Recordaré que yo soy tu marido y que te amo. Seré amable contigo.
Te apreciaré más y lo expresaré con más frecuencia. Seré modelo de aprecio hacia ti para que nuestros niños lo vean.
No te humillaré de forma alguna, ni rechazaré a las personas que te son valoradas.
Recordaré que mientras tú eres quien enciende las velas de Shabbat, aquel símbolo maravilloso de Shalom Bait - armonía en el hogar - nuestra concordia no es exclusivamente responsabilidad tuya. Es nuestra responsabilidad compartida; de hecho, debo ser yo quién prepara las velas para que tú las enciendas.
Recordaré que tú no eres «uno de los muchachos,» y que debo hablar y actuar de un modo diferente contigo.
Me disculparé con más frecuencia, aun cuando la herida no fue conciente. Sé que dado que las personas somos distintas, será imposible no lesionarte a veces. Asumiré la responsabilidad, de decir, «discúlpame,» y no te acusaré de ser demasiado sensible.
Enfocaré más a menudo tus perfiles positivos e intentaré no ser quisquilloso. Yo tengo mis propias debilidades. Me concentraré en contemplar tus fortalezas, y no compararte con alguna imagen interna de lo que creo que debieras ser. He de valorar más de todo lo que eres, y recordaré que tú, y todo lo que eres, constituye el regalo que D”s envió, justo para mí.
No intentaré controlarte o imponerte. Recordaré en todo momento que tú eres adulta, y yo no seré paternalista. Tú no eres mi hija.
No te diré lo que son tus sentimientos; ellos te pertenecen a ti. Te confiaré mis sentimientos. Me permitiré a veces ser emotivo, aun cuando esto es difícil.
Volveré a poner el «hav» [brindar] dentro de la Ahavá [el amor] y recordaré las palabras bonitas de Rav Eliyahu Dessler: el secreto para un matrimonio feliz radica en que cada uno de nosotros enfoque el “brindar”.
Cuanto más damos, tanto más crecerá nuestro amor. No desestimaré el valor de tus pequeños gestos, tu sonrisa especial, tu nota, alguna pequeña atención, tu palabra amorosa.
Rezaré por la salud y armonía de nuestro matrimonio, pidiéndole a D”s la sabiduría para ayudarnos a crecer.
Te trataré con respeto en todo momento. Mis acciones, el tono de voz, los gestos faciales y palabras, reflejarán en todo momento este solemne compromiso.
Intentaré no intimidarte gritando, golpeando con mis pies, bloqueando tu salida, violando tu espacio o rompiendo objetos. Controlaré mi enojo y lo expresaré de una manera no-amenazante y no-destructiva. Si esto resulta ser demasiado difícil, buscaré ayuda externa.
Intentaré no ser tan rígido, ni tan serio, sino un poco más suave.
Haré de nuestro matrimonio, la prioridad. Encontraré todos los días algún tiempo para permanecer contigo solo, aunque fuera tan solo por unos momentos. Haré esfuerzos para salir contigo, cuando fuera posible, en varias oportunidades al mes. Sé que todas las relaciones humanas necesitan diálogo y tiempo juntos. Sé que cuanto más fuerte el matrimonio, tanto más estable la familia. Porque mientras los niños pueden actuar sin premeditación, ellos lo ven todo, saben todo, y cuanto más íntimos seamos nosotros, tanto más felices y más afianzados serán ellos. Recordaré que mis esfuerzos son una inversión para la eternidad, y una fuente de alegría para la Shejiná [la Presencia Di-vina], el tercer miembro en la tríada de nuestro Mishkán [el Tabernáculo].
Te tomaré en serio. Tus opiniones, tus sentimientos y tus decisiones serán tratadas todas con importancia. Yo no he de burlarme de ti. Y cuando discrepo contigo, lo haré claramente y con certeza, y en un modo que no comprometa tu dignidad. Tu dignidad es sagrada.
Recordaré la fragilidad del alma humana y el poder de las palabras – las que pueden confortar, y apoyar, y fortalecer, y construir, palabras que pueden traer proximidad y belleza. Y palabras que son como los cuchillos, palabras que cortan, y dañan, y destruyen.
No usaré el silencio como arma.
Recordaré que no necesito ganar cada discusión. ¿Será tan importante ganar como para que yo ignore tu dolor? Buscaré activamente una tendencia componedora.
Sonreiré más y me reiré más contigo. Aun cuando esté cansado, muy cansado, y agobiado y presionado por el trabajo, procuraré reírme contigo. Y yo sé que esto también será valioso y útil para mí. Recordaré la sonrisa especial de mi padre para con mi madre.
Te animaré y te apoyaré cuando me necesites, y te daré el espacio que tú pides.
Intentaré pedir lo que necesito de ti, y no presumiré que tú adivines mi mente. Espero lo mismo de ti.
Lidiaré solo lo justo. No lo haré como si fuera un tema personal. Y tendré presente siempre que no debo herirte aun cuando tú me hayas herido. No hay ninguna justificación para la dureza. Punto. Intentaré mantener la calma, contaré hasta diez, y a veces dejaré el cuarto para encontrar esa calma dentro de mí, e intentaré recordar, aun en esta circunstancia de enfado, todo lo que tú significas para mí. ¿Acaso quiero arriesgar lo que hemos construido?
Te diré cuando tú me hayas herido. No lo enterraré, pretendiendo estar de acuerdo, incluso con el fin del Shalom Bait, porque sé que se fermentará y surgirá de otras maneras. Asiré valentía en mis manos y hablaré contigo. No contraatacaré ni agravaré nuestra herida. Quizás diré «ay,» y pediré una disculpa.
Intentaré estar en casa durante «los momentos agitados,» la tarea de los niños, la hora de acostarse, etc., y seré, en general, de más ayuda para ti. Organizaré mi trabajo e incluso mi horario de estudio con esta perspectiva en mente.
Seré accesible con tus amistades. Entiendo que es importante para ti tener vínculos fuera de nuestro círculo familiar.
Haré lo mío para traer más Kedushá [santidad] a nuestro hogar, para convertirlo en un espacio de respeto, amor, alegría y santidad.
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