El pasado 12 de febrero se cumplieron ciento diez años de la fundación de la Jevrá Kedushá Ashkensi, institución que afines de los años cuarenta del siglo XX pasó a denominarse Asociación Mutual Israelita Argentina – AMIA.
Con motivo de este aniversario la actual conducción organizó un lejaim íntimo al cual solamente se invitó a los dirigentes, empleados, funcionarios y a los medios de prensa.
Durante su transcurso, luego de la lectura de una somera reseña de cómo la entidad fue ampliando su actividad institucional a lo largo de sus once décadas, saludó a los presentes el Embajador Benjamín Orón, representante del Estado de Israel en la Argentina y los doctores Gilbert Lewi y León Cohen Bello hicieron entrega de placas conmemorativas en nombre de la DAIA, el primero, y de Avodá, el segundo.
También se refirieron a la fecha el Gran Rabino Shlomó Ben Hamú y el presidente de la AMIA, licenciado Abraham Kaul.
Este último, además de destacar que la AMIA ha vuelto a posicionarse en la sociedad argentina como el ente central de la vida comunitaria judía en el país, explicó que ese íntimo lejaim era el comienzo de los festejos que a realizarse durante todo el año.
Festejo, celebración son palabras que tienen una connotación muy especial, al escucharlas pensamos que se refieren a algo alegre mientras que cuando utilizamos conmemoración, normalmente la unimos a hechos aciagos.
Los judíos comenzaron a llegar a la Argentina en la segunda mitad del Siglo XIX, primero en forma individual y luego organizada; estos últimos como respuesta a las persecuciones que sufrían en Europa Oriental. Luego se le sumaron contingentes numerosos que buscaban un lugar en donde poder vivir y trabajar sin que se los discriminara por ser judíos y después escapando al oprobio que culminó con la Shoá.
Durante setenta u ochenta años fueron conformando una comunidad pujante, con Buenos Aires como su centro e infinidad de kehilot medianas y pequeñas a lo largo de todo el país.
Esos judíos, que según los demógrafos, pudieron haber sido, a mitad del siglo pasado, unos cuatrocientos mil construyeron las instituciones comunitarias dotándolas de edificios modernos en la gran mayoría de los casos.
Para ellos la Jevrá Kedushá y el Beit Olam, la sociedad encargada de los sepelios y el cementerio judío, fueron una prioridad marcada por la realidad de la vida.
Mientras la comunidad crecía, la Jevrá Kedushá Ashkenzi de Buenos Aires amplió el ámbito de sus actividades. Comenzó a centralizar la educación judía, más adelante a colaborar con las pequeñas kehilot del interior y cuando la necesidad la obligo, la Asistencia Social también fue un área a la cual se dedicó.
Hoy, apenas iniciado el siglo XXI cual es la situación de la comunidad judía de la Argentina. Se afirmaba hasta hace unos meses que la cantidad de judíos rondaba los doscientos mil y que aproximadamente una cuarta parte de ellos están por debajo de la línea de pobreza y que cerca de cuarenta mil reciben algún tipo de ayuda social.
Muchas de las pequeñas kehilot del interior prácticamente han desaparecido y un porcentaje significativo de las medianas han pasado a ser pequeñas.
Esta disminución se produjo como consecuencia de la asimilación, en algunas el porcentaje de matrimonios exogámicos (en el cual solo uno de los miembros es judío) supera el 80% y en la mayoría el 50%; de la emigración a Buenos Aires y al exterior del país; y a una drástica disminución de los índices de natalidad.
En Buenos Aires y sus alrededores a los bajos índices de natalidad, excepto en las familias observantes de la Halajá, se le sumaron la pérdida de los valores tradicionales judíos que tenían los inmigrantes y la asimilación llega en algunas familias a porcentajes tan altos como en el interior.
El resultado de este proceso, que día a día se hace más visible, ha sido una serie de modificaciones en la estructura de la comunidad, uno de los cuales es el cierre de escuelas judías, motivadas tanto por la crisis económica como por deficientes manejos administrativos.
En este aspecto nuevamente las instituciones ráigales son la excepción, ya que mediante el esfuerzo de sus azkanim y profesionales brindan una contención cada día mayor a jóvenes, y no tanto, judíos que buscan conocer que es el verdadero judaísmo. La cantidad de balei teshuva (retornantes a la observancia de la Halajá) y el constante aumento del alumnado de las escuelas ráigales y las ieshivot, lo demuestran.
Frente al proceso asimilatorio, que ya se hacía notar en los años sesenta del siglo pasado, algunos dirigentes consideraron que “agiornar” la forma de vida judía lo frenaría e impulsaron que las corrientes reformistas se instalaran en nuestra comunidad. Pese al facilísimo halájico implantado en sus instituciones y a sus falsas conversiones no pudieron impedir que la asimilación afectara a muchas de las familias que agruparon, repitiendo en Argentina el fracaso de su accionar en los Estados Unidos, y lo único que lograron fue blanquear los camientos mixtos
La AMIA mientras tanto, o mejor dicho sus dirigentes, observando el problema decidieron que debían luchar contra la asimilación. Lamentablemente en lugar de volver a las fuentes ancestrales del judaísmo intentaron mantener una estructura que fue útil mientras los judíos sabían que era ser judío pero que no brindaba respuestas para enfrentar la problemática de los judíos en las últimas décadas del siglo veinte. La demostración de lo que decimos es que la AMIA no pudo evitar la erosión de la mayor fuente de sus ingresos, ya que la cantidad de judíos que deciden que sus familiares no judíos sean enterrados en cementerios no judíos no sólo se mantuvo, sino que aumento con el paso de los años y según un trabajo de investigación, encargado por la propia AMIA en los años ochenta, el problema de quienes tomaban esta decisión era que desconocían el significado de Kever Israel, el entierro de acuerdo a las normas halágicas.
La crisis económica que en los últimos años padeció la Argentina afecto a un gran número de miembros de la comunidad, a los que se les sumó una importante cantidad de judíos que estaban alejados pero que ante la necesidad se acercaron a las instituciones comunitarias dedicadas a brindar ayuda social.
Teniendo en cuenta que un alto porcentaje de estas personas son mayores de cincuenta años y que no se vislumbra que la mejoría económica que se nota en el país los alcance en los próximos años es evidente que la comunidad como ente organizado tiene que continuar ayudándolos en el futuro.
Cuando en el 2001 la cantidad de judíos a los que se debía ayudar sobrepasó las posibilidades económicas de nuestra comunidad, se hizo necesario recurrir al apoyo – individual o institucional – de judíos que no viven en el país. Pero este es un apoyo que no se ha de mantener eternamente, cómo lograr los fondos necesarios es un interrogante que los actuales responsables comunitarios tratan de responder.
Una de las cosas que hemos notado, y que nos preocupan, es que si bien en ciertas áreas se trabajo y se trabaja en forma coordinada en otras no ocurre lo mismo.
La AMIA, además de incrementar los montos que destina a ayuda social implementó un extenso programa cultural, en el cual el ciclo de conciertos gratuitos es su máxima expresión, pues consideró que se debía brindar, a los judíos afectados por la crisis económica, la posibilidad de pudieran continuar disfrutando de algunos de los placeres que no están en condiciones de solventar.
Las instituciones sociodeportivas, a fin de mantener su caudal de asociados, decidieron racionalizar sus gastos y dos de ellas – con el apoyo y asesoramiento del Joint – iniciaron una especie de fusión, que en una primera etapa se implementó uniendo sus administraciones, lo que significó el despido de parte del personal (en su mayoría judío).
Este proceso culminó hace un par de meses en fracaso, pues al mejorar la situación económica del país estas instituciones decidieron volver a ser independientes. El dinero invertido, se habla muchos miles de dólares, no hubiera sido más útil destinarlo a ayudar a las escuelas judías es una pregunta que muchos miembros de la comunidad se están haciendo.
Mientras tanto, varias instituciones ráigales se dedicaron a enseñar judaísmo en forma gratuita, y brindando alojamiento y comida para jovenes del interior, llegando en ciertos casos a entregarle dinero a los estudiantes para que puedan trasladarse desde su casa a los lugares de estudios. Lo hicieron convencidos de que era la única forma de brindar un marco de contención a la vez que asegurar la continuidad judía.
No es nuestra intención criticar a los dirigentes, pues estamos convencidos que hicieron lo que hicieron considerando que era lo mejor para sus instituciones y la comunidad, pero es evidente que el resultado no es el que ellos desearon.
Por otra parte reconocemos que los actuales dirigentes que conducen la AMIA, como también a los que los antecedieron, trabajaron y trabajan denodadamente para modificar la imagen de la institución, y asegurar la continuidad judía.
Pero teniendo en cuenta el alto porcentaje de matrimonios exogámicos, la necesidad de fondos para mantener la red educacional judía y ayudar a los judíos que padecen problemas económicos, creemos que es válido preguntarnos si la comunidad judía de la Argentina tiene algo que celebrar y festejar.
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