«No quisiéramos en Sudamérica, en Latinoamérica, en ningún continente tener un Israel, expansionista, intervencionista». De esta forma se despachó el presidente de Bolivia, Evo Morales, durante su participación en la 3ª Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de América del Sur y Países Árabes (ASPA), celebrada en Lima.
Morales había criticado a Israel en muchas ocasiones anteriores, pero esta es la primera vez que cuestiona su existencia misma, tal vez en consonancia con las posturas de su aliado, el mandatario iraní Mahmud Ahmadinejad, quien habla de «borrar a Israel del mapa», propósito que estaría fuertemente asociado a su programa nuclear sancionado por la ONU.
En el 2009, Morales rompió las relaciones diplomáticas entre Bolivia e Israel, mientras que en el 2010 declaró que «Irán es pacifista e Israel es terrorista».
En el 2011 preguntó: «¿Por qué bombardean a Libia y no a Israel?», y su gobierno protagonizó un escándalo cuando se descubrió la presencia en territorio boliviano, en un acto oficial, del ministro de defensa iraní, Ahmad Vahidi, buscado por Interpol como autor intelectual del atentado contra la AMIA, donde murieron 85 personas y resultaron heridas otras 300.
Más recientemente, Bolivia fue cuestionada por la detención del empresario judío Jacob Ostreicher, en lo que fue denominado como «el Caso Dreyfus» de Evo Morales.
Por su parte, el director del Centro Simon Wiesenthal en Israel, Efraim Zuroff, advirtió que Bolivia retrocedió en la lucha contra el antisemitismo a raíz de su «alianza peligrosa» con Irán.
Todo lo cual configura un preocupante panorama, en el cual habrá que recordarle al régimen de Evo que el antisemitismo fue condenado por Naciones Unidas como una forma de racismo y que la negación del derecho a la existencia de un Estado no forma parte de las relaciones internacionales civilizadas.
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