LA GRANDEZA DE LA CARIDAD
Nuestros Sabios nos enseñan: «Grande es la caridad y grande su recompensa. El que da caridad al pobre, sus plegarias serán respondidas. Una medida por una medida (mida kenegued mida). Él escucha los llantos del pobre, entonces D-os escuchará sus plegarias cuando él llore.»
El Midrash (Exodo 31) nos dice que «Nada es más difícil de soportar que la pobreza. Porque aquel que está golpeado por la pobreza es como alguien a quien todos los problemas del mundo los azotan y todas las maldiciones de Deuteronomo (XXVIII: 15-65) descienden sobre él.» Y Nuestros Sabios han dicho, «Si todos los problemas estuvieran reunidos de un lado y la pobreza del otro, la pobreza sería mucho más grande.»
«D-os es el juez, Él hace descender a uno y levanta al otro (Salmos XXV: 8). ¿A qué se puede comparar este mundo? A la rueda de un aljibe en un jardín; las vajillas de arcilla ascienden llenas desde abajo y descienden vacías. De la misma manera, no todo aquel que es rico hoy lo será mañana. ¿Por qué es esto así? Porque hay una rueda que rota en el mundo.»
Rabbi Aha dijo: «Hay una rueda que rota en este mundo porque se dice, ´un rey sabio tamiza a los malvados y hace girar la rueda sobre ellos´ (Proverbios XX: 26). Feliz es aquel cuya mano se extiende hacia el pobre.»
LA RUEDA DE LA FORTUNA GIRA
El Midrash cuenta la historia de una persona piadosa que dio mucha caridad. Su nombre fue bendecido por cada pobre del país. Pero la rueda de la fortuna giró, y este hombre piadoso perdió toda su riqueza y se convirtió en muy pobre.
Ese año, hubo una peste en la tierra, y este hombre sufrió de hambre. Un día su mujer le dijo, «Hemos comido la última migaja de pan. ¿Con qué alimentaremos a nuestros hijos esta noche?»
El hombre la miró con una expresión de lástima. «Mi querida mujer,» dijo, «no tengo dinero. No sé qué podemos hacer!»
Su mujer tenía un hermoso cabello - era toda su gloria. En su desesperación, se cortó el cabello, lo vendió, y con este dinero compró un poco de harina. Con esta harina horneó una gran jalá.
La colocó sobre la mesa, y le dijo a su marido, «Por favor cuida la jalá mientras voy a la escuela y traigo a los chicos. Deben estar hambrientos, ya que esta mañana salieron sin desayunar.»
DAR UNA JALÁ A UN POBRE
Mientras la mujer estaba ausente, un pobre golpeó la puerta y pidió un poco de comida. «Por favor déme algo para comer,» lloró. «Mi esposa y mis hijos están hambrientos. No hemos comido durante tres días, y están demasiado débiles como para salir de la casa.»
El hombre piadoso no dudó ni un sólo momento. Tomó la jalá y se la dio al hambriento, quien comenzó a llorar de la alegría.
Después de que el hombre pobre se fue, el hombre piadoso comenzó a preocuparse por la reacción de su mujer cuando se entere de lo que había sucedido. Con miedo, salió de la casa y entró en la sinagoga. Comenzó a rezar y a llorar hasta que cayó en un profundo sueño.
LOS SUEÑOS DE ELIAHU
Tuvo un sueño. Eliahu, el profeta, estaba intentando despertarlo del sueño.
«Despierta buen hombre,» estaba diciendo, «D-os ha escuchado tus plegarias. Te recompensará por la jalá que has dado. Acepta este pago sin miedo alguno, porque el principio del hecho es muy grande, y te será guardado en el mundo venidero.»
Despertó y dejó la sinagoga. En la puerta de la sinagoga encontró un saco que contenía mil monedas de oro, sin identificación. Contento, la tomó y la llevó a casa y después de comprar comida para su familia, invirtió el resto inteligentemente y se hizo rico.
Por eso, el Salmo dice: «Las buenas acciones de un hombre lo recompensan en este mundo y pavimentarán un camino para él en el mundo que viene.»
LA CARIDAD SALVA DE LA MUERTE
Hubo una vez un tzaddik que estaba casado con una mujer muy piadosa que daba todo lo que tenía a los pobres. Ellos mismos vivían en la pobreza y la mujer tenía que lavar ropa para mantener a la familia.
Su marido era un hombre brillante, con conocimientos de ciencias y astrología. Era capaz de predecir eventos. Un día leyó en las estrellas que su mujer se iba a caer de un techo y morirá. Amaba a su mujer entonces rezó a D-os y le pidió ayuda. Temía la llegada de aquel día y se preocupaba, pero mantuvo el secreto para si mismo.
Cuando llegó el día, le rogó a la mujer que no salga de la casa. «Yo juntaré la ropa por ti hoy, y prométeme que no saldrás de la casa.»
Al ver lo ansioso que estaba, aceptó. Antes de irse, el marido le dio un trozo de pan y un poco de queso para que no tenga que salir al almacén a comprar comida.
La mujer estuvo ocupada toda la mañana lavando ropa. Al mediodía, decidió salir de la casa para colgar la ropa, olvidando las advertencias de su marido. Al caminar hacia afuera, vio que una de las sogas del techo de la casa estaba rota.
UN POBRE EN LA PUERTA
Colocó una escalera y comenzó a subir. A medio camino escuchó que alguien golpeaba la puerta.
«¿Quién está ahí?» gritó.
«Soy pobre y no he comido en todo el día. ¿Me podría dar algo para comer?» fue la respuesta.
Ella pensó, «tengo más que suficiente para mi en la casa. Seguro que le puedo dar algo.» Bajó de la escalera, ingresó a la casa, y dividió la comida, dándole la mitad al pobre.
Cuando el hombre salió, ella comenzó a subir la escalera nuevamente. Otra vez se escucharon golpes, y al bajar que era otro pobre.
«No he comido durante dos días,» dijo. «Si no me da algo para comer, me desmayaré del hambre.»
«No tengo hambre,» pensó la mujer. «Estoy tan ocupada todo el día y no tendré tiempo para comer. Cuando mi marido vuelva a casa, él traerá comida para la cena. Este pobre hombre lo necesita más que yo.»
Entonces le dio el resto de la comida. Cuando se fue, ella subió al techo, lo arregló y bajó sin ningún problema. Entonces colgó la ropa para secar.
LAS BUENAS ACCIONES SALVARON A LA MUJER
Cuando llegó la noche, el marido regresó y se asombró al ver toda la ropa seca y doblada.
«¿Cómo lograste colgar todo esto?» le preguntó. «Vi que la soga estaba rota y estaba seguro que no saldrías de la casa hoy.»
«Arregle la soga,» respondió. «Subí al techo y la reparé.»
«Cuéntame, ¿qué buena acción has hecho hoy?» le preguntó con asombro por verla viva.
Ella le contó de sus experiencias con los dos pobres.
«Estas dos buenas acciones de caridad salvaron tu vida,» le dijo. Entonces le contó la terrible visión que había tenido. Por eso el Salmo dice, «La caridad salva de muerte!»
|
|
|