“Bienvenidos a Egipto”, decía el cartel con el que fueron recibidos Ia’acov y su familia en el paso fronterizo cuando llegaron en la época en que Iosef era virrey. “¿Me permiten los pasaportes? Les debo extender las visas... ¿por cuánto tiempo piensan quedarse?”
“¡Somos turistas!” - contestaron los hijos de Ia’acov - “venimos al país en forma temporaria”.
“¡Muchas valijas para una familia que planea quedarse por poco tiempo... pero... no importa, pasen igual porque veo que vienen en los carruajes del rey, así que debe estar todo en regla”.
Así empezó todo. Llegaron como turistas y Ia’acov bien se lo hizo saber a su familia. Iosef aportó lo suyo con la idea de que vivan en la tierra de Goshen (en el delta del Nilo) para que estén alejados de los centros “culturales” egipcios. Aun así, dice el versículo que “vaieajazú ba” (“se asentaron en ella” – Bereshit 47:27) y se volvieron parte de la tierra. (R. Sh.R.Hirsch sz”l). Ia’acov falleció y a duras penas lograron, solo sus hijos, la “visa” de salida (transitoria) para ausentarse brevemente del país, custodiados por soldados egipcios y dejando a sus hijos en Egipto (¿cómo rehenes?) para enterrarlo en Jevrón. Fue su última visita al exterior. La frontera estaría cerrada de ahí en más.
“Vatimalé ha’aretz otam” (Shmot 1:7) - la tierra se llenó de ellos. Por donde uno iba veía judíos. En los teatros, en los circos, en la cancha... “¿Cuántos judíos deben haber? Están por todos lados!!!” pensaría más de un egipcio, alguna vez incluso en voz alta. “Ya no son los de antes, que se manejaban entre ellos discretamente. Ahora se creen los dueños del país”.
“¡Lo mínimo que pueden hacer es callarse la boca...” - pensaban algunos judíos – “gracias a nosotros que este país está vivo. Si no fuese por Iosef y su administración excepcional, ya hubiesen desaparecido del mapa”.
Sin embargo, el que desapareció, o, mejor dicho, falleció y lo hicieron borrar de los manuales de historia del país, fue el propio Iosef. Los egipcios no sabían, o no querían, saber de él. Así fue que comenzaron las sospechas y los prejuicios. “Cuidado, quien sabe... si los judíos son cada día más... Aparte, con lo bien que les va, podrían aportar un poco más al tesoro nacional para bajar la deuda externa...”. Los judíos no dejaban de extrañarse. “¿Por qué se la agarran con nosotros? ¿Acaso no demostramos que somos buenos ciudadanos patriotas? ¡Cantamos fervorosamente el himno nacional, luchamos voluntariamente por nuestro ‘Vaterland’ (patria), nos ponemos la camiseta de la selección cada vez que hay un mundial...!”
Puede que hayan tenido razón, pero no hubo caso. Habían caído en desgracia hasta con sus propios vecinos egipcios. Aquellos que todos los días los habían saludado cordialmente: “¡Good morning! ¿How are you today? - ¡Have a good day!” de repente les daban la espalda. (Estimado lector: las palabras en alemán y en inglés no solamente le permitirán a Ud. establecer las comparaciones con eventos posteriores análogos de la historia, sino que se deben también a que mi dominio de la lengua egipcia es muy pobre...)
Fue en aquel momento cuando surgió la gran oferta del Faraón para que los patriotas pudieran demostrar “que tenían la camiseta bien puesta”: “¡Uncle Sam needs you! Venga y apoye los nuevos proyectos del Faraón. Se construirán ciudades de abastecimiento para que no falte nunca comida para nadie. Aporte tan sólo un ladrillo”. (Una obra por cierto “faraónica”). Comenzó, pues, una gran discusión entre los judíos. La gran mayoría de ellos vieron esto como una gran oportunidad de demostrar lo “buenos egipcios” que eran. No fueron a aportar un ladrillo. Se los veía publicitando su causa: “Comisión Judía por un Egipto Grande”. Otros, los de la tribu de Leví, fueron más cautelosos. Dado que la Dirección Impositiva (egipcia) exceptuaba de pago a los “seminaristas” ya desde la época de Iosef, y de todos modos se dedicaban al estudio, decidieron seguir con lo que venían haciendo hasta el momento: estudiar.
Los egipcios y algunos propios judíos miraban a la tribu de Leví con desdén: “judíos parásitos”, etc., pero la tribu de Leví siguió con la suya. No pasó mucho tiempo y los “grandes contribuyentes” judíos no podían seguir el ritmo de los aportes que, mientras tanto, se habían convertido en obligatorios. Los carteles ahora leían: “en contra de la evasión y a favor suyo”. Si no podían cumplir con su cuota, pues que aportaran con mano de obra. La “clase media” desapareció. Ahora eran esclavos. (No se olviden que la identidad de una persona en Egipto estaba dada por su oficio. Uno valía por lo que trabajaba. Por eso es que el Faraón les había preguntado a los hermanos de Iosef apenas llegaron: “¿A qué se dedican?”)
Sin embargo, hagamos una aclaración. Esclavos sí. Pero con “estilo”. A pesar de haber caído hasta pertenecer a una nueva clase social, la de los esclavos, no había delincuencia entre ellos. No había delación ni “buchones” y, es más, los encargados judíos ofrecían su propia espalda para recibir los golpes de látigo de los supervisores egipcios cuando los obreros judíos no llegaban a cumplir con su cuota.
Pero lo que más enfurecía al Faraón era que los judíos se multiplicaran cada vez más y, para peor, que se siguieran distinguiendo de los egipcios como una nación aparte. Por la vestimenta que usaban, se notaba a la legua si una persona era judía, o no. Cada vez que venían a anotar a un recién nacido en el Registro Civil, aparecían con nombres que sólo ellos sabían pronunciar. Y, entre ellos hablaban siempre ese mismo idioma raro “de ellos”. Es verdad que algunos adoraban a los “ídolos” egipcios (tenían los posters de “ricos y famosos” colgados en los dormitorios), lo cual no estaba bien, pero eso no cambiaba lo demás que era admirable en esa coyuntura.
“Era cuestión de profundizar ‘el modelo’” – pensó el Faraón – “cuanto más estén enganchados los judíos con su trabajo, pues más rápido se van a olvidar de sus costumbres exóticas”. (Más tarde, cuando Moshé pidió que los judíos puedan salir por tres días a servir a D”s en el desierto, el Faraón respondió con trabajo adicional porque: “flojos están, flojos; por eso dicen querer servir a su D”s”. La ecuación de la terapia ocupacional “cuanto más trabajo, menos tiempo para pensar”, sigue en pie hasta el día de hoy para los judíos que no quieren detenerse a saber para y porqué son judíos). El objetivo del Faraón era entonces: tenerlos ocupados. Si la tierra de Ra’amses no era apta para la construcción y había que edificar lo mismo dos o tres veces, no problem. ¿Quién tenía apuro, acaso?
No por nada Egipto se llama Mitzraim (del hebreo “Metzarim” = encierro), pues no hay peor encierro que aquel que no se permite a sí mismo tiempo para evaluarse.
Por si las cosas no estuviesen claras, el Faraón permitió a esta altura de los acontecimientos que cualquier egipcio se pudiera valer de cualquier judío para que le haga sus tareas domésticas (Vaia’avidu Mitzraim et Benei Israel Befarej - Shmot 1:13). “Haga patria, torture a un judío”.
Los judíos aceptaban los golpes de los egipcios calladamente. Habían caído en la trampa. Demoró años hasta que se acordaron que debían pedir a D”s para ser redimidos. Incluso esta manifestación (su súplica a D”s) recién ocurrió de modo intenso después que murió el rey de Egipto que los había esclavizado en primer lugar, manteniéndose aun después de su deceso las leyes atroces iniciales por él impuestas. Al tomar los judíos conciencia que las salvajadas egipcias ya no dependían más del rey que las había incorporado sino que ya eran parte de la modalidad del país, advirtieron que todo dependía de D”s y rezaron con sinceridad (R. Sh.R.Hirsch sz”l – Shmot 2:23).
Lo peor de todo es que toleraban lo que no debía ser aceptable, como si fuese un fenómeno natural. Es por eso que D”s les promete sacarlos de “sivlot Mitzraim” = la tolerancia a lo egipcio (Shmot 6:6). Serviles eran únicamente para sus amos egipcios. Sin embargo, para descargar responsabilidad frente a un compatriota judío (Moshé) que amonestó a un judío por querer pegarle a otro judío, no tardó en venir la respuesta (que lamentablemente se repitió en la historia): “¿¡Quién te puso a vos de patrón!?” (R. Sh.R.Hirsch sz”l).
En primer lugar, uno no deja de preguntarse para qué D”s quiso que fuéramos a Egipto. Si bien la Torá no nos cuenta el objetivo, podemos asumir que fue esencial para la posterior creación del pueblo. Nos formamos como nación en medio de una cultura totalmente opuesta a lo que pretendería la Torá para nosotros y la subsiguiente salida de Egipto tendría para nosotros un significado más de orden espiritual que lo que había sido la esclavitud física. De todos modos, allí donde nos forjamos como nación, aprendimos nuestra primera lección de antisemitismo y de asimilación. ¿Cuál de las dos modalidades es la más peligrosa?
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