Hace algunas semanas, el 8 de Tamuz – 26 de junio - se apagó en Israel la vida de la escritora, compositora, trovadora, Naomi Shemer (z”l). Es triste despedirse de ella, que con sus canciones, había llegado a ser casi un sinónimo de la canción israelí. Sus melodías y palabras expresaban siempre lo que cualquier israelí hubiera querido decir. Sus melodías, únicas, calaban hondo en el alma de su pueblo, que las hacía propias, las cantaba y danzaba, las tarareaba con fe y con alegría, con un dejo de nostalgia... pero las sentía suyas. Estas canciones son nuestras, ahora más que nunca, cuando esta creadora ya no está entre nosotros. Sus canciones tienen una presencia más fuerte que nunca, ya que ahora alcanzaron la dimensión de la eternidad. Naomi Shemer, había nacido en 1930 en la kbutza Kineret, a orillas de ese lago, fuente de inspiración y belleza. Allí creció y se inició en su vocación musical. Aun niña, organizaba en su casa – el kibutz – las noches de canciones compartidas (shira betzibur) donde ya se intuía su futuro musical. Sólo después de haber servido en el ejército, comienza a estudiar en el conservatorio de música de Jerusalén. Distintos momentos van marcando su desarrollo. Canciones y obras de teatro con el conjunto “Batzal Iarok”, canciones infantiles, un disco editado junto a Yafa Yarconi, va popularizando su nombre. Sus canciones se van transformando en éxitos masivos. Pero es en 1967 cuando su carrera da un gran salto: a poco de realizarse el festival de la canción hebrea en Jerusalén, Teddy Kollek, el entonces alcalde de la ciudad, le solicita a Naomi Shemer que escriba una canción nueva sobre Jerusalén. Naomi Shemer escribe y compone “Ierushalaim shel zaav” – Jerusalén de oro. La interpreta en el festival, Shuli Natan, una juvenil voz. Se produjo una ovación, la gente comenzó a cantar el estribillo cuando se realizó el bis. Había nacido en ese momento la canción más querida del Israel renacido. Pocos días después, estalló la guerra de los seis días. Todo el país la cantaba, los soldados, los alumnos en las escuelas, la gente más sencilla, la gente del pueblo; Naomi Shemer ya era casi un mito viviente. Ella misma agregó una estrofa a su canción original: había escrito que el shuk estaba vacío, las luces apagadas y reinaba una honda tristeza por doquier, referida a la falta de judíos en la ciudad vieja. la estrofa agregada hacía mención de los lugares santos de la ciudad, nuevamente llena de judíos, “nuevamente se escucha el shofar en el monte del templo, las luces impregnan miles de ventanas...” Naomi Shemer siguió creando canciones, editando discos, cantando junto a su pueblo. Todos veían en “Jerusalén de oro” casi una premonición a la reunificación de la ciudad, a la que tantos poetas cantaron y tantas generaciones añoraron. “somos de la misma aldea”, una balada de Naomi Shemer, llena de dolor, por los soldados caídos en esa guerra. A estas canciones le siguieron otras como “hajaguiga nigmeret” (va terminando la fiesta); ¿ o quien no cantó y bailó “od lo ahavti dai”? ¿En que festejo de bar o bat mitzva o casamiento no la hemos cantado y bailado en los últimos 10 años? Recuerdo, como si fuera ayer, cómo para un acto de fin del año escolar, en hertzlía, dramatizamos la hermosa canción “etzleinu bajatzer”: en nuestro patio (casa), recibimos cada verano tantas visitas de distintos países, que tienen su particular manera de saludar, de decir SHALOM. El que viene de Italia y el que llega de Marruecos, quien viene de Francia y quien de la lejana Argentina... Después de la guerra de Iom Kipur, en 1973, escribió una canción, una plegaria: “lu iehi”. Ojalá que haya paz, aún veo una blanca luz de esperanza en el horizonte... ojalá que todo lo que pedimos se vuelva realidad. Naomi Shemer expresó en sus canciones el entrañable amor por los paisajes de su tierra, sus montañas y valles, sus bosques y lagos. También demostró un profundo conocimiento de las fuentes judías, su erudición hebrea así lo certifica, a través de sus metáforas, símbolos y expresiones. Por eso no nos extraña que haya pedido ser enterrada al lado de sus padres, frente al Kineret que la vio nacer, crecer y cantar. Solicitó que la ceremonia sea sencilla y que se canten cuatro canciones. Tres de su autoría y una de la poetisa Rajel, a quien admiraba: ahora descansa allí. Cerca de Rajel y otros grandes hombres que forjaron el estado judío. “por la miel y por al aguijón, por lo dulce y lo amargo”, como ella lo expresara en una bellísima canción, es que la recordaremos, sus canciones nos seguirán acompañando, las seguiremos enseñando. Nos remiten a un país joven, renacido con profundas raíces en la tradición de un pueblo milenario, que tenia en Naomi Shemer una genuina expresión de su esencia e identidad. Gracias Naomi Shemer, por habernos dado tanto. “aún no hemos amado bastante... nos levantaremos mañana con una nueva canción y comenzaremos otra vez”...
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