Mordje (Marcos) Alperson, escritor y cronista judío, llegó a la Argentina —procedente de Ucrania— en 1891 (recordemos que el “Wesser” había llegado apenas dos años antes, en 1889).
Nacido en Lantzkrroim (Kamenetz-Podolsk, Rusia) en 1860, su padre había sido matarife ritual y maestro hebreo de primeras letras. Arribó junto a su esposa y tres hijos a la Argentina a los 31 años. Vivió 43 años en Colonia Mauricio. Falleció un 24 de julio de 1947. Fue protagonista y testigo de los comienzos de la colonización judía en la Argentina.
Ideal redentor
Era la época en que los judíos llegaban desde Europa oriental —la mayoría desde los extensos territorios del zar de Rusia— con idea de volver a trabajar la tierra, estrechamente relacionada con el antiguo principio nacional de asentarse y colonizar Éretz Israel. Alperson, al igual que otros judíos, advirtió las dificultades e invencibles trabas que esa época tenía para la colonización en Éretz Israel. Así, estuvo entre quienes decidieron realizar el ideal redentor de trabajar la tierra en los campos argentinos.
Disyuntiva
Mordje Alperson, escritor y pionero de la colonización, recuerda con énfasis, la polémica de aquellos tiempos entre las juderías del este europeo. Se trataba de elegir el destino de la colonización y la disyuntiva se hallaba expresada en la frase: “Palestina (Éretz Israel) o la Argentina”. Una de las dos sería la elegida para llevar a cabo la tarea inmigratoria y realizar el mencionado ideal redentor de volver al trabajo de la tierra.
Escribe Herzl
Incluso el mismo Theodor Herzl abordó también esta cuestión en su obra “El Estado Judío”, señalando: “… La Argentina es uno de los países bendecidos por la Naturaleza, con extensos territorios, un buen clima y poco poblado. La República Argentina tiene las puertas abiertas a la inmigración… “. Recordemos asimismo que en nuestro país hubo quienes —un caso representativo es el de Juan Bautista Alberdi— apostaron firmemente por el arribo del afluente inmigratorio.
En la prensa
Cuando llega Alperson, en la Argentina ya existían colonias judías (la primera fue Moises Ville), integradas también por gente muy preparada y culta. Ellos fueron justamente quienes describieron las condiciones de vida en el proceso de colonización en su nuevo hogar, con artículos enviados a los diarios hebreos, “HaMeilitz” (El defensor) de San Petersburgo y al “HaTzefirá” (Amanecer). En esos artículos se reflejaba asimismo el antagonismo en cuanto a la opción a elegir: la “aliá” a Éretz Israel o la colonización judía en la Argentina.
Peretz
A su vez, el escritor idish Itzjok Leibush Peretz, escribió: “… Muy pocos tienen la esperanza de mejores épocas para los judíos de Europa. Y aun los que tienen la esperanza, sólo la perciben para un futuro mediato. Por ello, es ahora vital la colonización judía. Las posibilidades son dos: la ´aliá´ a Palestina o la inmigración a la Argentina. De la Argentina sabemos muy poco. Allí, el Barón Hirsch compró extensiones de tierra, seguramente en buenas condiciones, ya que no se va a dejar engañar; el clima es sano. Y no dudamos de que los judíos puedan ser capaces de convertirse en buenos agricultores, porque la necesidad es el mejor maestro y un judío es siempre un buen alumno. Sólo surge una incógnita: ¿cuánto va a durar el aprendizaje? Y esto es muy difícil de calcular. Lo cierto es que por ahora hay mucha voluntad de parte del alumno. Seguramente varias generaciones han de pagar un derecho de piso, pero el judío tiene mucha paciencia y perseverancia… “.
Interesantes crónicas
Y justamente Alperson escribe interesantes crónicas, plenas de suspenso, donde se ven en detalle los sufrimientos, las dificultades y los parciales fracasos en la colonización judía en la Argentina. Allí los lectores comprueban también la existencia de situaciones como inclemencias temporales, desgracias naturales y los problemas de diversos grupos de colonos con la J.C.A. (Jewish Colonization Association).
Estas crónicas de tres tomos, “Treinta años de colonización judía en la Argentina”, escritas en idish, fueron traducidas al hebreo y a varios idiomas más. En español tenemos traducido íntegramente el primer volumen, y en parte los siguientes. Además de sus célebres crónicas, publicó también en ídish diversos dramas, libros de cuentos y novelas.
La primera edición de “Colonia Mauricio” apareció en Buenos Aires, en ídish en 1922. Fue un año después que el célebre escritor H. D. Nomberg, luego de su visita a la Argentina, popularizó los escritos de Alperson en el mundo judío, reeditando las crónicas en Berlín. En el prólogo a dicha edición llama a Alperson “el Robinson Crusoe judío”.
Scholem Aleijem
A todo esto, cierto tipo de vicisitudes padecidas por la comunidad judeoargentina ya han sido conocidas en el mundo judío. Una muestra de ello es el relato de Schólem Aleijem, “El hombre de Buenos Aires”. Allí nos describe al judío de Buenos Aires que justamente no comercia con cidra (fruto parecido al limón, que se bendice en Sucot). Es una referencia a los “impuros” (la “Tzvi Migdal”) y su mala reputación; pero con el tiempo éstos fueron erradicados de la Argentina y de la comunidad judía en especial. Fue justamente dicho grupo quien hizo que surgiese una imagen falsa del judío argentino en general.
Linda comunidad
Pero más allá de aquellos episodios con los traficantes de mujeres que tan mal hicieron a nuestro “ishuv” (comunidad) y que fueron finalmente aislados y erradicados, lo cierto es que en la Argentina se conformó una muy linda y hacendosa comunidad judía. Comunidad que en menos de cincuenta años creó una muy rica vida societaria que incluye un conjunto de instituciones, la red escolar, amplia vida cultural, publicación de diarios y constitución de editoriales. Algo que en otros “ishuvim” (comunidades) tardaría mucho más tiempo en poder concretarse.
Llegada
Las crónicas comienzan el día de la llegada a Buenos Aires. En su primer capítulo así describe Mordje Alperson aquel arribo desde las lejanas tierras:
“Un domingo, iud tet av o el 23 de agosto de 1891, me trajo un barco alemán Tioko, junto con otros trescientos emigrantes (...) Las madres alzaban a sus hijos explicándoles jubilosamente: -¡Vean, hijitos! Allí está el paraíso, aquel hermoso país verde que el buen Barón Hirsch compró para nosotros.- Vamos a trabajar la tierra, a volvernos colonos; ser judíos libres. ¡Se terminaron los pogroms! ¡Se terminó Ignatiev con sus inicuos decretos!- exclamaban judíos que fueran expulsados de sus aldeas.”
Las ansias, los anhelos y el entusiasmo por haber dejado atrás una Rusia que los coartaba y aniquilaba, eran el sentir común. Con él desembarcaron y se alojaron en el legendario Hotel de Inmigrantes. La travesía recién comenzaba.
La pluma de Alperson no titubea en relatar los hechos que, por aquel entonces parecían interminables obstáculos para los nacientes colonos.
Ardua fue en sus comienzos la colonización, plagada de dificultades a sortear, encarnadas unas veces en difíciles administradores de la J.C.A, otras, en infortunios naturales que iban desde las tormentas del viento Pampero, hasta las plagas de langostas. En el inicio de la colonización de la Colonia Mauricio hubo un tiempo de espera hasta que las tierras fueran asignadas a las respectivas familias. Al principio, las mujeres y los niños de los aún no afincados colonos, vivían en una gran carpa que denominaron “la Mátushka” (´mamita´ en ruso). Los hombres, en cambio, dormían en un extenso corral con cubierta de paja, al que llamaron “´Hotel chancho´, en homenaje a sus ex inquilinos...”. Sin embargo, “[las] esperanzas eran enormes y la fuerza vital corría impetuosa por nuestros cuerpos...”
Estos modos de nombrar con ironía y humor, situaciones penosas -así como también los apodos cuasi caricaturescos dados a distintas personas pertenecientes a la historia de esta colonización- se encuentran por doquier en las crónicas transcriptas por Alperson. A los citados puede sumarse también el nombre con que señalaban el alambrado que rodeaba a la oficina de la Administración: “el alambrado de los lamentos”. La expresión por sí sóla nos pone en la pista de las tensas penurias que entre la Administración y los colonos se tejían más de una vez.
Estos nombres y apodos denotan no sólo las dotes del escritor, que selecciona dichos recuerdos y los relata con maestría, sino que también reflejan la manera de afrontar los infortunios de aquellos seres: se trata de unas de las formas que adoptó aquella impetuosa fuerza vital.
Luego de la “Mátushka” arribaron 850 carpas de lona que fueron distribuidas entre las familias. Finalmente las ansiadas tierras fueron repartidas. De la noche en la cual Alperson, su esposa y sus tres hijos pisaron su campo, nos dice, en este tono que refleja una sensibilidad cercana al tono lírico de la poética:
“La luna surgió de entre los yuyos flotando en un círculo entre nosotros. Observé la cara de la reina de la noche y me pareció que nos sonreía a nosotros dos...Debía estar contenta de encontrar gente en ese desolado campo por el que viene errando desde hace ya miles de años sin encontrar un rostro amigable...”.
Arado, otros elementos para el trabajo agrícola, mulas y bueyes fueron entregados para colonizar esas tierras vírgenes. Poco a poco fueron siguiéndose las cosechas -la primera en Colonia Mauricio data de 1893-1894-, de mayor o menor cuantía, el esfuerzo de los colonos permanecía constante.
Es cierto y Alperson nos lo recuerda, que a cada paso del largo camino hasta la construcción de la colonización, algunos judíos se marchaban tomando otro rumbo. Unos migraban a poblados vecinos, otros, a las ciudades. Pero la mayoría no caducó en sus esfuerzos y en su esperanza. Innegable es que la colonización ha sido un largo labrado, hecho inevitablemente de surcos, de grietas, pero por sobre todo, de florecimiento.
La concreción
Así fueron plasmados y construidos centenares y miles de nuevos hogares judíos; se concretó el gran ideal social y popular del retorno judío al trabajo redentor de la tierra.
Vale recordar aquí el canto del poeta judeoargentino, J.I. Farber (el original es en idish): “Sobre un campo en Entre Ríos vivía un colono / y la tierra ahí la fertilizó / la tierra que estaba abandonada y salvaje. /Allí crecieron niños fuertes, sanos y aplicados / el trabajo fue mejorando y aliviando / gracias al empeño de ellos”.
El sello
Y justamente gracias a ellos, a esa nueva generación de colonos judíos que pusieron su sello de trabajo, de digna, dura y honesta labor, esa generación aportó mucho al surgimiento de un “ishuv” popular y democrático en la Argentina, que ya años después tuvo muy buena imagen en todo el mundo judío. Hoy todos nos enorgullecemos de nuestra comunidad, que tan bien expresa la faz moral, cultural y espiritual de la vida judía en la Argentina.
Como en Europa
No quisiera dejar de señalar que durante muchos años, en su modo de organización al estilo de “Kehilá”, la comunidad judeoargentina siguió la tradición que se cumplía en Europa oriental. Así, también durante un largo tiempo se cuidó y se usó el idioma idish. Asimismo, se llevó a cabo un muy fructífero contacto con todas las comunidades del mundo, especialmente la de Israel. Incluso desde el “ishuv” judeoargentino siempre han salido corrientes inmigratorias de “aliá” a Medinat Israel. Y hoy, casi 80.000 judíos argentinos viven como ciudadanos israelíes.
La escritura como fin en sí mismo
Puesto en relación con Gerchunoff, se ha considerado que las crónicas de Alpersohn eran su envés. En otras palabras, frente a la emblemática figura del gaucho judío idealizado, el inmigrante descrito por Alperson se mostraba despojado de lo idílico. Su escribir nos ofrece una descripción de los hechos y personajes que a veces es hasta un tanto cruda. Pero no por ello debiera creerse que su escritura es nihilista o desesperanzada, sino que más bien intenta reflejar los claroscuros propios de una difícil travesía. O dicho en sus palabras, escritas éstas en el prólogo de “Colonia Mauricio”: “Junto conmigo, mientras leen este libro, van a atravesar ustedes los fangales y saltar los pozos...” “Yo soy un simple labrador y como tal voy a conducirlos a través de nuestros campos y mostrarles el extenuante camino recorrido por nosotros en estos treinta años: mostrarles cada sendero, cada atajo, cada ortiga y cada flor”.
Ocurre además que Alperson no escribía para un lector específico, ni siquiera para un casual lector. La confección de las crónicas no estaba dirigida a un destinatario determinado, ni en su proyección futura residía la posibilidad de que éstas fueran publicadas algún día.
“Tal vez a alguno de ustedes, queridos lectores, podría ocurrírsele preguntarme qué me movió en realidad a escribir este libro. ¿Quién lo necesita, quién lo pide? La literatura no; la ciencia, desde ya, tampoco. ¿La ambición de honores, o acaso, Dios libre, la de dinero? Sencillamente ridículo...¿La historia? ¿Cuántas crónicas más amplias, más interesantes que esta miserable historia de 30 años de la colonización de la JCA se pudren, olvidadas en algún archivo? Entonces, ¿para quién y para qué todo este esfuerzo?
¡Si alguno de ustedes, queridos lectores, me formulase esta pregunta, no sabría qué responderle! Lo único que sé -y lo digo con total franqueza- es que escribí este libro sin un para qué. Mojaba la pluma en mis lágrimas y en la sangre de mis compañeros, los inmigrantes, registrando fielmente nuestras pocas alegrías y muchas penas.”
Así fue que transcribió las historias vividas, las disímiles personalidades de los hombres y mujeres que conoció en los tiempos de la colonización, los encomiables dolores que padeció y también las hondas alegrías que sintió y presenció.
Así, con suma honestidad, advirtió alguna vez a quienes se adentraran en sus páginas: “Ustedes, queridos lectores, sólo tómense el trabajo de leer mis páginas. Que después me bendigan o maldigan, da lo mismo.”
Su estilo posee la combinación de lo áspero capaz de denunciar enfáticamente y sin pudor “las muchas penas”, junto con la cálida ternura que se conmueve frente al espíritu de su pueblo.
“Más de una vez, apoyado de noche contra una carpa, me estremecía y espantaba observando cómo celebra casamiento esa gente pobre, desnuda, en un país extraño, muda como las vacas, y cómo cuarenta, cincuenta personas se tienen las manos en ronda, bailan y cantan alegres canciones. Inspirados por una fortísima fe, armados de paciencia judía, miran con optimismo el futuro, le ríen a la luna en la cara, a boca llena...Entonces solía dominarme un sólo pensamiento: ´¡Oh, cuánta vitalidad posee nuestro pueblo judío!´”
De seguro quien se acerque a sus crónicas derramará alguna lágrima, sonreirá hasta la risa, esbozará reflexiones; en pocas palabras, no podrá permanecer indiferente, ya que el escribir de Alperson no sólo evoca, sino que convoca.
|
|
|
|
|
|