En la Torah se nos relata un episodio con el cual nos podemos identificar todos los seres humanos: las discusiones entre las personas. Cuántas veces por día nos enfrentamos con situaciones incómodas en las que estamos más o menos involucrados personalmente... Es casi imposible evitar tener roces con los semejantes. Aun así, no todos los disgustos son idénticos. Algunos son con personas cercanas - triste y corrientemente hasta con los propios familiares, otros con desconocidos. Algunos son temporarios y breves, mientras otros se prolongan y se agonizan por meses y años.
En Parshat Emor se nos relata sobre de dos personas que tuvieron un conflicto a raíz del lugar de emplazamiento de la carpa de uno de ellos que quería ocupar un espacio dentro del área correspondiente a la tribu de Dan, mientras el otro se oponía. No quiero entrar en este momento en los detalles de la escaramuza. Sí, deseo destacar el final desdichado que tuvo ese enfrentamiento. Uno de los dos rivales se enfureció hasta el punto que cometió uno de los pecados más graves de la Torá, sobre cual están advertidos aun los no-judíos: profanó el sagrado nombre de D”s. Este hecho insólito le terminó costando la vida. Obviamente, así también finalizó la contienda, que podía haber sido resuelta de modo más feliz....
El tema de los enojos es tan común que seguramente nos parecerá “normal” (cuidado, pues la palabra “normal” depende siempre de quién la está empleando...). Sin embargo, sepa también, que los arrebatos y los arranques reiterados son los medios de autodestrucción más habituales y los que resquebrajan los hogares de la gente. Cuando se suele calificar a una persona como “de mucho carácter”, se trata comúnmente de individuos que insisten en sus ideas, a veces con mucha vehemencia. ¿Eso es bueno o malo
¿Podemos hacer algo al respecto, o no?Veamos.
El Ramba”n (Rabi Moshé ben Najmán) escribió una carta a su hijo que se volvió famosa con el correr del tiempo. Es conocida como Igueret haRamba”n (la carta de Najmánides). (En español fue publicada por Editorial Iehuda bajo el nombre de “Carta para las generaciones” con el comentario de R. Jaim Feuer). Al comienzo de dicho escrito, el Ramba”n cita que “acostúmbrate siempre a decir todas las palabras con tranquilidad, a toda persona y en todo momento, y de ese modo te salvarás del “ca’as” (ira), el cual representa una característica nefasta, que conduce a las personas a pecar... y en el momento que te libres del “ca’as”, se apoderará de tu corazón la conducta modesta, que es la conducta superior por sobre todas las buenas conductas...”
Ramba”n claramente manifiesta su opinión acerca de los vicios de la ira. Es más. Muchas veces en las que “nos zafamos” de la racionalidad y nos exasperamos con violencia, una vez concluido el episodio nos sentimos avergonzados de nuestra conducta y habríamos preferido nunca haber dicho lo que acabamos de gritar. Es posible también que uno intente encubrir esa vergüenza tratando de reafirmar lo que dijo creyendo que de ese modo se sostiene mejor.
Sin embargo, sería muy injusto generalizar. No todos tenemos la misma naturaleza. En Pirkei Avot (5:14) aprendemos que existen varios tipos de temperamento: “1. Aquel que se irrita con facilidad y se reconcilia fácilmente – su ganancia se malogra por la pérdida; 2. aquel que se encoleriza con dificultad; pero también le cuesta componerse – su desventaja se amortiza con la ganancia; 3. aquel que se enfurece con dificultad y se restablece fácilmente – es una persona piadosa; 4. aquel que se disgusta con facilidad y también le cuesta congeniarse – es un malvado”.
Evidentemente, a algunos les costará más dominar su carácter que a otros, pues D”s no nos creó a todos iguales. No obstante, convengamos en que, a pesar de las diferencias con las cuales fuimos formados, claramente tenemos la obligación de intentar dominar nuestros berrinches.
El Rabino Avraham Twerski M.D. Hace una reflexión sobre esta Mishná: Hay distintas etapas dentro del enojo. Cuando sucede algo que nos molesta mucho, instantáneamente sentimos desagrado. Esta primer fase, suele no ser voluntaria, y es sumamente difícil controlar. No es el tema de la Mishná. ¿Qué sucede a continuación? El desagrado y la contrariedad iniciales se convierten en alteración y enfurecimiento (que a veces se mantiene sometida y en otras se traduce en actos violentos), y luego, desafortunadamente, se mantiene en forma de rencor, antipatía y resentimiento. Estos dos últimos son el objeto de la Mishná. Estos sí se pueden dominar y gobernar, o aunque fuese, mitigar para atemperar las situaciones.
Esta no es una tarea fácil. Requiere mucha voluntad, y, D”s mediante, en un futuro número de Ajdut, podremos explayarnos al respecto.
Ud. se preguntará: “¿Eso significa que todas las veces que nos enojamos estamos obrando mal?”
No necesariamente. Hay momentos y situaciones muy diversas.
El libro Mesilat Iesharim (Cap. 11) de R. Moshé Jaim Luzzatto, nos dice que existen escenarios en los cuales se requiere demostraciones de desaprobación contundente. No todo vale, y, p.ej. como padres y maestros, o como miembros responsables de la sociedad, debemos demostrar claramente nuestra postura ante actitudes impropias de los hijos o alumnos y otros semejantes. Aun así, dice Mesilat Iesharim, se debe aplicar el “Ca’as haPanim v’lo ca’as halev” (enfado del rostro y no enfurecimiento del corazón). La imagen que proyectamos debe reflejar solamente nuestra postura frente a las circunstancias. No debe manifestar un sentimiento de rechazo interno. (Obviamente, esto es fácil de decir y no muy simple de adaptar en la práctica...)
R. Jaim Septimus dijo en nombre de R. Eliahu Lopian sz”l (una de las máximas autoridades contemporáneas de la ética), que en Kelm (una Ieshivá lituana en la cual los maestros y alumnos dedicaban énfasis especial en el discernimiento y la corrección de la conducta interna de la persona) decían que “si no se fue el ca’as halev, aún no es momento para ca’as hapanim” - es decir: mientras una persona no pudo aún superar la irritación que siente a raíz de cierto episodio que lo molestó, no debe siquiera fingir un enojo de rostro (pues sería falso – su reacción no sería tan superficial como intenta mostrarse).
Habían dos personas que tenían un altercado acerca de un campo que lindaba con el de cada uno de ellos. Los dos opinaban que la propiedad les pertenecía y no estaban dispuestos a ceder algo a su rival para poner coto a la disputa. Finalmente decidieron acudir al estudio de Rav Jaim de Volozhin para que arbitre entre ellos.
R. Jaim respondió que quería investigar las circunstancias personalmente para entender ambos puntos de vista y que lo acompañaran al campo. Todos juntos fueron al campo. Una vez en el lugar, R. Jaim volvió a escuchar los argumentos de ambos. Ninguno quería transigir en absoluto.
De pronto, R. Jaim se agachó hasta la tierra. Los dos contrincantes se sorprendieron y le preguntaron qué estaba haciendo. Les respondió que habiendo escuchado sus respectivas opiniones, ahora quería oír la opinión de la tierra.
Los dos pensaron que R. Jaim estaba bromeando y esperaron para escuchar qué era lo que dictaminaba la tierra. R. Jaim se sonrió y respondió: “A la tierra le cuesta entender vuestras exposiciones: ‘este dice que le pertenezco a él, y este dice que le correspondo a él’, mientras, en realidad ellos dos me pertenecen a mí”. (R. Paysach Krohn en “Around the Maggid’s table” de Mesorah/Artscroll)
En toda comunidad activa existe una cuota de disconformidad. La nuestra tenía un dirigente, a quien recuerdo con gran afecto, que solía comentar sobre esta clase de situaciones: “Si una parte tuviera razón y la otra no, esto sería simple. El problema se suscita cuando ambas partes (antagonistas) tienen razón...”
Cuentan que frecuentemente veían al Jafetz Jaim entrar a la sinagoga a tempranas horas de la mañana. Algunos de sus alumnos que estaban curiosos por saber qué es lo que su maestro hacía a esa hora, se escondieron en la sinagoga para observar lo que sucedía. Vieron al Jafetz Jaím abrir el Arón Kodesh (Hejal) y rezar con lágrimas, rogándole a D”s que lo proteja del sentimiento de encono...
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