Revista TXT - Buenos Aires, 8 de agosto de 2003 - por Uki Goñi* En Esmeralda 1212, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, hay una placa en homenaje a 12 diplomáticos que - se supone - salvaron a judíos durante la Segunda Guerra. Sin embargo, la historia indica que algunos hicieron todo lo contrario. La humanidad no tolera demasiada realidad, escribió T.S. Eliot. Y es indudable que algunas realidades de nuestra historia nos exceden. Para que no nos ahoguen, hemos aprendido a esconderlas adentro, donde duelen. Este largo hábito de silencio nos ha convertido en una especie de sector fumadores del planeta, donde a los fugitivos de la Segunda Guerra los puede defender el Secretario de Cultura Tocuato Di Tella, sin hacer peligrar su puesto. O donde a los criminales de nuestra propia dictadura los tenga que perseguir un juez español para darnos cuenta que ya no pueden permanecer impunes. Para que tanto silencio prosperara fue necesario disfrazar algunos hechos o inventar héroes inexistentes. Como ejemplo de este obstinado esfuerzo por torcer la incomoda realidad, está la placa amurallada en la sede de nuestra Cancillería, Esmeralda 1212, homenajeando a 12 diplomáticos argentinos de quienes nuestro gobierno alega que "defendieron a víctimas del nazismo". La placa fue descubierta hace dos años por el entonces canciller Adalberto Rodríguez Giavarini ante importantes personalidades de la comunidad judía. Desde diciembre último, la Fundación Wallenberg - que se llama así por un diplomático sueco que sí salvó a miles de judíos en Hungría de su deportación a Auschwitz - viene solicitado a la Cancillería que provea alguna documentación fidedigna para sustentar los honores post-mortem a nuestros 12 diplomáticos. Aún no hubo respuesta. Es comprensible que nuestro estado, malherido por descubrimientos históricos que demuestran como la Argentina intentó cerrar sus puertas a los perseguidos por el nazismo, busque convencer a los desprevenidos de la existencia de "Wallenbergs argentinos" para compensar la balanza. Sin embargo, es notable hasta qué punto la placa en cuestión tergiversa la verdadera historia de lo ocurrido. EL CASO MATILDE Aunque la Cancillería rehúsa explicar las fuentes exactas en las que se basó para la placa, sabemos que tres de los honrados lo fueron en base a un artículo titulado "La Cancillería argentina ante la shoá," publicado en el 2001 en la revista "Índice" del Centro de Estudios Sociales de la DAIA. Vale la pena detenerse en lo que allí se dice de Luis Luti, quien fue encargado de negocios de la embajada argentina en Berlín durante la guerra. Allí se hace referencia a Matilde Aiolfi, a quien se define como "una judía con documentos adulterados." Nacida en Buenos Aires en 1912, Matilde se casó con un hombre apellidado Goldberg y a los 20 años de edad partió con él hacía Varsovia. Cuando ocurrió la ocupación alemana, Matilde borró el "Goldberg" de su pasaporte, por temor a la persecución nazi. En 1942, Matilde se presentó ante la embajada de Luti, para solicitar la renovación de su pasaporte. ¿Cuál fue la reacción de la embajada al ver que, en un terror mortal, Matilde había modificado su documento? ¡Se le incautó toda su documentación argentina! Se lo hizo alegando que Matilde había "ejercido en forma muy peculiar sus derechos de ciudadanía". A cambio, se le extendió una "matrícula provisoria" por 90 días, tiempo que se consideró suficiente para que Matilde, desde Berlín, procurara su certificado de nacimiento para extenderle un nuevo pasaporte. Como gesto de buena voluntad, Luti giró los datos de Matilde a Buenos Aires para que la Cancillería contactara a sus padres y estos le ubicaran el certificado de nacimiento. Ahora, ¿qué lectura hacen los académicos de la DAIA de esta actitud? Increíblemente, la describen como una "acción positiva" hacía los "argentinos judíos" en Europa, interpretando que Luti y su secretario de embajada, Enrique Moss, "hallaron la forma de cumplir con los procedimientos que las leyes argentinas establecían, sin dejar" a Matilde "a merced de las autoridades nazis." Por este y otros argumentos similares, Luti figura en la placa que hoy adorna la Cancillería. Yo hablé con la familia Aiolfi. Y no, Luti no ayudó en este caso a ninguna judía. Simplemente porque Matilde no era judía. La familia Aiolfi no es judía. De hecho, Matilde terminó separada de Goldberg y se casó con otro hombre en Polonia. Notable. LOS 100 Más curiosa aun es la inclusión del diplomático Luis H. Irigoyen en la placa. Este hombre era hijo natural de Hipólito Yrigoyen, fruto de la relación del líder radical con una amante austriaca. Irigoyen también estuvo en la embajada argentina en Berlín, donde con su perfecto alemán y sus altos contactos sociales opacaba a su jefe, Luti, de más humilde procedencia. Irigoyen fue incluido en la placa por - supuestamente - defender a una judía argentina y a una empleada judía de un consulado argentino en Europa, aunque la Fundación Wallenberg sigue esperando que la Cancillería aporte algún documento que lo compruebe. Pero, y aquí es donde viene lo tremendo, fue incluido también porque que se opuso a la deportación de judíos argentinos residentes en Grecia y otros lugares de Europa hacía Berlín. Como en al caso Aiolfi, estamos ante otro desfachatado intento de torcer la realidad con fines propagandísticos. Lo que prefiere ignorar nuestra Cancillería es que hacía tiempo que el régimen nazi venía insistiendo ante Irigoyen para que repatriara a unos 100 judíos argentinos que se hallaban esparcidos por Europa. Los demás países neutrales habían repatriado sus judíos. ¿Por qué la Argentina demoraba tanto?, preguntaban los nazis. Para facilitar el trámite, le ofrecieron a Irigoyen trasladar hasta Berlín a los judíos argentinos residentes en Grecia y en otros países ocupados, para entregárselos a nuestra embajada. ¡Fue a esto a lo que Irigoyen se opuso! El gobierno argentino no tenía ningún interés en salvarlos. Irigoyen fue citado reiteradamente por Eduard von Thadden, el enlace con la Oficina de Asuntos Judíos de Adolf Eichmann, para que se hiciera cargo de esos 100 ciudadanos. "En el caso de los argentinos judíos, resulta difícil transportarlos a casa," le respondió Irigoyen. Hace 60 años, el 29 de julio de 1943, Thadden citó nuevamente a Irigoyen en su despacho. En esa ocasión, le comunicó que había 59 judíos argentinos en el gueto de Varsovia. Sobre el escritorio de Eichmann se apilaban los documentos argentinos de 16 de ellos. ¿Qué dijo Irigoyen? "La embajada argentina no tiene ningún interés en los portadores de esos documentos falsos." Thadden incluyó esto en sus notas, que hoy están disponibles en el archivo de la Cancillería alemana. Eichmann, harto de tanto esfuerzo inútil, ordenó el traslado de esos 100 argentinos al campo de concentración de Bergen-Belsen. Pero la inexplicada placa sigue ahí, clavada a un ofensivo muro de silencio. • *Autor del libro "La auténtica Odessa". La Nación
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