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Política y educación en Israel
La Autoridad Palestina (AP) y los líderes de la comunidad jaredí de Israel no pierden ocasión de poner trabas a la gente a la que supuestamente representan. El otro día, después de que se anunciaran subvenciones extras para las escuelas de Jerusalén Oriental que ofrezcan el currículum israelí, el ministerio de Educación de la AP emitió un comunicado en el que expresaba su “absoluto rechazo” ante el intento de la “ocupación” de “envenenar las mentes” de los jóvenes árabes.
Aunque la AP envenena constantemente las mentes de los jóvenes árabes con la yihad contra los judíos, los cristianos y otros infieles, Israel ha tratado de dar respuesta a una creciente y abiertamente expresada necesidad entre los estudiantes palestinos en su capital. La idea es proporcionarles el tipo de aprendizaje que les permita acceder a las principales universidades del país y salir de ellas con unas titulaciones y conocimientos que les ayuden a labrarse un futuro, lo que es de desear impulse la coexistencia entre judíos y árabes.
Un reciente reportaje de un canal de la televisión israelí incluía una visita a un instituto palestino de Jerusalén Este donde a los alumnos se les da a elegir entre el currículum de Israel y el de la AP. El número de manos alzadas indicaba que la mayoría había optado por el primero, que conduce a las pruebas de acceso a la educación superior israelí. Un adolescente dijo que quería estudiar medicina, otro quería convertirse en ingeniero, y otros dijeron cosas similares. Los que prefirieron el currículum palestino –y sus correspondientes pruebas de acceso– se encogían de hombros cuando se les preguntaba cuáles eran sus expectativas de futuro.
Nada sorprendentemente, lo que se concluía era que el ejemplo y las presiones de los padres eran un factor clave en la decisión de cada estudiante.
Como publicó Haaretz, las 180 escuelas privadas y públicas de Jerusalén Este reciben financiación del Ministerio de Educación israelí, pero sólo diez de ellas impartieron el currículum israelí el año pasado, algo que demandan cada vez más padres palestinos.
Por esta razón, el Ministerio de Patrimonio y Asuntos de Jerusalén va a dar un bonus especial de 20 millones de shékels (5,2 millones de dólares) a las escuelas que ya imparten el currículum israelí, a fin de alentar a las demás a que sigan el ejemplo. El dinero se destinará a mejorar la infraestructura de los centros y a construir nuevas instalaciones, como aulas de informática y gimnasios.
El Ayuntamiento de Jerusalén y el Ministerio de Educación de Israel se han involucrado activamente en esta iniciativa, que la AP considera una afrenta. El Estado judío –dice– “viola los derechos humanos más básicos y las convenciones internacionales que garantizan el derecho de los pueblos ocupados a preservar su identidad y libertad, y a elegir su cultura y sus estudios”.
Para impedir que Israel ayude a los palestinos a salir adelante, la AP está pidiendo a ONG árabes e islámicas que recauden dinero con el propósito de “desbaratar los intentos de Israel dejudaizar las escuelas palestinas”.
Por otro lado, parlamentarios israelíes están cediendo a las presiones de los ultraortodoxos para que deroguen la legislación –aprobada pero nunca aplicada por los Gobiernos anteriores– que exige a las escuelas jaredíes que reciben financiación pública la enseñanza de matemáticas, ciencia e inglés.
Según el Jerusalem Post, incluso numerosos activistas ortodoxos que están a favor de que las escuelas jaredíes impartan las asignaturas fundamentales del currículum israelí defienden la derogación de esa legislación porque entienden que es “coercitiva”. Prefieren que el Gobierno asigne un mayor presupuesto a las escuelas que ya imparten las asignaturas básicas, así como a la creación de nuevas escuelas jaredíes que lo hagan.
Aunque la libertad de elección en el ámbito de la enseñanza es admirable, que un padre pueda deliberada y conscientemente poner a sus hijos en una posición de desventaja privándoles de herramientas educativas básicas es una desgracia. Aún más desolador es que se esté contribuyendo a ello con fondos públicos.
La dramática situación actual es que la AP teme la judaización de sus escuelas, y los jaredíes temen justo lo contrario. Ahora bien, lo que ninguno quiere es perder el dinero del Estado. Esta sólo es una de las muchas duras lecciones sobre política educativa, sanitaria y de bienestar que ningún israelí aprende en ninguna escuela.
Fuente: Revista El Medio

Septiembre 2016 - Av / Elul 5776
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