Según las leyes que los nazis promulgaron por la Europa ocupada, los judíos de 12 años en adelante fueron llevados a realizar trabajos forzados. 500 chicas judías fueron enviadas a realizar trabajos duros en un campo construido en Silesia. La mayoría de ellas tenían entre 12 y 13 años, sólo niñas.
Las mujeres de la S.S. supervisaban el grupo. Estas mujeres eran aun más crueles que los hombres de la S.S. Les daban a las chicas trabajos muy duros, se llevaban sus ropas y efectos personales y en lugar de ello les daban harapos, y utilizaban todo tipo de métodos sadistas para hacerles la vida lo más miserable posible.
En el campo había una chica de una familia jasidica que había llevado un sidur que su padre le había dado de regalo justo antes de que fue deportada. A pedido de su padre Sara Leah había escrito las fechas de todos los festivos judíos de los siguientes tres años en la tapa interior del sidur.
Sara Leah y sus amigas guardaban el sidur con sumo cuidado. Cuando su sufrimiento era tanto que parecía que la vida no tenía sentido, Sara Leah y sus amigas se confortaban recitando Tehilim del sidur. Rápidamente descubrieron lo que decía Tehilim acerca de la venganza de Hashem contra los malvados, y todas se sintieron mejor al recitarlo. “Que los malvados se conviertan en paja arrojada por el viento” pedían con todo su corazón. “Que los malvados regresen al infierno!” “Que sus pies queden atrapados en la trampa que ellos mismos están colocando!” Estas chicas se sentían más aliviadas después de recitar estas palabras. Sabían que era todo lo que podían hacer en la situación en la que se encontraban.
El sidur también les contaba qué festivos se estaban acercando. Sólo con saber que pronto sería Januca o Pesaj o Rosh Hashana, ayudaba a las chicas a sentirse conectadas con sus hogares y sus familias. A pesar de los recuerdos dolorosos que surgían, también les daba esperanzas y una razón para luchar y sobrevivir.
Un día Sara Leah anunció al resto de las chicas que se estaba acercando Pesaj.
“Quedémonos hasta tarde y hagamos un Seder secreto, como lo hacían los marranos en España,” sugirió una chica. “Nuestra situación es igual a la de ellos...”
Otra sugirió, “pongamos una sábana sobre la mesa y yo encenderé lo que queda de las velas en honor al festivo.”
“Tengo toda la hagadah en mi sidur,” dijo Sara Leah. “La leeremos juntas.”
“¿Pero cómo podemos sentarnos en una mesa vacía?” preguntó otra chica. “Ni siquiera tenemos uno de los elementos necesarios para Pesaj sobre la mesa. Ninguna matza, ni maror, ni vino! Si sólo tuviéramos una matza, aunque sea sólo como un recuerdo...”
“¿Qué podemos hacer?” replicó Sara Leah. “Debemos celebrar el seder de Pesaj de la mejor manera posible. ¿Quién sabe? Tal vez suceda algún milagro y tendremos algo para nuestro seder.”
¿Podría suceder un milagro en el campo de trabajo? ¿Estaría cuidando Hashem a esta gente incluso ahí?
No muy lejos del lugar donde estaban las chicas, había un gran campo para prisioneros de guerra franceses. Cuando las chicas fueron forzadas a trabajar en los pueblos y los campos alrededor de este campo de prisioneros, los franceses las vieron. Los alemanes forzaron a los franceses a realizar trabajos forzados también, con la excepción de que no los trataban de manera sadista como a las chicas judías. Los prisioneros franceses sabían que no podían mostrar ningún interés ni hablar con las chicas judías.
Un día, cuando la línea de prisioneros franceses estaba pasando al lado de las chicas judías, que estaban regresando de su trabajo, una chica notó que uno de los prisioneros franceses había arrojado una nota en su dirección. Se agachó y la recogió, para luego esconderlas entre sus ropas. Cuando ingresó al campo, abrió la nota frente a varias amigas y la leyó:
“Queridas chicas judías! No tengan miedo! Soy judío como ustedes, pero los malditos no saben el secreto. Estoy entre los prisioneros. Las ayudaré lo máximo que pueda. Escríbanme que necesitan más que todo, y pongan la nota debajo de la piedra, afuera del portón. Haré lo que puedo para ayudarlas. No desesperen chicas, y no se rindan! Todas saldrán con vida. Deben vivir ya que todavía son muy jovenes!”
No había firma en la nota. Las chicas no sabían quién era el escritor, pero se imaginaban cómo era. Se sintieron reconfortadas al descubrir que había un corazón judío latiendo cerca. A pesar del gran peligro, este judío anónimo decidió intentar y contactarse con ellas.
Las chicas discutieron qué deberían pedirle al hombre. Les faltaban tantas cosas! Cualquier cosa que él les pueda dar sería de gran ayuda. Pero en poco tiempo llegaron a un acuerdo - lo más importante que necesitaban era un poco de harina para que puedan hacer sus propias matzot. Escribieron una nota corta explicando lo que querían, y al día siguiente, dejaron la nota debajo de la piedra, como les había pedido el hombre.
Ese mismo día, cuando regresaban del trabajo diario, la línea de prisioneros franceses estaba justo pasando. De pronto vieron un pequeño paquete que era arrojado a través del alambrado del campo. Ingresaron al campo excitadas y una de las chicas se apuró en tomar el paquete. Con gran emoción descubrieron que traía una pequeña cantidad de harina blanca. Adentro había una nota que decía, “Chicas! Las envidio porque saben observar los festivos judíos.
Estoy orgulloso de ustedes. He recibido harina de un amigo francés, que recibe paquetes de su casa. De esta manera puedo unirme a ustedes en la alegría del festivo. Espero poder mandarles un pedazo de chocolate en honor al festivo. Sigan fuertes!”
Ahora las chicas podían proceder con sus planes para Pesaj. Una noche, cuando todo el campamento estaba en silencio, algunas chicas se despertaron y comenzaron a trabajar. El campamento tenía un horno de hierro. Para obtener madera para encender el fuego, rompieron un viejo banco. Como palos de amasar usaron viejas botellas. Cada vez que surgía un problema, rápidamente encontraban una solución.
En dos horas, las chicas tenían varias matzot horneadas. Cada una tomó su pedazo y volvieron a sus camas.
Sara Leah susurró a una amiga, “No es una matza simple, sino ´una matza shemura´ porque teníamos que vigilar que los agentes de la maldad no nos descubran.”
Cuando llegó Pesaj unos días después, las chicas se reunieron a la noche y recitaron la hagadah.
Sara Leah las dirigió, “¿Quién de entre nosotras no perdió las esperanzas durante los últimos meses? Pero ahora vimos los milagros que pueden suceder, igual que como sucedieron en Egipto! ¿Quién de nosotras hubiera creído que estaría comiendo una matza la noche de Pesaj? Era imposible, una idea ridícula! Aun así, Hashem hizo que esto sea posible. Hashem nos envió a este prisionero judío y le dio la harina para nuestros matzot. El mismo D-os en quien nuestros ancestros confiaron, vino a salvarnos! Con la voluntad de D-os sobreviviremos a esta guerra y viviremos para celebrar muchos más Pesaj!”
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