluso su vida personal – es por la paz en Medio Oriente que nunca alcanzó, a pesar de las largas horas que pasó tratando de conciliar negociadores árabes e israelíes.
En su libro “Mi Vida,” Clinton echa la culpa sobre Yasser Arafat.
Durante los últimos días de Clinton en la oficina, el presidente de la Autoridad Palestina “me agradeció por todos mis esfuerzos y me dijo que era un gran hombre,” escribe Clinton. “`Señor Presidente, le contesté, `No soy un gran hombre. Soy un fracaso, y fue usted quien me convirtió en eso.´”
Los lectores que compran la autobiografía de Clinton pueden aprender sobre la búsqueda de la paz entre Israel y sus vecinos.
Clinton cuenta su presidencia de manera cronológica en lugar de temática; unas 68 páginas del libro de 957 páginas están dedicadas al proceso de paz en Medio Oriente.
Los temas generales no son nuevos, pero hay detalles sobre el tiempo que pasó trabajando con los negociadores y sobre quienes fueron sumisos y quienes fueron duros.
Clinton le echa la culpa al primer ministro israelí Ehud Barak por la rotura de las conversaciones de paz entre Israel y Siria. A pesar de que Barak fue la fuerza principal detrás de la cubre con Siria en Shepherstown, en enero del 2000, no tuvo la voluntad de hacer concesiones, escribe Clinton.
Barak quiso hacer las negociaciones de tal manera que él quedara como un negociador duro, escribe Clinton. Pero al ser un político relativamente nuevo, Barak no comprendió que la paz con Siria cosecharía grandes recompensas políticas entre los votantes israelíes.
Pero Clinton reserva sus críticas más duras para Arafat. Cuando el segundo termino de su presidencia estaba llegando a su fin, en el otoño del 2000, recuerda que cuestionó a Arafat y su deseo de hacer las paces, luego del fracaso de la cumbre de Camp David y el comienzo de la intifada.
Clinton estaba considerando la inversión de toda su energía en presionar a Corea del Norte para que termine con su programa de producción de misiles, pero sólo si Arafat indicaba que incluso un empuje final no traería las paces con Israel.
El libro abunda en anécdotas. Por ejemplo, Clinton estaba asustado por la dureza de Barak cuando volvió a negociar inmediatamente después de haberse casi muerto ahogado por un maní durante la cumbre de Camp David.
Clinton describe el día en el que Arafat y el primer ministro israelí Itzjak Rabin viajaron a Washington para firmar los acuerdos de Oslo en septiembre de 1993. Clinton le prohibió a Arafat llevar su arma encima, y convenció a Rabin de que le estreche la mano.
Clinton dice que decidió en sus últimos días como presidente, perdonar a Marc Rich, un contribuyente en varias causas israelíes y judías norteamericanas, porque los cargos de evasión de impuestos en su contra eran vistas ahora como ofensas civiles – y porque Rich había pagado más de cuatro veces lo que había evadido en impuestos. Clinton dice que Barak le pidió tres veces que perdonara a Rich.
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